¿Sería chavista el dramaturgo
César Rengifo (Caracas, 1915/1980) si hubiese sobrevivido a sus dolencias? No sé, lo que denunció con su teatro no era
exclusivo, porque el resto de la inteligencia venezolana, especialmente la
izquierdista, también luchó para detener ese proceso desgastador que durante el
siglo XX significó la explotación de los hidrocarburos. No hay que ser chavista
para execrar los abusos cometidos no sólo por las empresas sino por los
gobiernos títeres. Todo lo que advirtió se cumplió y aunque al final el
petróleo fue controlado por el Estado venezolano, las secuelas de aquellos
nefastos años no han podido curarse, ni los muertos inocentes resucitarán
jamás.
Él hizo lo suyo al escribir
su teatro, pero pocos le hicieron caso y las consecuencias están a la vista,
porque “ya no somos un país independiente
económicamente. Junto con el alud del capital extranjero, explotador, nos llega
también una pseudo civilización estandarizada. Y junto a los ranchos, habitados
por gente depauperada y sin ninguna cultura, aparece la pseudocultura del
petróleo”.
Conocí de trato y
palabra a César y su radicalismo me conquistó.Lo recuerdo ahora al ver y
degustar el excelente espectáculo Bajo
tierra, que ha presentado Rio Teatro Caribe y Auyan Tepui Producciones en Unearte, bajo la
dirección de Francisco Denis Boulton y
con el desenfadado apoyo actoral de Verónica Arellano, Gladys Prince, Zair Mora,
Luis Domingo González, Jesús Carreño y Antony Castillo, dentro del dispositivo
creado por Rafael Sequera.
Bajo tierra es un inteligente y
amoroso ensamblaje, logrado por Karin Valecillos, de cuatro piezas de César
sobre la explotación petrolera: Las mariposas de
la oscuridad (1951-1956), El vendaval amarillo (1952), El raudal de los muertos cansados
(1969) y Las torres y el viento (1969). Ahí resumió los inenarrables
avatares de los trabajadores del petróleo y la de los campesinos desplazados por
tan cruel industria. Escribió, pues, para
advertir sobre las frustraciones de un amplio sector de la sociedad venezolana
por el sinuoso destino de la renta petrolera, además de la muerte lenta de la
agricultura y el éxodo de los campesinos a las grandes ciudades para buscar un
destino incierto o esquivo, al tiempo que señaló la incesante sustitución de la
cultura nacional por una foránea, “bien servida” por todos los medios de
comunicación.
El director Denis Boulton quería
montar esos textos pero no consiguió los recursos financieros y optó por el
comprimido que le hizo Vallecilos. Plasmó la parodia de un programa de
televisión que es visto por una abuela, su hija, mientras al nieto lo devora la
Internet, en cualquier hogar venezolano.
Trabajó
con esa fusión y los mínimos actores, reelaborando lenguaje y puntualizando
acciones escénicas. Toda una estética de la sencillez que ha mostrado en sus
anteriores montajes, como Machete
caníbal o Sexo. El espectáculo
se centra en el relato de la desgracia humana como consecuencia de la miserable
explotación del recurso natural y el engaño a que se sometió al campesino
principalmente. El humor es el otro personaje presente y es bálsamo para digerir
todas las desgracias de esos seres arruinados sin saber porque.
El
montaje se llama Bajo tierra porque
el petróleo se extrae del suelo y para
hacer referencia a los hombres que trabajan bajo tierra, a una cultura que
queda bajo tierra y un país que quizá, todavía, está bajo tierra en el sentido
que depende de este ‘oro negro’, y esto no solo interviene en lo económico sino
en muchos ámbitos sociales y culturales.
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