Tan mal no anda el teatro caraqueño, aunque algunos lo tilden de subdesarrollado, netamente banal o profundamente comercial porque utiliza intérpretes afamados con sus performances televisivas. Lo cierto es que, en ocasiones, se presentan montajes de características excepcionales o novedosas, los cuales sacuden al chinchorro aburguesado en que espectadores y artistas hacen su siesta digestiva.
Tal es el caso de Machete Caníbal, coproducido por Francisco Denis Boulton y su grupo Río Teatro Caribe, la banda de rock Quinto Aguacate y el Goethe Institut Venezuela. La obra cuenta con las conmovedoras actuaciones de Vera Linares, Pastor Oviedo, Dixon Acosta, Mauricio Gómez, Osleída Pérez y Susana López. Los músicos que los acompañan, dirigidos por Edgar Moreno, son Carlos Almaral, Aarón Estraño, Alejandro Huizi, José Estraño, Mohamed Hussain y la cantante Ana Rosa Rodríguez, son vitales para la atmosfera del montaje. El diseño y realización de vestuario y escenografía es otro aporte creativo de Rafael Sequera, y la dramaturgia adelantada por Arved Schultze y el propio Francisco Denis Boulton, la cual revela un trabajo asombroso de síntesis.
Raro montaje
Francisco Denis Boulton, quien inauguró su abecé teatral con el grupo Malayerba de Ecuador para después estudiar en la escuela de Jacques Lecog y participar en la compañía de Philippe Genty, es uno de los más extraños teatristas criollos. Su rareza consiste en que lleva, más de una década, mostrando un teatro contracorriente, una entretenida mezcla de circo de salón con teatro de texto. Eso gusta o disgusta, pero es imposible ignorarlo si se tiene en cuenta la monótona cartelera caraqueña.
Ahora, después de su espectacular comedia erótica Sexo de René Pollesch, premiada durante la temporada 2010, se dejó atrapar por unas cuantas fabulas europeas y latinoamericanas sobre la leyenda de El Dorado, una fantástica región en America del Sur repleta de minas de oro y de piedras y maderas preciosas, para cuyo descubrimiento y conquista vinieron varias expediciones desde las codiciosas cortes europeas.
Tras leerse todo lo que encontró, además de los puntuales textos de Arturo Uslar Pietri, Miguel Otero Silva y Francisco Herrera Luque, se bebió la historia sobre la intervención de Henry Ford para fundar la población Fordlandia en territorio brasileño, a principios de 1930, a orillas del río Tapajos, afluente del Amazonas, y por si fuera poco Francisco Denis se enamoró del relato Yo soy una peyoma de Helena Valero.
En sìntesis, Machete Caníbal parte del mitológico El Dorado para narrar la historia cruel de la conquista europea en Venezuela, para lo cual se eligieron tres momentos: el primero, entre 1528 y 1546, cuando la corona española cedió la Provincia de Venezuela a los banqueros y armadores alemanes; este acto lo encabeza Felipe Von Hutten, quien cree en El Dorado de los Omaguas y es el conquistador que justifica toda la barbarie de la conquista. En el segundo acto esta Lope de Aguirre, el soldado conquistador que se convierte en el líder de los Marañones, primer movimiento de españoles en tierra Americana que se revela contra la Corona. Y el tercer episodio es Fordlandia, pueblo creado hacia 1920 por Henry Ford, pero con reglas muy distantes a la cultura latinoamericana.
En este contexto o telón teatral de fondo se hilvana un relato casi antropológico con la saga de amor y sumisión de Napeyoma (mujer extranjera en lengua Yanomami) y el indio Akawé, uno de sus maridos. Napeyoma es Helena Valero, campesina criolla que vivía en la frontera brasileñavenezolana en el año 1932, quien fue raptada por una tribu Yanomami durante 24 años.
Hiperkinética y lúdica ceremonia
Pero si la estructura dramática es conmovedora, la puesta en escena, que se realiza en un espacio escénico no convencional, es una extenuante e hiperkinética y lúdica ceremonia, de unos 150 minutos. Ahí hay televisión, teatro puro y hasta ron en pico de botella, para demostrar así el algunas verdades sobre la colonización europea y después el avance del imperialismo estadounidense, mientras los criollos tratan de sobrevivir con los aborígenes. Todo eso se materializa en medio de esas pulsiones físicas y psicológicas que mueven a los seres humanos y lo convierten en esclavos de quienes las manipulen, como son el amor y el sexo.
No hay tiempo para aburrirse en Machete Caníbal, porque la característica del montaje es la violencia de su teatro físico además del juego farsesco de sus actores y, por si fuera poco, su ácida música, un coctel de rock pesado, salsa brava y ritmos afro venezolanos. Con todo aquello no se pueden pegar los ojos ni dormir las espaldas de nadie. Es toda una novedad en esta Caracas la horrible.
A todo este monumental trabajo con teatro, danza y música se le rotuló como “Machete Caníbal porque la historia de este continente está hecha a punta de machete y ser caníbal es una forma de cazar, de comerse al otro”, afirma Francisco Denis.
Río Teatro Caribe
Francisco Denis Boulton (Caracas, 1962) funda la agrupación Río Teatro Caribe en la sucrense población de Río Caribe, hacia 1994, pero en 1999 se traslada a Caracas para inaugurar la Sala Río Teatro Caribe. Ahí, en una quinta de San Bernardino, ha mantenido una programación constante además de talleres de perfeccionamiento y exploración del lenguaje teatral y dancístico. Ha presentado, en su espacio, o en otras salas caraqueñas, montajes como Sexo, Sueño pelele, La dama rota, Toto, Yayo, Tulio y Talía, Terra Nostra, El temblor de la sonrisa y ahora Machete Caníbal. Hace un teatro, raro, extraño, porque no maneja códigos conocidos dentro de la vida cultural capitalina. Para este artista y su gente, la metáfora escénica es asumida siempre en su totalidad. En sus espectáculos, el público se ve obligado a convertirse en creador de una obra, donde, por lo general, las imágenes toman cuerpo y movimiento y se presentan de manera surrealista. Sus performances, a veces complejas en su sintaxis conceptual, se nutren de múltiples universos poéticos, ancestrales, históricos y con imágenes provocadoras, pero ocasiones también poseen un cierto aire absurdo y cómico, con escenas inscritas en una poética sugerente, simple pero profunda. En el terreno de lo simbólico, trata de ser coherente con sus propuestas o verosímil, así la historia tenga que armarla el espectador según su propio mundo referencial, que es la gran posibilidad que da el teatro que elabora la metáfora como ficción.
Tal es el caso de Machete Caníbal, coproducido por Francisco Denis Boulton y su grupo Río Teatro Caribe, la banda de rock Quinto Aguacate y el Goethe Institut Venezuela. La obra cuenta con las conmovedoras actuaciones de Vera Linares, Pastor Oviedo, Dixon Acosta, Mauricio Gómez, Osleída Pérez y Susana López. Los músicos que los acompañan, dirigidos por Edgar Moreno, son Carlos Almaral, Aarón Estraño, Alejandro Huizi, José Estraño, Mohamed Hussain y la cantante Ana Rosa Rodríguez, son vitales para la atmosfera del montaje. El diseño y realización de vestuario y escenografía es otro aporte creativo de Rafael Sequera, y la dramaturgia adelantada por Arved Schultze y el propio Francisco Denis Boulton, la cual revela un trabajo asombroso de síntesis.
Raro montaje
Francisco Denis Boulton, quien inauguró su abecé teatral con el grupo Malayerba de Ecuador para después estudiar en la escuela de Jacques Lecog y participar en la compañía de Philippe Genty, es uno de los más extraños teatristas criollos. Su rareza consiste en que lleva, más de una década, mostrando un teatro contracorriente, una entretenida mezcla de circo de salón con teatro de texto. Eso gusta o disgusta, pero es imposible ignorarlo si se tiene en cuenta la monótona cartelera caraqueña.
Ahora, después de su espectacular comedia erótica Sexo de René Pollesch, premiada durante la temporada 2010, se dejó atrapar por unas cuantas fabulas europeas y latinoamericanas sobre la leyenda de El Dorado, una fantástica región en America del Sur repleta de minas de oro y de piedras y maderas preciosas, para cuyo descubrimiento y conquista vinieron varias expediciones desde las codiciosas cortes europeas.
Tras leerse todo lo que encontró, además de los puntuales textos de Arturo Uslar Pietri, Miguel Otero Silva y Francisco Herrera Luque, se bebió la historia sobre la intervención de Henry Ford para fundar la población Fordlandia en territorio brasileño, a principios de 1930, a orillas del río Tapajos, afluente del Amazonas, y por si fuera poco Francisco Denis se enamoró del relato Yo soy una peyoma de Helena Valero.
En sìntesis, Machete Caníbal parte del mitológico El Dorado para narrar la historia cruel de la conquista europea en Venezuela, para lo cual se eligieron tres momentos: el primero, entre 1528 y 1546, cuando la corona española cedió la Provincia de Venezuela a los banqueros y armadores alemanes; este acto lo encabeza Felipe Von Hutten, quien cree en El Dorado de los Omaguas y es el conquistador que justifica toda la barbarie de la conquista. En el segundo acto esta Lope de Aguirre, el soldado conquistador que se convierte en el líder de los Marañones, primer movimiento de españoles en tierra Americana que se revela contra la Corona. Y el tercer episodio es Fordlandia, pueblo creado hacia 1920 por Henry Ford, pero con reglas muy distantes a la cultura latinoamericana.
En este contexto o telón teatral de fondo se hilvana un relato casi antropológico con la saga de amor y sumisión de Napeyoma (mujer extranjera en lengua Yanomami) y el indio Akawé, uno de sus maridos. Napeyoma es Helena Valero, campesina criolla que vivía en la frontera brasileñavenezolana en el año 1932, quien fue raptada por una tribu Yanomami durante 24 años.
Hiperkinética y lúdica ceremonia
Pero si la estructura dramática es conmovedora, la puesta en escena, que se realiza en un espacio escénico no convencional, es una extenuante e hiperkinética y lúdica ceremonia, de unos 150 minutos. Ahí hay televisión, teatro puro y hasta ron en pico de botella, para demostrar así el algunas verdades sobre la colonización europea y después el avance del imperialismo estadounidense, mientras los criollos tratan de sobrevivir con los aborígenes. Todo eso se materializa en medio de esas pulsiones físicas y psicológicas que mueven a los seres humanos y lo convierten en esclavos de quienes las manipulen, como son el amor y el sexo.
No hay tiempo para aburrirse en Machete Caníbal, porque la característica del montaje es la violencia de su teatro físico además del juego farsesco de sus actores y, por si fuera poco, su ácida música, un coctel de rock pesado, salsa brava y ritmos afro venezolanos. Con todo aquello no se pueden pegar los ojos ni dormir las espaldas de nadie. Es toda una novedad en esta Caracas la horrible.
A todo este monumental trabajo con teatro, danza y música se le rotuló como “Machete Caníbal porque la historia de este continente está hecha a punta de machete y ser caníbal es una forma de cazar, de comerse al otro”, afirma Francisco Denis.
Río Teatro Caribe
Francisco Denis Boulton (Caracas, 1962) funda la agrupación Río Teatro Caribe en la sucrense población de Río Caribe, hacia 1994, pero en 1999 se traslada a Caracas para inaugurar la Sala Río Teatro Caribe. Ahí, en una quinta de San Bernardino, ha mantenido una programación constante además de talleres de perfeccionamiento y exploración del lenguaje teatral y dancístico. Ha presentado, en su espacio, o en otras salas caraqueñas, montajes como Sexo, Sueño pelele, La dama rota, Toto, Yayo, Tulio y Talía, Terra Nostra, El temblor de la sonrisa y ahora Machete Caníbal. Hace un teatro, raro, extraño, porque no maneja códigos conocidos dentro de la vida cultural capitalina. Para este artista y su gente, la metáfora escénica es asumida siempre en su totalidad. En sus espectáculos, el público se ve obligado a convertirse en creador de una obra, donde, por lo general, las imágenes toman cuerpo y movimiento y se presentan de manera surrealista. Sus performances, a veces complejas en su sintaxis conceptual, se nutren de múltiples universos poéticos, ancestrales, históricos y con imágenes provocadoras, pero ocasiones también poseen un cierto aire absurdo y cómico, con escenas inscritas en una poética sugerente, simple pero profunda. En el terreno de lo simbólico, trata de ser coherente con sus propuestas o verosímil, así la historia tenga que armarla el espectador según su propio mundo referencial, que es la gran posibilidad que da el teatro que elabora la metáfora como ficción.
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