Desde Guanare vinieron trabajadores artistas |
Ostracismo, deportación, exilio o autoexilio son palabras que sangran y
enseñan lo mismo: soledad y desasosiego de quienes llevan tatuadas en sus
cuerpos tales cruces vejatorias contra sus derechos humanos. Para los antiguos griegos eran los máximos
castigos a que podían ser sometidos; para algunos eran peores que la muerte y
otros reconocían que eran muertes en vida.
Los chilenos que combatieron al régimen de Pinochet, desde aquel
siniestro septiembre de 1973, predicaron que el exilio es una violación a los
derechos fundamentales de la persona que pone en grave riesgo su integridad
física y psicológica, es factor desintegrador de la familia y elemento de
fractura de la unidad social de una nación. Por eso se ha dicho que ninguna
circunstancia permite justificar su existencia o atenuar sus consecuencias: el
exilio es una forma de represión específica de un Estado totalitario contra un
sector de la sociedad.
El teatro tiene centenares de piezas sobre esa temática, pero cuando
teatreros o espectadores han sufrido o viven el exilio o el autoexilio, los
rituales de su representación o de la contemplación de algunas de esas obras
conllevan siempre un desgarramiento íntimo, catártico o depurativo, pero
también desatan iras y agudizan contradicciones que pueden hasta generar
colapsos con pronósticos reservados.
Eso lo afirmamos en la temporada teatral de 2010 cuando evaluamos el valioso espectáculo sobre el exilio, creado a partir de la obra
Mientras te olvido del periodista venezolano
Andrés Correa Guatarasma, la cual, gracias a la especial y creativa versión de
la directora Virginia Aponte, hizo una primera temporada de ocho funciones en
la Universidad Católica Andrés Bello, contando con el comprometido y respetable
respaldo actoral de Soraya Siverio, Ellen Andara, Unai Amenabar y Leo Van Schermbeek.
Mientras te olvido es una fantástica historia de amor entre una pareja de exilados
separados por una revolución y quienes se reencuentran, años después, en Miami. Lo
que nunca esperó Correa Guatarasma era que la directora Virginia Aponte (nació
en La Habana y emigró a Caracas con 14 años) ambientara o desarrollara su pieza
dentro de un contexto cubano y además que sus personajes tuviesen el acento
isleño, gracias al talento de sus actores, hasta convertir Mientras te olvido en el melodrama de un matrimonio afectado
fatalmente por la revolución castrista. Esa versión escénica nos evoca a
Montoya saliendo de su casa en La Habana para comprar pan, pero tardará seis
años para reencontrarse con su esposa Celia, en Miami.
Pudo la directora Aponte realizar una lectura ecuménica o neutra,
teniendo en cuenta que el exilio o el autoexilio es “la moneda” más común o el
castigo que más se usa en este balcanizado continente. Lo hizo “a la cubana”, ya
que sus cuatro hijos venezolanos le dieron cinco nietos y porque aún espera ir
a Varadero donde jugó en su infancia. ¡Somos de la misma materia de los sueños!
ME FUI PARA NUEVA YORK
Recordamos esto porque gracias al VI Festival de Teatro de Caracas hemos
podido ver y evaluar al espectáculo Hecho
en Venezuela, escrito y dirigido por Aníbal Grunn, contando con el conmovedor
apoyo actoral -¿podría calificarse al estilo chejoviano?- de Wilfredo Peraza,
Carlos Moreno, Evis Cuellar y Mercy Mendoza, exhibido en la histórica Sala Alberto de
Paz y Mateos, aquel “portaaviones” que permitió
la triunfal insurgencia de El Nuevo Grupo y la consagración de autores como José
Ignacio Cabrujas, Isaac Chocrón y Román Chalbaud, entre otros, durante los últimos 40 años del
siglo XX.
Hecho en Venezuela, según nos contó el mismo Grunn, es un texto que surge de las
emociones de un cuarteto de actores y el autor-director (tres venezolanos, una
colombiana y un argentino), además de los indispensables técnicos criollos:
Alejandro Martínez y Luis España. “Todo aquello brotó del día a día, de la
cotidianidad. De escuchar tantas tonterías de un lado y del otro. Surge de mis
raíces como exiliado, como extranjero, como nieto de extranjeros. Surge del
amor que tengo por Venezuela, del dolor, de las entrañas. Hay mucho de
autobiográfico en algunos textos. Nunca
pensé en estructuras, ni en modelos prefabricados. En realidad nunca pensé sino
sentí, sentí todo lo que decía, lo que escribía. Si puedo asegurar que cuando
la terminé y la leí, tuve miedo, mucho miedo. Era la primera vez que decía
cosas tan duras y tan directas. Fue escrita en el 2015. La leímos y decidimos
dejarla reposar. Esperar para sacarla al aire. El proceso de ensayos también
fue muy enriquecedor. Yo escuchaba a los actores, discutíamos los textos,
modificábamos algunos, los adaptábamos a sus bocas, a sus emociones, a la vida
de esos personajes. En fin, sin ser una creación colectiva fue el colectivo que
terminó de darle forma al texto. La escogencia de las canciones de Maria Elena
Walsh (Como la cigarra) y Luis Fragachán
(El Norte es una quimera), entre
otras fue también un proceso, porque sabíamos que al lado había vecino y su
radio eran un personaje más, un personaje fundamental”.
Vimos, pues, Hecho en Venezuela y recordamos de inmediato a Mientras te olvido, porque los textos y sus escenificaciones están
hechos del mismo material y con el mecanismo teatral válido por su estremecedoras
humanidades, tal como lo hace Arthur Miller en su magistral pieza La
muerte de un viajante, precisamente cuando Willy Loman se reencuentra con
el fantasma de su hermano. Lo cual hace
universal y válida a la pieza venezolana mientras existan exiliados,
autoexiliados o deportados en el mundo.
Hecho en Venezuela es una hermosísima obra
sobre una temática que no es ajena para nosotros. También somos exiliados y
llevamos 48 años sin regresar, porque nuestro pasado se lo llevó esa perpetua tempestad
de sangre y violencia…y porque seríamos extranjeros en el que era nuestro
terruño y ahora es de otros. Alguien nos enseñó que todos los seres humanos
somos exilados en este miserable planeta… y al parecer tenía razón, aunque el
amor, cuando se consigue, suaviza la espera hasta la última cita.
Hecho en Venezuela no es otra cosa que el
reencuentro de un hermano con su hermana, César y Yolanda, después de largos 15
años de separación. Ella se fue con su esposo Mario (ingeniero petrolero
desempleado) a Estados Unidos y él se quedó con su mujer Julia y su hija Paula en
su casucha de un pueblo del llano venezolano. Estuvieron separados y seguirán
así hasta el fin de sus existencias, porque aunque Yolanda y César se
reencontraron y lamentaron que la sociedad venezolana los haya separado por
múltiples circunstancias. Incluso ella quería llevárselo para Dallas y hasta le
había conseguido empleo como experto mecánico automotriz, pero no acepta y opta
por quedarse en el mismo terruño. No por miedo sino por amor a su gente y sus
costumbres. Yolanda y su esposo se marcharon pero seguirán unidos por teléfono
y los sentimientos.
¿El mecánico llanero César hizo lo correcto o debía de haberse marchado,
en plena madurez existencial, a conocer otro mundo?
Es la pregunta que nos hacemos y que no respondemos porque tales decisiones
solamente las comprende o las sopesa el que ha sido extranjero y no quiere
repetir la experiencia una vez más .También hay algo de miedo a la aventura, a
lo desconocido, pero dejemos por ahora a esa pareja de llaneros venezolanos comiéndose
el duro pan que le da la patria mientras otros hacen sus vidas en tierra foráneas.
¿Es lo correcto? ¿Hay que respetar su
elección? Bien merece Hecho en Venezuela
un foro con los espectadores al final de cada representación, para lo cual esta
producción del Compañía Regional de Portuguesa (Carlos Arroyo) debería venir en
temporada a Caracas, donde hay muchos personajes como los que ahí materializan
esos comediantes que hacen su ritual escénico en el patio de esa modesta
casucha de Guanare.
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