Los reconocimientos nacionales e internacionales no le enfrían el pensamiento al dramaturgo y director caraqueño Gustavo Ott. Sigue tan radical y tan enguerrillado como cuando se debatía hamletiamente entre el periodismo y el teatro, durante los prolegómenos de los años 90. Ahora, cuando ya tiene una treintena de obras, estrenadas la mayoría, y las cuales están en las programaciones de las agrupaciones más importantes de Europa y America, advierte que en el teatro si están transcurriendo cosas, pero que quizás lo más importante ocurre con el público o con los espectadores. Sus apreciaciones son realmente originales y provienen de su sensato deambular entre multisápidos espectáculos y conferencias sobre el arte dramático universal. No es un intelectual que entreteje frases y pensamientos ajenas y las presenta como propios. No le teme al error, porque de ahí también aprende. Y es por eso que ahora lanza esta “bomba Molotov” sobre el crispado lago del show bussines del mundo occidental: el entretenimiento ha muerto y el espectador quiere o espera otra cosa.
Pero antes de conocer lo que anida caliente en la cabeza de Ott, hay que saber que ya pisó los 46 años de vida, sigue casado y es padre de una preadolescente. Y que en Washington D.C. lo esperan para el estreno de su pieza Mummy in the Closet (La momia en el closet), inspirada en las peripecias del cadáver de Evita Perón, cuya premier ha sido pautada para el próximo 4 de junio en el Gala Theater.
-¿Cómo está el teatro?
-A pesar de este momento tan importante en el arte, el teatro sigue aislado por sus tendencias restauradoras. Busca el reconocimiento tanto estético como popular en lo mejor de la actualidad. Lo que no es de satisfacción masiva, lo es, por lo menos, en lo estético. Para ese teatro ya viejo, la belleza no debe comprometerse, porque la belleza, cree, es pura. La belleza no tiene un “por qué”, sino muchos “comos”. La intensidad del disgusto es menor a la pasión creadora, creen; la revuelta no tiene que ver con el arte, piensan; el sentido se busca en el universo interior. Seguimos utilizando a Hauser como aquel que sigue oyendo música en casetes. Quizás porque le recuerda su juventud.
-¿Por qué dice que hay otro ideal de la belleza?
-Porque antes la belleza era un grupo de verdades encubiertas. Jean-Marie Gustave Le Clézio, Premio Nóbel de Literatura 2008, piensa que descubrimos la belleza cuando entendemos que “la realidad es un secreto”. Quizás hoy sea posible crear sin compromiso, pero no sin responsabilidad. La belleza hoy es comprometida quizás porque regresamos a la idea Lacaniana sobre lo real, que si existe, parte de la experiencia del horror. Lo estúpido nunca lució tan estúpido como hoy.
-¿El espectador es distinto hoy?
-Es que antes la gente común no se hacía preguntas filosóficas como las que se hace ahora. Hay una línea directa desde la última obra de los años 60 a este deseo colectivo de terminar con la evasión. El espectador en todo del mundo nunca exigió tanto sentido como lo pide ahora. Y en particular, el público espectador y hasta el que no está pendiente, comienza a hacerse una autocrítica con un ataque devastador a lo que le rodea. Y esa crítica comienza, quizás, con una frase simple: “Pasa el tiempo y no somos mejores.”
“Hemos sido nosotros los que, suplicando por atención, hemos revendido estos escenarios nuestros como catarsis. El espectador, creemos, sufre mucho durante el día, pasa horas en el tráfico, tiene stress, enfrenta problemas en su trabajo, y entonces, le ofrecemos que venga al teatro para que se olvide de todo. Para que se relaje. Para que se evada y piense en lo hermoso que son los trapecistas, los cicloramas de colores, los espectáculos multimedia o, más común, se eche a reír con el drama femenino, o la competencia masculina, teatro de parejas, guerra de sexo con chiste, es decir, casi cien años de ecuación restauradora probada. Nos decimos –y hasta lo proclamamos como idea- que el espectador sufre tanto en la vida que necesita evadirse un poco. Como si este mismo espectador no tuviera a su mano otra realidad, una virtual, que ciertamente le permite evadirse de sus problemas y, en algunos casos, hasta ser otro y vivir otras vidas, como en Second Life o en el Chat nuestro de cada día”.
“Nuestro popular y al tiempo elitesco teatro sigue atado en casi todas sus formas al entretenimiento, la distracción y la diversión desde lo comercial evasivo hasta lo monumental festivalero, pirotécnico, efectista y espectacular. El teatro nuestro hoy, hasta cuando se promueve en los disminuidos programas culturales, repite una sola promesa básica: “venga al teatro, se va a divertir. La pasará bien” En esta súplica humillante, el creador, en su desesperación por llenar la sala, es capaz de vender a su madre, colocando a Brecht, Santana o Kushner en el mismo paquete zarzuelesco del “Sólo para reír” o del reality”.
“Pero el secreto a voces que no queremos oír en los escenarios es que el espectador entrenado ya no pide entretenimiento, no desea combatir el stress, ya no le interesa evadirse. El espectador, donde antes pidió efecto, hoy demanda sentido. Busca un creador que, desde las Bienales de Arte de Sao Paolo o Venecia a los Festivales de Cine Sundance, Cannes y hasta los Oscares entienda que la belleza es, fundamentalmente, ética de combate, resistencia hasta la muerte y denuncia desesperada”.
-¿Cómo es eso que el entretenimiento ha muerto?
-Todo es nuevo. Internet es nuevo, para empezar, y con Internet, lo nuevo es un planeta entero completamente inédito. Hay una intensidad del disgusto en el arte que es nueva. Hay una búsqueda de sentido en la cultura que es nueva. Las ideas sobre el fin de la utopía y la clausura del futuro son también nuevas y tienen una intensidad especial debido a las preocupaciones por el nuevo siglo. Es decir, creo que tenemos los ingredientes perfectos para un nuevo Renacimiento. En esta nueva era, pienso que el entretenimiento, tal y como lo conocíamos, en su congruencia con la idea de la diversión y catarsis, en su relación con los medios de comunicación y hasta el arte, ha muerto. Y que, aunque siga andando, y lo veamos todos los días como si nada, igual está muerto, como muchas cosas en la historia que se mueven pero que no existen.
-¿Un nuevo Renacimiento? ¿Nada menos?
-Sí, en todo el planeta y en todas sus manifestaciones; desde nuestras percepciones sobre el poder hasta los medios de comunicación y muy especialmente en el Arte. Y creo que este Renacimiento Siglo XXI se levanta sobre la pasión, desconcierto, intensidad del disgusto y angustia no tanto por el fin del siglo XX, sino con este inicio tan explosivo del siglo XXI, que apenas va por su primera década, pero con la sensación de que han pasado 50 años y contando.
-¿Y allí, en el nuevo Renacimiento, no hay espacio para el entretenimiento?
-Más bien el entretenimiento va hacia otras áreas de la virtualidad, desde los sitios sociales en Internet y el Chat a Wii. El pasatiempo parece inútil porque el tiempo ya no se puede “pasar”. El tiempo ya no existe para perderse. La muerte toma una pausa porque lo que no vive no es probable que muera. El espectador, a conciencia o sin saberlo, ya no se conforma con ser entretenido, está harto de aislarse. Anda más interesado en su mundo porque el mundo anda también muy interesado en meterse con él, pero de manera brutal. Lo simbólico del siglo trastoca nuestra percepción de la cultura. Ya no queremos que, en la noche, nos representen algo para olvidar la realidad, sino que exigimos ver algo, lo que sea, que nos permita recobrar la realidad perdida durante el día. Y ni siquiera una realidad, sino muchas, en especial, la que es un secreto. La realidad que no sabemos que existe. El trabajo, los horarios y las tareas del sistema son el pasatiempo, pertenecen al pasado, a la restauración, no al Renacimiento siglo XXI. En cine, literatura y hasta TV, más que entretenernos, más que lo bello, bien hecho y sentimental, más que el mensaje didáctico, más que el desarrollo de los personajes o de la historia, parece que el Siglo pide a gritos la profundidad y el impacto del Tema.
-¿Y el teatro?
-Esa angustia parece que no anda por nuestros escenarios, tan complacientes ellos. La angustia no se empaqueta en nuestros festivales, la angustia no divierte ni entretiene a los creadores. De festivales y temporadas, de concurso en concurso y estreno a estreno, parece que nuestro teatro se decide más por los actos que tienen sentido de actualidad, tanto en lo popular como en lo elitesco. Su fin, parece, es entretener a un espectador que, cree, desea evadirse de su realidad sobrecogedora; o entretener al creador mismo, que desea únicamente dar a conocer su visión del mundo.
-¿Qué pide el espectador de teatro y sobre todo el artista de teatro?
-El espectador pide, desde las calles de su cotidianidad normalizada a quemarropa, un teatro que tenga la valentía de deshacerse del entretenimiento. Hace unos días un gran director venezolano se quejaba diciendo que tendría que ponerse a hacer teatro político. En su queja, esconde temores restauradores muy profundos. Por supuesto que debe hacer teatro político: todo lo relacionado con el tema del poder, escrito hoy y aquí, es Renacentista siglo XXI. Pero muchos de estos creadores hacen política declarando en los periódicos, no en su obra. Su obra no representa nada de lo que creen y dicen en público. En este punto siempre recuerdo a Robert Stevenson que se pasó una década luchando contra la censura, el poder, las violaciones de derechos humanos. Pero hoy nadie lo recuerda. Y nadie lo recuerda porque su obra más importante es Mary Poppins. Como comprenderás, tener un discurso político y una obra insulsa se anulan una a la otra.
-¿Y no es eso lo quiere el espectador?
-Pensamos que le damos lo que quiere precisamente en el momento en el que vivimos la peor crisis de identidad. ¿Cómo es que el espectador de teatro se desdobla? ¿Cómo sabe quién es en el cine y se comporta como espectador entrenado cuando se le presenta un reto; pero frente a nuestros escenarios finge cierta parálisis intelectual; con nosotros no sabe quién es y mucho menos lo que quiere? Quizás porque, frente a todos, le tratamos como a un niño. El teatro termina siendo un oasis a sus preocupaciones intelectuales y filosóficas. Aquí, en los escenarios, hay belleza indiferente. Trascendencia con fingimiento.
“La verdad es que el espectador ha descubierto mucho, ha dado grandes pasos con un cine que le propone temas y formas que antes estaban destinadas a intelectuales, críticos y artistas. El espectador ahora se sabe mejor. Entiende lo que antes era “raro” y hasta lo exige. Reír ya no es su requisito, divertirse tiene otros medios, distraerse lo ubica en otro contexto. Exige ahora a la obra y al creador más bien una forma y una palabra urgida o necesaria de contemporaneidad.
-¿Y eso es sólo aquí?
-El espectador del Renacimiento Siglo XXI observa, con desprecio casi merecido, a un teatro que se mantiene en la restauración. Desde Broadway y Madrid a Buenos Aires y Santiago, con arqueológicas excepciones, pareciera que nuestra reflexión se aproxima más al pensamiento dominante del siglo pasado que a los problemas de la utopía, la revuelta y la intensidad del disgusto del nuevo tiempo. Con nuestro cariño por el impacto visual, los temas individuales, el circo, la comedia de puertas, el poder patrocinante y sus migajas, nuestros dramas bien hechos y nuestra risa y efecto, el teatro hecho y escrito en español es algo así como la derecha de las manifestaciones artísticas en el Renacimiento Siglo XXI. Perdemos en los escenarios nuestra validez artística porque, en definitiva, los escenarios se han colocado a la derecha política, social y en especial, estética, del arte en el Siglo XXI. Lo peor es que no lo hace deliberadamente, sino por descuido intelectual, por tradición, seguridad, y apego a las reglas, lo que le convierte, por estos días de responsabilidad exigida, en algo así como lo mejor del arte Fascista Adulto Contemporáneo.
“Somos, por estos escenarios en español, pues casi nada más que entretenimiento. Aspirina para el dolor, mientras literatura, artes plásticas, cine y hasta mucha TV han decidido no sólo romper con la Restauración siglo XX, sino que además, han comenzado a hablar del dolor. Y cada vez más frecuentemente, han sido otros y no nosotros –los del teatro- los que han resuelto ser el dolor mismo, como pensaba Virginia Wolf “No hay Shakespeare, no hay Beethoven; definitiva y enfáticamente, no hay Dios. Nosotros somos las palabras, nosotros somos la música. Somos nosotros lo que es. La cosa misma…”.
Pero antes de conocer lo que anida caliente en la cabeza de Ott, hay que saber que ya pisó los 46 años de vida, sigue casado y es padre de una preadolescente. Y que en Washington D.C. lo esperan para el estreno de su pieza Mummy in the Closet (La momia en el closet), inspirada en las peripecias del cadáver de Evita Perón, cuya premier ha sido pautada para el próximo 4 de junio en el Gala Theater.
-¿Cómo está el teatro?
-A pesar de este momento tan importante en el arte, el teatro sigue aislado por sus tendencias restauradoras. Busca el reconocimiento tanto estético como popular en lo mejor de la actualidad. Lo que no es de satisfacción masiva, lo es, por lo menos, en lo estético. Para ese teatro ya viejo, la belleza no debe comprometerse, porque la belleza, cree, es pura. La belleza no tiene un “por qué”, sino muchos “comos”. La intensidad del disgusto es menor a la pasión creadora, creen; la revuelta no tiene que ver con el arte, piensan; el sentido se busca en el universo interior. Seguimos utilizando a Hauser como aquel que sigue oyendo música en casetes. Quizás porque le recuerda su juventud.
-¿Por qué dice que hay otro ideal de la belleza?
-Porque antes la belleza era un grupo de verdades encubiertas. Jean-Marie Gustave Le Clézio, Premio Nóbel de Literatura 2008, piensa que descubrimos la belleza cuando entendemos que “la realidad es un secreto”. Quizás hoy sea posible crear sin compromiso, pero no sin responsabilidad. La belleza hoy es comprometida quizás porque regresamos a la idea Lacaniana sobre lo real, que si existe, parte de la experiencia del horror. Lo estúpido nunca lució tan estúpido como hoy.
-¿El espectador es distinto hoy?
-Es que antes la gente común no se hacía preguntas filosóficas como las que se hace ahora. Hay una línea directa desde la última obra de los años 60 a este deseo colectivo de terminar con la evasión. El espectador en todo del mundo nunca exigió tanto sentido como lo pide ahora. Y en particular, el público espectador y hasta el que no está pendiente, comienza a hacerse una autocrítica con un ataque devastador a lo que le rodea. Y esa crítica comienza, quizás, con una frase simple: “Pasa el tiempo y no somos mejores.”
“Hemos sido nosotros los que, suplicando por atención, hemos revendido estos escenarios nuestros como catarsis. El espectador, creemos, sufre mucho durante el día, pasa horas en el tráfico, tiene stress, enfrenta problemas en su trabajo, y entonces, le ofrecemos que venga al teatro para que se olvide de todo. Para que se relaje. Para que se evada y piense en lo hermoso que son los trapecistas, los cicloramas de colores, los espectáculos multimedia o, más común, se eche a reír con el drama femenino, o la competencia masculina, teatro de parejas, guerra de sexo con chiste, es decir, casi cien años de ecuación restauradora probada. Nos decimos –y hasta lo proclamamos como idea- que el espectador sufre tanto en la vida que necesita evadirse un poco. Como si este mismo espectador no tuviera a su mano otra realidad, una virtual, que ciertamente le permite evadirse de sus problemas y, en algunos casos, hasta ser otro y vivir otras vidas, como en Second Life o en el Chat nuestro de cada día”.
“Nuestro popular y al tiempo elitesco teatro sigue atado en casi todas sus formas al entretenimiento, la distracción y la diversión desde lo comercial evasivo hasta lo monumental festivalero, pirotécnico, efectista y espectacular. El teatro nuestro hoy, hasta cuando se promueve en los disminuidos programas culturales, repite una sola promesa básica: “venga al teatro, se va a divertir. La pasará bien” En esta súplica humillante, el creador, en su desesperación por llenar la sala, es capaz de vender a su madre, colocando a Brecht, Santana o Kushner en el mismo paquete zarzuelesco del “Sólo para reír” o del reality”.
“Pero el secreto a voces que no queremos oír en los escenarios es que el espectador entrenado ya no pide entretenimiento, no desea combatir el stress, ya no le interesa evadirse. El espectador, donde antes pidió efecto, hoy demanda sentido. Busca un creador que, desde las Bienales de Arte de Sao Paolo o Venecia a los Festivales de Cine Sundance, Cannes y hasta los Oscares entienda que la belleza es, fundamentalmente, ética de combate, resistencia hasta la muerte y denuncia desesperada”.
-¿Cómo es eso que el entretenimiento ha muerto?
-Todo es nuevo. Internet es nuevo, para empezar, y con Internet, lo nuevo es un planeta entero completamente inédito. Hay una intensidad del disgusto en el arte que es nueva. Hay una búsqueda de sentido en la cultura que es nueva. Las ideas sobre el fin de la utopía y la clausura del futuro son también nuevas y tienen una intensidad especial debido a las preocupaciones por el nuevo siglo. Es decir, creo que tenemos los ingredientes perfectos para un nuevo Renacimiento. En esta nueva era, pienso que el entretenimiento, tal y como lo conocíamos, en su congruencia con la idea de la diversión y catarsis, en su relación con los medios de comunicación y hasta el arte, ha muerto. Y que, aunque siga andando, y lo veamos todos los días como si nada, igual está muerto, como muchas cosas en la historia que se mueven pero que no existen.
-¿Un nuevo Renacimiento? ¿Nada menos?
-Sí, en todo el planeta y en todas sus manifestaciones; desde nuestras percepciones sobre el poder hasta los medios de comunicación y muy especialmente en el Arte. Y creo que este Renacimiento Siglo XXI se levanta sobre la pasión, desconcierto, intensidad del disgusto y angustia no tanto por el fin del siglo XX, sino con este inicio tan explosivo del siglo XXI, que apenas va por su primera década, pero con la sensación de que han pasado 50 años y contando.
-¿Y allí, en el nuevo Renacimiento, no hay espacio para el entretenimiento?
-Más bien el entretenimiento va hacia otras áreas de la virtualidad, desde los sitios sociales en Internet y el Chat a Wii. El pasatiempo parece inútil porque el tiempo ya no se puede “pasar”. El tiempo ya no existe para perderse. La muerte toma una pausa porque lo que no vive no es probable que muera. El espectador, a conciencia o sin saberlo, ya no se conforma con ser entretenido, está harto de aislarse. Anda más interesado en su mundo porque el mundo anda también muy interesado en meterse con él, pero de manera brutal. Lo simbólico del siglo trastoca nuestra percepción de la cultura. Ya no queremos que, en la noche, nos representen algo para olvidar la realidad, sino que exigimos ver algo, lo que sea, que nos permita recobrar la realidad perdida durante el día. Y ni siquiera una realidad, sino muchas, en especial, la que es un secreto. La realidad que no sabemos que existe. El trabajo, los horarios y las tareas del sistema son el pasatiempo, pertenecen al pasado, a la restauración, no al Renacimiento siglo XXI. En cine, literatura y hasta TV, más que entretenernos, más que lo bello, bien hecho y sentimental, más que el mensaje didáctico, más que el desarrollo de los personajes o de la historia, parece que el Siglo pide a gritos la profundidad y el impacto del Tema.
-¿Y el teatro?
-Esa angustia parece que no anda por nuestros escenarios, tan complacientes ellos. La angustia no se empaqueta en nuestros festivales, la angustia no divierte ni entretiene a los creadores. De festivales y temporadas, de concurso en concurso y estreno a estreno, parece que nuestro teatro se decide más por los actos que tienen sentido de actualidad, tanto en lo popular como en lo elitesco. Su fin, parece, es entretener a un espectador que, cree, desea evadirse de su realidad sobrecogedora; o entretener al creador mismo, que desea únicamente dar a conocer su visión del mundo.
-¿Qué pide el espectador de teatro y sobre todo el artista de teatro?
-El espectador pide, desde las calles de su cotidianidad normalizada a quemarropa, un teatro que tenga la valentía de deshacerse del entretenimiento. Hace unos días un gran director venezolano se quejaba diciendo que tendría que ponerse a hacer teatro político. En su queja, esconde temores restauradores muy profundos. Por supuesto que debe hacer teatro político: todo lo relacionado con el tema del poder, escrito hoy y aquí, es Renacentista siglo XXI. Pero muchos de estos creadores hacen política declarando en los periódicos, no en su obra. Su obra no representa nada de lo que creen y dicen en público. En este punto siempre recuerdo a Robert Stevenson que se pasó una década luchando contra la censura, el poder, las violaciones de derechos humanos. Pero hoy nadie lo recuerda. Y nadie lo recuerda porque su obra más importante es Mary Poppins. Como comprenderás, tener un discurso político y una obra insulsa se anulan una a la otra.
-¿Y no es eso lo quiere el espectador?
-Pensamos que le damos lo que quiere precisamente en el momento en el que vivimos la peor crisis de identidad. ¿Cómo es que el espectador de teatro se desdobla? ¿Cómo sabe quién es en el cine y se comporta como espectador entrenado cuando se le presenta un reto; pero frente a nuestros escenarios finge cierta parálisis intelectual; con nosotros no sabe quién es y mucho menos lo que quiere? Quizás porque, frente a todos, le tratamos como a un niño. El teatro termina siendo un oasis a sus preocupaciones intelectuales y filosóficas. Aquí, en los escenarios, hay belleza indiferente. Trascendencia con fingimiento.
“La verdad es que el espectador ha descubierto mucho, ha dado grandes pasos con un cine que le propone temas y formas que antes estaban destinadas a intelectuales, críticos y artistas. El espectador ahora se sabe mejor. Entiende lo que antes era “raro” y hasta lo exige. Reír ya no es su requisito, divertirse tiene otros medios, distraerse lo ubica en otro contexto. Exige ahora a la obra y al creador más bien una forma y una palabra urgida o necesaria de contemporaneidad.
-¿Y eso es sólo aquí?
-El espectador del Renacimiento Siglo XXI observa, con desprecio casi merecido, a un teatro que se mantiene en la restauración. Desde Broadway y Madrid a Buenos Aires y Santiago, con arqueológicas excepciones, pareciera que nuestra reflexión se aproxima más al pensamiento dominante del siglo pasado que a los problemas de la utopía, la revuelta y la intensidad del disgusto del nuevo tiempo. Con nuestro cariño por el impacto visual, los temas individuales, el circo, la comedia de puertas, el poder patrocinante y sus migajas, nuestros dramas bien hechos y nuestra risa y efecto, el teatro hecho y escrito en español es algo así como la derecha de las manifestaciones artísticas en el Renacimiento Siglo XXI. Perdemos en los escenarios nuestra validez artística porque, en definitiva, los escenarios se han colocado a la derecha política, social y en especial, estética, del arte en el Siglo XXI. Lo peor es que no lo hace deliberadamente, sino por descuido intelectual, por tradición, seguridad, y apego a las reglas, lo que le convierte, por estos días de responsabilidad exigida, en algo así como lo mejor del arte Fascista Adulto Contemporáneo.
“Somos, por estos escenarios en español, pues casi nada más que entretenimiento. Aspirina para el dolor, mientras literatura, artes plásticas, cine y hasta mucha TV han decidido no sólo romper con la Restauración siglo XX, sino que además, han comenzado a hablar del dolor. Y cada vez más frecuentemente, han sido otros y no nosotros –los del teatro- los que han resuelto ser el dolor mismo, como pensaba Virginia Wolf “No hay Shakespeare, no hay Beethoven; definitiva y enfáticamente, no hay Dios. Nosotros somos las palabras, nosotros somos la música. Somos nosotros lo que es. La cosa misma…”.
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