Se denomina parricidio al crimen de matar a un familiar, ascendiente o descendiente, y parricida es la persona que lo comete. El más famoso parricida en el teatro es Edipo: mató a su padre, Layo, sin conocerlo y además se casó, sin saberlo, con su madre, Yocasta. Los dioses castigaron así al progenitor de Edipo y a toda su descendencia por profanar la institución del asilo que le concedió el rey Pélope y además haber abusado del joven Crisipo. En términos artísticos, las nuevas generaciones son parricidas con las precedentes, para mostrar metafóricamente el trabajo de superación de las barreras y callejones sin salida, técnicos y estilísticos que permiten el avance y las innovaciones en el arte.
Golondrina incestuosa
Esas atribuladas mujeres toman un cojín y lo aplastan contra la cara del anciano, que, enfermo y adormilado, reposa en un sillón. Lo hacen con fuerza y durante suficientes segundos para provocarle un paro respiratorio y mandarlo directo al infierno, por lo menos. Sin pensarlo mucho, y confiadas en la ruidosa soledad que las acompaña, han cometido un parricidio, otro más en la historia de la humanidad. Es la venganza que asumen y ejecutan las desesperadas hermanas Carmen Elena y Claudia, tras reencontrarse con su progenitor, Manuel Felipe López, en un apartamento del centro de Caracas.
No es una reseña más de otro asesinato escenificado en la nada bucólica capital venezolana. Es el epilogo de la pieza teatral Golondrina, escrita por Aminta De Lara Rojas (Caracas, 1957), la cual hace temporada en el Teatro Trasnocho, bajo la dirección de su autora, quien además actúa al lado de Caridad Canelón.
En la Caracas del 23 de enero de 2002 se desarrolla Golondrina. La urbe hierve entre marchas y contra marchas, de chavistas y antichavistas, quienes con música, gritos y pancartas, además de exhibir sus uniformes, rojos y blancos, dirimen una disputa política a la venezolana, la cual lleva no menos de 200 años; un siglo antes, los bisabuelos de esos marchistas habrían escenificado sus divergencias blandiendo machetes y a plomazo limpio, pero la cacareada civilización “apetrolada” ha logrado que sea diferente, por ahora.
Mientras en un edificio de la Avenida Lecuna, un viejo patriarca agoniza en su vetusto apartamento; el tráfico vehicular es un caos, la ciudad está colapsada y de momento es imposible que una ambulancia logre llegar para auxiliarlo. Esas particulares circunstancias fuerzan lo que parecía imposible: el reencuentro de sus hijas Claudia y Carmen Elena López, profesionales adultas con visiones muy distintas de la política y la vida, una chavista y madre, y la otra solterona y rival política, muy distanciadas en su intento por superar aquella infancia disfuncional que aún las acosa y atormenta.
Ambas fueron violadas por su papá biológico y el hogar familiar se transformó en tormentoso recuerdo y en infierno porque la ley que se aplicó fue la del silencio, a cal y canto, aunque el divorcio resolvió parte de la separación y justificó las soledades acompañadas de las abusadas y su madre.
Pulcro montaje
Golondrina no plasma un tema frecuente, ni un argumento fácil para una obra teatral venezolana. Aminta De Lara Rojas, nieta de una célebre mecenas de las artes y fundadora del Ateneo de Caracas, la escribió con corrección que asombra y además logró escenificarla con pulcritud y mínimos recursos escénicos, lo cual hace ejemplar su trabajo. Ya la habíamos visto, hacia 2007, en Nueva York, y ahora en Caracas se palpa y se siente más consolidada, más teatralmente hablando. Contiene lenguaje justo y acciones básicas para plasmar una historia estrujante. Una ficción sobre numerosas y sórdidas realidades que casi nadie se atreve a llevar al escenario para respetar a las víctimas y por piedad cristiana hacia sus protagonistas, quienes deben sobrevivir en medio de monstruos y fantasmas que transforman esos desgraciados hogares en infiernillos terrenales. La dramaturga, que tiene ya una media docena de obras, investigó, analizó y produjo un texto que es histórico por sus contenidos.
Pero como de teatro se trata, Golondrina tiene múltiples interpretaciones o metáforas, dependiendo de la cultura, la sensibilidad y las historias personales de cada uno de los espectadores que la contemplen durante sus 80 minutos de su representación.
El montaje usa diversos iconos de la pugna política entre chavistas y antichavistas, mientras diez pantallas repiten gráficas alusivas a las manifestaciones. La atmósfera escénica subraya que todo eso transcurre en una etapa de la Venezuela del siglo XXI. De eso no queda duda alguna y además unas cuantas líneas de los acosados personajes lo reiteran. Pero, y creemos que es lo más importante, el espectáculo Golondrina no cae en el panfleto y deja que el público saque sus conclusiones: unas mujeres se vengan o ayudan a bien morir a un hombre que las arruinó psicológica y físicamente para siempre. Crimen que no limpia nada y acentúa el pasado convertido en patético presente.
Mención especial merecen las actrices: Caridad reitera su veteranía y exhibe su sensibilidad. Aminta se supera y hace una replica más que satisfactoria y sirve así para el lucimiento general del evento artístico.
Ficha artística
Obra: Golondrina. Autora: Aminta De Lara Rojas. Actrices: Caridad Canelón y Aminta De Lara Rojas. Música: María Eugenia Atilano. Fotografía, iluminación y dirección técnica: Carlos Ayesta. Dirección: Aminta De Lara Rojas. Producción: Luisa De La Ville y Mauro Costero.
Golondrina incestuosa
Esas atribuladas mujeres toman un cojín y lo aplastan contra la cara del anciano, que, enfermo y adormilado, reposa en un sillón. Lo hacen con fuerza y durante suficientes segundos para provocarle un paro respiratorio y mandarlo directo al infierno, por lo menos. Sin pensarlo mucho, y confiadas en la ruidosa soledad que las acompaña, han cometido un parricidio, otro más en la historia de la humanidad. Es la venganza que asumen y ejecutan las desesperadas hermanas Carmen Elena y Claudia, tras reencontrarse con su progenitor, Manuel Felipe López, en un apartamento del centro de Caracas.
No es una reseña más de otro asesinato escenificado en la nada bucólica capital venezolana. Es el epilogo de la pieza teatral Golondrina, escrita por Aminta De Lara Rojas (Caracas, 1957), la cual hace temporada en el Teatro Trasnocho, bajo la dirección de su autora, quien además actúa al lado de Caridad Canelón.
En la Caracas del 23 de enero de 2002 se desarrolla Golondrina. La urbe hierve entre marchas y contra marchas, de chavistas y antichavistas, quienes con música, gritos y pancartas, además de exhibir sus uniformes, rojos y blancos, dirimen una disputa política a la venezolana, la cual lleva no menos de 200 años; un siglo antes, los bisabuelos de esos marchistas habrían escenificado sus divergencias blandiendo machetes y a plomazo limpio, pero la cacareada civilización “apetrolada” ha logrado que sea diferente, por ahora.
Mientras en un edificio de la Avenida Lecuna, un viejo patriarca agoniza en su vetusto apartamento; el tráfico vehicular es un caos, la ciudad está colapsada y de momento es imposible que una ambulancia logre llegar para auxiliarlo. Esas particulares circunstancias fuerzan lo que parecía imposible: el reencuentro de sus hijas Claudia y Carmen Elena López, profesionales adultas con visiones muy distintas de la política y la vida, una chavista y madre, y la otra solterona y rival política, muy distanciadas en su intento por superar aquella infancia disfuncional que aún las acosa y atormenta.
Ambas fueron violadas por su papá biológico y el hogar familiar se transformó en tormentoso recuerdo y en infierno porque la ley que se aplicó fue la del silencio, a cal y canto, aunque el divorcio resolvió parte de la separación y justificó las soledades acompañadas de las abusadas y su madre.
Pulcro montaje
Golondrina no plasma un tema frecuente, ni un argumento fácil para una obra teatral venezolana. Aminta De Lara Rojas, nieta de una célebre mecenas de las artes y fundadora del Ateneo de Caracas, la escribió con corrección que asombra y además logró escenificarla con pulcritud y mínimos recursos escénicos, lo cual hace ejemplar su trabajo. Ya la habíamos visto, hacia 2007, en Nueva York, y ahora en Caracas se palpa y se siente más consolidada, más teatralmente hablando. Contiene lenguaje justo y acciones básicas para plasmar una historia estrujante. Una ficción sobre numerosas y sórdidas realidades que casi nadie se atreve a llevar al escenario para respetar a las víctimas y por piedad cristiana hacia sus protagonistas, quienes deben sobrevivir en medio de monstruos y fantasmas que transforman esos desgraciados hogares en infiernillos terrenales. La dramaturga, que tiene ya una media docena de obras, investigó, analizó y produjo un texto que es histórico por sus contenidos.
Pero como de teatro se trata, Golondrina tiene múltiples interpretaciones o metáforas, dependiendo de la cultura, la sensibilidad y las historias personales de cada uno de los espectadores que la contemplen durante sus 80 minutos de su representación.
El montaje usa diversos iconos de la pugna política entre chavistas y antichavistas, mientras diez pantallas repiten gráficas alusivas a las manifestaciones. La atmósfera escénica subraya que todo eso transcurre en una etapa de la Venezuela del siglo XXI. De eso no queda duda alguna y además unas cuantas líneas de los acosados personajes lo reiteran. Pero, y creemos que es lo más importante, el espectáculo Golondrina no cae en el panfleto y deja que el público saque sus conclusiones: unas mujeres se vengan o ayudan a bien morir a un hombre que las arruinó psicológica y físicamente para siempre. Crimen que no limpia nada y acentúa el pasado convertido en patético presente.
Mención especial merecen las actrices: Caridad reitera su veteranía y exhibe su sensibilidad. Aminta se supera y hace una replica más que satisfactoria y sirve así para el lucimiento general del evento artístico.
Ficha artística
Obra: Golondrina. Autora: Aminta De Lara Rojas. Actrices: Caridad Canelón y Aminta De Lara Rojas. Música: María Eugenia Atilano. Fotografía, iluminación y dirección técnica: Carlos Ayesta. Dirección: Aminta De Lara Rojas. Producción: Luisa De La Ville y Mauro Costero.
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