Su soledad de viudo la resolvió con viajes, lecturas y rocambolescas aventuras románticas e increíbles luchas libertarias que acometió junto a otros jóvenes. Vivía en la Caracas prerevolucionaria y militó en las conspiraciones contra el imperio español hasta llegar a comandar e imponer la empresa libertadora más grande realizada en el continente americano. Era y es Simón Bolívar (Caracas, 24.07.1783/Santa Marta, 30.12. 1830).
Tras hacer una exhaustiva investigación histórica, Roberto Azuaje (Caracas, 1965) se atrevió a escribir una pieza de ficción sobre el romance y la estrujante viudez de Bolívar (desde los 19 años). Lo obtenido es Bolívar doméstico, melodrama de un acto para 70 minutos, el cual mereció el Premio César Rengifo de Fundarte. Ahí se destaca el breve romance y matrimonio de Simón con María Teresa Rodríguez del Toro, donde hay desde un risueño flirteo shakesperiano hasta la alegoría heroica, al tiempo que se subrayan las envidiosas traiciones que amargaron sus últimos años y pretendieron negarle su gloria y su grandeza,
Azuaje no se quedó en la mera saga romántica y la combina con el enojoso desengaño del Libertador por todas sus luchas, tal como lo expresa durante un histórico encuentro peripatético con el general Joaquín Posada en la lejana Popayán, en enero de 1829, cuando carujos y pancistas, además de los áulicos de Santander, conspiraban victoriosos contra la Gran Colombia.
Hay una gran audacia y además talento de este dramaturgo para proponer esas complejas situaciones en un mismo espectáculo, lo cual es logrado, perfectamente, por el director Adolfo Nitoli, apuntalado en ese ambicioso elenco que integraron Fernando Moreno y José Luis Useche (convincentes Simones Bolívares), Adriana Gavini, Giovanny García, César Bencid, Salomón Adames, Elvis Chaveinte, María Alejandra Teliz, María Brito, Argenis Cariaco y Franklin Ron. Ayudados todos por “los técnicos” precisos Alfredo Caldera (iluminación), Héctor Becerra (escenografía) y Rafael Tovar con un vestuario anacrónico para buscar una ruptura espacial e histórica y además recordar la vigencia de la historia bolivariana.
El director Nitoli, quien debutaba en tales complejos avatares de la creación escénica, resolvió muy bien las atmósferas románticas y el paseo de Bolívar por el patio de butacas del teatro Municipal, para materializar su atormentado deambular por la fría Popayán. Pero lo más impactante es el final: todos los personajes regresan a escena y ven partir a Bolívar hacia la inmortalidad de la historia, simbolizada en un ciclorama que se abre y lo arropa con una gran luz.
No nos fueron fáciles los 70 minutos del espectáculo porque conocíamos la historia real y la teatral. Sabíamos, como toda la audiencia también, de la tragedia de María Teresa y Simón y todo lo que vino después. Nuestra satisfacción antes esos breves meses de felicidad se transformó después en un nudo en la garganta al palpar la traición perenne que ha pretendido destruir su sueño de libertad e igualdad. La comedia se convirtió en tragedia.
Ahi esta,pues, Bolivar doméstico recordando la humano que era y es el héroe.
Tras hacer una exhaustiva investigación histórica, Roberto Azuaje (Caracas, 1965) se atrevió a escribir una pieza de ficción sobre el romance y la estrujante viudez de Bolívar (desde los 19 años). Lo obtenido es Bolívar doméstico, melodrama de un acto para 70 minutos, el cual mereció el Premio César Rengifo de Fundarte. Ahí se destaca el breve romance y matrimonio de Simón con María Teresa Rodríguez del Toro, donde hay desde un risueño flirteo shakesperiano hasta la alegoría heroica, al tiempo que se subrayan las envidiosas traiciones que amargaron sus últimos años y pretendieron negarle su gloria y su grandeza,
Azuaje no se quedó en la mera saga romántica y la combina con el enojoso desengaño del Libertador por todas sus luchas, tal como lo expresa durante un histórico encuentro peripatético con el general Joaquín Posada en la lejana Popayán, en enero de 1829, cuando carujos y pancistas, además de los áulicos de Santander, conspiraban victoriosos contra la Gran Colombia.
Hay una gran audacia y además talento de este dramaturgo para proponer esas complejas situaciones en un mismo espectáculo, lo cual es logrado, perfectamente, por el director Adolfo Nitoli, apuntalado en ese ambicioso elenco que integraron Fernando Moreno y José Luis Useche (convincentes Simones Bolívares), Adriana Gavini, Giovanny García, César Bencid, Salomón Adames, Elvis Chaveinte, María Alejandra Teliz, María Brito, Argenis Cariaco y Franklin Ron. Ayudados todos por “los técnicos” precisos Alfredo Caldera (iluminación), Héctor Becerra (escenografía) y Rafael Tovar con un vestuario anacrónico para buscar una ruptura espacial e histórica y además recordar la vigencia de la historia bolivariana.
El director Nitoli, quien debutaba en tales complejos avatares de la creación escénica, resolvió muy bien las atmósferas románticas y el paseo de Bolívar por el patio de butacas del teatro Municipal, para materializar su atormentado deambular por la fría Popayán. Pero lo más impactante es el final: todos los personajes regresan a escena y ven partir a Bolívar hacia la inmortalidad de la historia, simbolizada en un ciclorama que se abre y lo arropa con una gran luz.
No nos fueron fáciles los 70 minutos del espectáculo porque conocíamos la historia real y la teatral. Sabíamos, como toda la audiencia también, de la tragedia de María Teresa y Simón y todo lo que vino después. Nuestra satisfacción antes esos breves meses de felicidad se transformó después en un nudo en la garganta al palpar la traición perenne que ha pretendido destruir su sueño de libertad e igualdad. La comedia se convirtió en tragedia.
Ahi esta,pues, Bolivar doméstico recordando la humano que era y es el héroe.
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