El venezolano Joel Novoa Schneider, unigénito de los artistas
José Ramón y Elia, inició su carrera de cineasta al estrenar su ópera prima Esclavo de Dios y lograr que no pasara desapercibida gracias a la compleja
temática abordada y la correcta y humilde factura de su producción.
Esclavo
de Dios es, para nuestros
gustos y disgustos, una modesta ficción sobre un atentado terrorista cometido
el 18 de julio de 1994 en la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en
Buenos Aires, donde perecieron 85 personas, además del atacante suicida, y no
menos de 300 heridos. El guionista Fernando Butazzoni redujo casi todas las
hipótesis reales del siniestro suceso a una rocambolesca guerra a muerte entre
una célula terrorista musulmana y el Mossad (el
todopoderoso servicio secreto de Israel), la cual se escenifica, fundamentalmente
en la capital argentina y Caracas. Nada hay en ese filme sobre el trasfondo
nuclear que habría incitado a la agresión terrorista y donde estaría
involucrada hasta una poderosa nación
del Oriente Medio empeñada en tener su
propio armamento atómico. ¿Tenemos que esperar a que Hollywood haga una multimillonaria
película y plasme la verdad que ellos quieran contar?
¿Por qué este criollo Esclavo de Dios evade todo esa fantástica investigación policial
sobre la AMIA que mantuvo pendiente al mundo durante la última década del siglo
XX y se queda en un sencillo
thriller que tiene hasta un final inesperado y abierto?
No podemos hablar
de lo que no se hizo, sino ponderar lo exhibido, aunque el cineasta Novoa
Schneider ha dicho que ese crimen colectivo es el más grande de los últimos tiempos en America Latina y es grave que aún exista impunidad 19 años después…y
no
existe aún una película en género thriller del mismo tema. “Este atentado no es tan lejano a nosotros en
Venezuela, ya que existen teorías de vínculos desde ese momento. Es un caso de
intolerancia extrema y mostrar estas realidades ayuda a prevenir que ocurran
nuevamente”.
La acción fílmica está siempre en un óptimo
punto de ruptura, apuntalado en actores como Al Khaldi (Ahmed), Vando
Villamil (David), Daniela Alvarado (Inés), Laureano Olivares
(Tarik), Marialejandra Martín (Sara) y Jhonny Jabbour (Rasul), quienes crean verosímiles
personajes, muy teatrales además.
Que no se haya mostrado la película esperada
ante tales magnitudes argumentales es más que explicable, pero lo obtenido
demuestra que Novoa Schneider tiene
talento, sabe lo que debe ser el cine moderno y que su compromiso como artista
latinoamericano es importante y
fundamental, aunque no tenga dólares.Ahora es que comienza a subir la cuesta de la creación artística, muy competida ademas...pero sin soberbia puede llegar lejos.
Pero hay algo en Esclavo
de Dios que nos obliga a escribir: es un alegato por el amor y la paz entre
todos los seres humanos, especialmente quienes practican religiones monoteístas:
judíos, cristianos y musulmanes. Y lo remarca con su largo final: los contrincantes
liquidan al enemigo común y después se perdonan sus vidas, quizás para
disfrutar de sus familias, quienes son siempre las grandes perdedoras.
¿Invitaciòn al amor como lo ha predicado Dios y remarcado con sus profetas?
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