Gracias a Dios, el teatro venezolano no se escribe, ni se produce, ni se pondera únicamente en Caracas. Por eso también hay importantes manifestaciones teatrales en varias ciudades y en unos cuantos de sus 333 municipios. Esa diversidad escénica, la cual está recargada o favorece numéricamente a la capital de la república, hace atractiva cualquier expedición que se organice para ver cómo están o qué hacen los teatreros en cada una las regiones. Y lo atestiguamos aquí, por ahora, después que pasamos tres días en la Isla Margarita.
Decimos esto, que tiene mucho que ver con la geopolítica cultural nacional, porque José Rafael Salas Verde (nativo de Juan Griego), con 70 años a bordo de si mismo, ya ha entregado cinco décadas al teatro, el cine y la televisión criollos, pero durante las dos últimas ha producido montajes, capacitado comediantes y educado espectadores, en la comunidad de Los Robles, del municipio Manuel Plácido Maneiro, de la venezolanísima Nueva Esparta.
Salitas, tal como se le conoce en el medio artístico, es un versátil artista, quien, con algunos ex integrantes del Núcleo Nueva Esparta del Teatro Nacional Juvenil de Venezuela, logró la creación de la Sociedad Civil Pequeño Teatro de los Robles para fortalecer al arte regional y desarrollar un trabajo integral de perfeccionamiento y profesionalización para las nuevas generaciones.
El Pequeño Teatro de Los Robles ha desarrollado alternativas para la creación, y promovido la acción colectiva de directores, dramaturgos, escenógrafos, vestuaristas, iluminadores y actores, para lo cual convocó a una empresa comunitaria de renovación constante, abriendo fuentes de trabajo a los egresados de sus talleres de formación. Su objetivo principal, con las producciones, es estudiar dramaturgos criollos y foráneos que aborden temas de interés social con argumentos sencillos que sean entendibles para el público. Su norte ha sido trabajar con un teatro proveniente del pueblo y para el pueblo.
Desde el 28 de junio de 2.007, Día Nacional del Teatro, tiene una sede que genera “verdes envidias”, en la casona N° 60 de la calle Libertad. Actualmente, ahí presenta la pieza La gota que horada la piedra de la argentina Cristina Merelli (60 años), con las actuaciones de Alberto Millán y Pierina Rojas, y la participación de las técnicas Josmary Millán y María Pereira.
Artista plástica y autora de no menos de 20 dramas además de libros de cuentos y poesía, Cristina Merelli ha recibido muchos premios literarios y el más reciente de ellos es el National Comic Theatre Contest de 2001 (Neuquén, Argentina) por La gota que horada la piedra. Ahí ella le recuerda al público, con obvio humor metafórico, que las casas y las parejas se parecen, porque si se destruye la pareja se derrumba la vivienda. Es la saga de un matrimonio donde ella es una pequeña burguesa y él un comunista renegado, quienes después de 15 años de vida en común entran en crisis, porque ninguno ve que se hayan cristalizado sus metas o ambiciones personales, al mismo tiempo que la pasión ha desaparecido y solo queda el recuerdo de un amor suplantado por la rutina. Ella vive metida en un mundo paralelo que no le permite ver la triste realidad personal que en realidad se encuentra atravesando. Mientras él tampoco ve la realidad que lo devora, por lo cual chocan constantemente. En síntesis, ahí se muestran los entretelones de una relación desgastada y el derrumbe de las ilusiones que en otro tiempo mantuvieron viva la esperanza de una vida mejor.
Como toda obra teatral bien construida, esta pieza argentina, adaptada inteligentemente a la realidad venezolana, apoya y hace mucho más interesante y profesional el trabajo del director Salitas, quien destaca por la atinada precisión y consecución de cada una de las atmósferas y los sucesivos desenlaces del discurso escénico, sumado además a la fundamental entrega de sus jóvenes intérpretes, a quienes el formó en sus talleres, para obtener así un contundente trabajo teatral.
En síntesis, es un espectáculo educativo, especialmente para los matrimonios, pero además, y lo más importante y lo más destacado, es la obvia invitación a reflexionar sobre la metáfora del evento escénico, porque la casa que se derrumba y la pareja que se desintegra, es también un país que se hunde porque sus habitantes se violentan y pretender desplazar o desaparecer al contrario o rival. Es una clase magistral sobre la necesidad de la conciliación, porque a nada conduce el enfrentamiento crispado, el agrio exabrupto, la belicosidad visceral, salvo a la involución, al regreso a la época cavernícola, parafraseando lo escrito por la jueza española Clara Bayarri, en la pagina de opinión del diario El País, de Madrid, del 22 de abril de 2010.
Decimos esto, que tiene mucho que ver con la geopolítica cultural nacional, porque José Rafael Salas Verde (nativo de Juan Griego), con 70 años a bordo de si mismo, ya ha entregado cinco décadas al teatro, el cine y la televisión criollos, pero durante las dos últimas ha producido montajes, capacitado comediantes y educado espectadores, en la comunidad de Los Robles, del municipio Manuel Plácido Maneiro, de la venezolanísima Nueva Esparta.
Salitas, tal como se le conoce en el medio artístico, es un versátil artista, quien, con algunos ex integrantes del Núcleo Nueva Esparta del Teatro Nacional Juvenil de Venezuela, logró la creación de la Sociedad Civil Pequeño Teatro de los Robles para fortalecer al arte regional y desarrollar un trabajo integral de perfeccionamiento y profesionalización para las nuevas generaciones.
El Pequeño Teatro de Los Robles ha desarrollado alternativas para la creación, y promovido la acción colectiva de directores, dramaturgos, escenógrafos, vestuaristas, iluminadores y actores, para lo cual convocó a una empresa comunitaria de renovación constante, abriendo fuentes de trabajo a los egresados de sus talleres de formación. Su objetivo principal, con las producciones, es estudiar dramaturgos criollos y foráneos que aborden temas de interés social con argumentos sencillos que sean entendibles para el público. Su norte ha sido trabajar con un teatro proveniente del pueblo y para el pueblo.
Desde el 28 de junio de 2.007, Día Nacional del Teatro, tiene una sede que genera “verdes envidias”, en la casona N° 60 de la calle Libertad. Actualmente, ahí presenta la pieza La gota que horada la piedra de la argentina Cristina Merelli (60 años), con las actuaciones de Alberto Millán y Pierina Rojas, y la participación de las técnicas Josmary Millán y María Pereira.
Artista plástica y autora de no menos de 20 dramas además de libros de cuentos y poesía, Cristina Merelli ha recibido muchos premios literarios y el más reciente de ellos es el National Comic Theatre Contest de 2001 (Neuquén, Argentina) por La gota que horada la piedra. Ahí ella le recuerda al público, con obvio humor metafórico, que las casas y las parejas se parecen, porque si se destruye la pareja se derrumba la vivienda. Es la saga de un matrimonio donde ella es una pequeña burguesa y él un comunista renegado, quienes después de 15 años de vida en común entran en crisis, porque ninguno ve que se hayan cristalizado sus metas o ambiciones personales, al mismo tiempo que la pasión ha desaparecido y solo queda el recuerdo de un amor suplantado por la rutina. Ella vive metida en un mundo paralelo que no le permite ver la triste realidad personal que en realidad se encuentra atravesando. Mientras él tampoco ve la realidad que lo devora, por lo cual chocan constantemente. En síntesis, ahí se muestran los entretelones de una relación desgastada y el derrumbe de las ilusiones que en otro tiempo mantuvieron viva la esperanza de una vida mejor.
Como toda obra teatral bien construida, esta pieza argentina, adaptada inteligentemente a la realidad venezolana, apoya y hace mucho más interesante y profesional el trabajo del director Salitas, quien destaca por la atinada precisión y consecución de cada una de las atmósferas y los sucesivos desenlaces del discurso escénico, sumado además a la fundamental entrega de sus jóvenes intérpretes, a quienes el formó en sus talleres, para obtener así un contundente trabajo teatral.
En síntesis, es un espectáculo educativo, especialmente para los matrimonios, pero además, y lo más importante y lo más destacado, es la obvia invitación a reflexionar sobre la metáfora del evento escénico, porque la casa que se derrumba y la pareja que se desintegra, es también un país que se hunde porque sus habitantes se violentan y pretender desplazar o desaparecer al contrario o rival. Es una clase magistral sobre la necesidad de la conciliación, porque a nada conduce el enfrentamiento crispado, el agrio exabrupto, la belicosidad visceral, salvo a la involución, al regreso a la época cavernícola, parafraseando lo escrito por la jueza española Clara Bayarri, en la pagina de opinión del diario El País, de Madrid, del 22 de abril de 2010.
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