La novelística de Miguel Otero Silva fascinó al
director Carlos Giménez, quien se sacrificó para teatralizarla con su grupo
Rajatabla. Durante las temporadas de 1973, 1987 y 1992 mostró Fiebre,
prosiguió con Casas Muertas y Oficina Número 1 cerró su saga artística nada
menos. Él huracanado artista argentino decía que nadie logró captar las claves
de la Venezuela moderna y la esencia de su irredento pueblo, como lo hizo MOS,
crucial intelectual de izquierda.
Tenía entre sus proyectos a Cuando quiero llorar no lloro pero se
la dejó a Pepe Domínguez, quien desde la temporada del 2009 ha insistido con
dos versiones escénicas y ayer en el Celarg se sintió halagado al exhibir la
función 100, con elenco renovado y todo un brioso espectáculo. Él sueña con
otro centenar de presentaciones. Por supuesto que también avanza una tercera
generación de Rajatabla,institución que se niega a morir por ahora.
El primer montaje de Cuando quiero llorar no lloro no cuajó por dificultades con el guión, sumado al diseño de
una puesta nada dinámica y un contexto extrateatral que conspiró. Pero Domínguez,
con valiosa y plausible tozudez hispana, superó de principio a fin las
fallas anotadas: ahora hay más y mejores acciones dramáticas, menos narrativa y
la violencia verbal y la física, aunadas a la música y el baile, se toman
la escena para magnificar el discurso escénico y hacer llorar ante la tragedia
de esos tres muchachos, quienes son consumidos porque una sociedad que no se
apiadó de ellos y los sacrificó.
Cuando quiero llorar no lloro transcurre en Caracas,
entre el 8 de noviembre de 1948 y el mismo día en 1969. Nacimientos y muertes
de los protagonistas: Victorino Pérez, Victorino Perdomo y Victorino Peralta.
Uno es pobre, condenado por las condiciones sociales a ser delincuente. El otro
es clase media, estudiante de sociología que se incorpora a la guerrilla. El tercero
es un chico de la jaialai, convertido en patotero y practicante de
la violencia gratuita.
Los Victorinos constituyen un solo personaje-emblema de una juventud
condenada a la muerte prematura por la violencia, el alcohol y las
drogas, Este drama, explica el título rubendariano, “cuando
quiero llorar no lloro”, a la par que refleja la reacción emotiva y
racional del autor ante tan menguados destinos.
La virulenta fábula de tres
venezolanos-Victorino malandro, Victorino guerrillero y Victorino burgués- es
la metáfora de un país en construcción donde la continuidad de los procesos
sociales siempre se cortan de súbito; la violencia es el arma de los individuos
que continuamente tratan de buscar su pasado heroico, el de la independencia, y
una constelación de mártires anónimos siempre traicionados por las generaciones
siguientes.
Participan en este montaje más
de 60 personas entre actores, bailarines, músicos y cantantes encabezados por
Ángel Pájaro, Luis Alfredo Ramírez y Jean Carlos Rodríguez- tripleta de lujo-
como los Victorinos; Indira Jiménez, Adriana Bustamante y Tatiana Mabo son las
madres; Fran Maneiro, José Antonio Simons y José Luis Bolívar encarnan a los
padres, acompañados por alumnos y egresados del Taller Nacional de Teatro de la
Fundación Rajatabla. La producción general es de William López (José Rosario López),
presidente de la institución.
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