lunes, julio 23, 2018

Duele y huele mal el cine venezolano

Miguel Curiel analiza la realidad actual del cine criollo.

No está bien el cine venezolano, vive otra vez una grave crisis, y es por eso que el director Miguel Curiel, el dilecto hijo de Nicolas, no quiso seguir callado ante la crisis que vive tan importante sector de las industrias culturales venezolanas y optó por responder así este cuestionario, tras advertir que no pretende ser otro príncipe Hamlet, pero que si hay algo podrido que huele y además duele en el cine nacional.
¿Cuáles son las características de la crisis del cine que usted advierte?
En este crucial año 2018, una vez más el éxito de nuestro cine se encuentra en la encrucijada de una nueva agonía y muerte prematura, lo he visto crecer y desmoronarse varias veces, varias generaciones de profesionales se convirtieron a otros quehaceres:   como vendiendo cauchos, taxistas, etcétera, ante la caída estrepitosa de la producción de nuestras películas. Que es exactamente lo que está sucediendo de nuevo en estos momentos, a lo que agregamos la migración de productores, directores, técnicos, actores, guionistas y en general el medio cinematográfico buscando mejores condiciones de vida, para proteger sus talentos y experiencia en otros paralelos geográficos. Todo eso implica “la pérdida” de identidad cultural de nuestro cine y la desolación creciente de las producciones nacionales, fenómeno contrario a lo esperado con el extraordinario éxito de los últimos años. Incluso se “sentenció a la nada” al sistema de protección médica a los cineastas que tanto bien le hacía a nuestros profesionales.
¿Qué hacer ante esa situación?
Hay una obvia falta de visión de los actores de la “industria cultural cinematográfica”, ya que no se ve en este momento una estrategia macro económica clara y contundente para sobrellevar “la crisis de muerte anunciada”, sino parches “inmediatos” que solo alargan la crisis. Si lo llevamos a el deporte es lo que sucede y equivalente a los boxeadores cuando se abrazan en medio de la pelea para agarrar un poco de aire (vamos a reunirnos) y  comparando con un equipo de fútbol (para estar a la moda del momento), este debe tener una estrategia para vencer y para ello cuenta con delanteros, medio campo y defensores, y no se puede ganar el partido solo con defensores, que es nuestra realidad inmediata y por seguro termina en penaltis, con defensores y portero cansados de tanto asedio. A lo que se agrega la migración del público a nuevas formas de ver cine (todas, las nuestras, las de ellos y las de los otros) y nuestros distribuidores no han encontrado todavía su nueva estrategia para atraer el público a las salas (entrada económica única y principal de las producciones venezolanas), así como no se ha logrado tampoco una positivo acuerdo con las cableras y la Tv. abierta (sin contar la locura en relación a los DVD y la piratería descarada del cine en general). El “negocio” del cine (porque es una industria cultural tanto como las artes gráficas, el teatro, la moda, la literatura, la música, etcétera) en el mundo obtiene su sustento como tal en un 40% de las salas y en un 60% de valores agregados como cables, Tv, Dvd’s y derechos sobre productos ligados a cada film o producciones seriales, y esto no se respeta en nuestro país, lo que establecería que ese 60% ayudaría a equilibrar las “vacas flacas” como las que estamos viviendo en nuestro cine y este complemento no existe. En estos precisos momentos solo se puede producir una película nacional con una coproducción internacional, y todo lo que esto implica, no existe otra forma de hacerlo.
¿Qué soluciones propone?
Creo que el Comité ejecutivo del CNAC debe propiciar rápidamente un “estudio acucioso” y profesional de cuantas películas deberíamos producir al año para solidificar nuestra industria. Y no opiniones empíricas y sesgadas de ese numeral clave e importante. Argentina produce 120 films al año y Mexico entrega 170 films al año, dos países en donde la industria existe realmente y tengo entendido que Chile va bien encaminada a ese respecto. Nosotros en nuestros momentos excepcionales no llegamos ni a 20 anuales. Y hay que adecuar un plan a ese resultado de dicho estudio. Con este estudio se puede determinar un presupuesto anual y real para Fonprocine, Cnac y colaterales. Se puede definir cuantas películas debemos producir y estrenar en nuestro territorio nacional anualmente. Y no a la suerte de “la olla” como lo estamos viviendo.
¿Eso es todo?
Creo que todo eso determinaría los costos para todos los implicados en la cadena de producción anual de nuestro cine. Si un técnico o un guionista o un productor están claros de cuántas películas se van hacer en el tiempo estipulado, los precios se estabilizan y con ello los de este universo del cine podremos vivir honestamente de él. No es un secreto, a mayor producción se estabilizan los costos.
¿Algo más?
Creo que ante el grito generalizado “no hay dinero suficiente”, con ese estudio que propongo se podría determinar, al margen de las retribuciones de la ley de cine, que es lo que hace falta económicamente para que esa implantación de la industria lo sea definitivamente, y sumadas establecer las prioridades, con las contribuciones del estado en los distintos períodos de altas y bajas de las recaudaciones directas e indirectas que se estipulan en la ley. El que exista una ley no le quita responsabilidades al Estado en la “estabilidad” necesaria para que esta industria termine de asentarse.
¿Qué cifras maneja usted o que propone en concreto?
Creo que si el gobierno pone 400 millones de euros para los Juegos Panamericanos, no veo cuál sería la excusa para no poner un millón de euros y estabilizar la industria cinematográfica en estos momentos de crisis económica del país, ya que se trata de una importante industria cultural, mucho más productiva a largo y mediano plazo para nuestra realidad. No se entienda esto como critica a los Panamericanos, que también son necesarios, sino como equivalente en el propósito.
¿Hay que cambiar la vigente ley del cine?
No hay que cambiar la ley existente, como algunos pretenden hacerlo, sino hacerla cumplir a su cabalidad. Aún hay artículos muy importantes que no están implementados todavía después de que se aprobó y así probar “de una vez por todas” su eficacia para así establecer nuestra todavía interminablemente naciente industria.  No es inventando ahora nuevas leyes que vamos a subsanar lo que aún no está probado y que es pertinente en lo que esa ley se proponía. Quizás, una vez todo esté funcionando verdaderamente y a cabalidad, podremos ver si hay “adjetivos” y “mejoras” a la misma.
¿No está muy claro todo eso que dice?
 En la actual ley de cine existe el compromiso estatutario de compartir entre los gremios y el Estado la conducción del CNAC, sus costos administrativos y otros serían del Estado, que tengo entendido que en estos momentos no se cumple, así como pensar que la parte educativa y cultural del CNAC podría ser asumida por los ministerios de Educación y/o Cultura, lo cual descargaría a la institución de estos gastos y dirigirlos más bien hacia la producción para concretizar la industria. Industria que está en cambio sujeta a los avatares de situaciones y decisiones ajenas a su “desarrollo”.
¿Qué pasa con las cableras?
El CNAC debe crear un canal cable y/o internet de cine venezolano México, Argentina y otros paises los tienen. Hay mucho más de 100 films nuestros para cubrirlo, sin contar que esto podría implicar acuerdos con las cableras existentes y que por ahora son el principal recurso económico de Fonprocine. Mientras los “distribuidores” nacionales no se reestructuren son las cableras nuestra mirada inmediata a soluciones posibles, es decir, es más interesante para ellos tener films a pasar y/o entrar en la “producción” que solo contribuir a Fonprocine. Se crea un valor agregado y recetas en divisas que de otra manera no existirían.
¿Y qué pasa o puede ocurrir con la televisión?
Nuestra televisión abierta debe tener una “obligación” porcentual de compra y/o pre-compra y/o coproducción de nuestras películas, en función directa de la cantidad de películas producidas cada año. No he logrado averiguar si las televisoras del estado contribuyen o no con Fonprocine, pero ellas y las cableras deben proteger nuestro cine invirtiendo directa o indirectamente en él, como sucede en todos lados del mundo.
¿Qué pasa con el gremio, no hay más quijotes que, como usted, hablen o denuncien?
Organizaciones como Caveprol, Avepca, Anac y el mismo CNAC son las llamadas a ofrecer a los productores latinoamericanos, iberoamericanos y muchos otras organizaciones implicadas en esta defensa de nuestro cine, a censar y promover nuestras coproducciones posibles por medio de sus conexiones y corresponsabilidades con las demás “industrias” de otros países  ya que bajo nuestra circunstancia particular permite inversiones pequeñas en moneda o acuerdos, y de poco riesgo, que permitirían hacer y distribuir nuestros films.
¿Qué ha pasado con sus más recientes producciones?
Tengo cuatro años proponiendo alternadamente dos proyectos de ficción, Conga de Dos Lunas y Al son de Don Juan (comedia musical en ritmo latino adaptada del Don Giovanni de Mozart). La primera (premio al mejor guión en la Bienal de este rubro en la UCV) recibió una comunicación de que era rechazada porque su estructura era poética, y la segunda (pese a haber beneficiado de tutoría confirmada y pagada por el mismo CNAC) se me informó de su rechazo porque no había música pre-existente, me imagino que la comisión no conoce la existencia del Don Giovanni de Mozart. Ambos proyectos tuvieron apoyo económico de Ibermedia, uno de desarrollo de guión y el otro de montaje de proyecto, en ambos casos los perdí al no tener el apoyo del CNAC. Y como no se han convertido en producción definitiva, además los debo económicamente hablando, a esa institución.
No puedo decir mucho más sin entrar en una discusión que implicaría mi subjetividad del rechazado. Pero creo son evidencias de que la comisión de “estudio de proyectos” no está funcionando con la “responsabilidad” pertinente a sus funciones. El cine es ante todo un proyecto con todo lo que lo implica y no una “premiación” de literatura o un “me gusta o no me gusta”.
Por lo que solo pretendo en estos “aciagos” momentos de nuestro cine simplemente dar mi visión de lo que está sucediendo y plantear reflexiones en esta la mala hora por un camino que le dé cuerpo al destino de nuestra “posible” industria. “Industria cultural”, y no me tiembla la voz al afirmarlo. Y como tal hay que analizar el problema.
¿Cuánto cuesta una película en la actual Venezuela?
Esta es una pregunta de doble filo, es decir una contradicción, por una parte si “tienes dólares” es “muy barata”, pero si tienes bolívares tiene un precio inalcanzable. Lo resultante es que con el aporte del CNAC, en estos momentos, es imposible producirla. Una comisión de peritos va a dar la resultante de estos costos. Pero a mi juicio ese análisis está centrado en la situación catástrofe que vivimos sin tomar en cuenta “un estudio concreto de cuantas películas deberíamos producir para convertirnos en industria”, ya que se basan en “la realidad” y no en la perspectiva de “solucionar esa realidad”. En cifras una producción normal latinoamericana está en el orden de 300 mil dólares y en Venezuela, al cambio se pueden hacer con 50 a 100 mil dólares (cambio no oficial). Pero el CNAC no puede, en las condiciones que se encuentra, amortizar ni el 10% de esta suma en bolívares, ni el mercado (distribución nacional) en las condiciones actuales puede responder a estos costos. Es como aquel axioma de “ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario”. De allí la importancia de una inyección de dinero del Estado para poder restablecer el orden en nuestra cinematografía. Estrategias que se definirán a partir de esas necesidades resultantes del estudio y de un consenso con las organizaciones de los gremios del cine dejando a un lado las parcialidades que subsisten, adecuándose a establecer una política cinematográfica y no a tendencias de la política nacional, no perder “la ola” de éxitos y presencia internacional que nos acompañaba hasta hace poco. Que nos daba una respiración para seguir y de realizaciones, de un cine que crecía y tenía “un mundo” que contar.
¿Y el mercado internacional cómo participa o invierte en Venezuela?
En este momento coproducir con productores fuera de nuestro territorio es imprescindible para poder producir un film en Venezuela, para poder producir en nuestro propio país. Para ello Ibermedia no solo no se da abasto, sino que Venezuela le debe dinero, a pesar de que tengo entendido la “providencia existe” en el CNAC pero no se ejecuta. Lo que establece que las producciones mayoritariamente venezolanas no reciben apoyo de ellos, lo que es un “problema” concreto para muchos productores nacionales e incluso para producciones que ya están en proceso.
¿Y las producciones independientes?
El mito de las “producciones independientes”, en su mayoría realizadas con dólares traídos o negociados aprovechando el proceso inflacionario, fue por causa del “boom” de nuestro cine en premios y taquilla que permitió esta “ola” de producciones fuera del universo CNAC, ahora que estamos en las “vacas flacas” habrán de menos en menos, en función de un público que ahora ya no nos acompaña. A menos producción institucional será equivalente a menos producción “independiente”.
Una coproducción se basa en “intereses” comunes de las partes, salvo el de bajos costos por hiperinflación, en el país no estamos en capacidad de dar seguridades en dichos intereses a los que podríamos comprometernos mientras no se establezcan reglas claras de funcionamiento y comportarnos como una industria, y no como una aventura riesgosa.
¿Qué conclusiones propone? 
No entiendo porque ninguna de estas ideas y otras quizás más atinadas y mejores no se discuten ninguna en el universo del cine nacional, estamos unas vez más “matando la gallina de los huevos de oro”, cada vez que nuestro cine conquista éxitos sobreviene una crisis e incapacidad de seguir. He visto cómo volvemos a inventarnos para volver a caer en otro foso sin salida, evitando en realidad hacer las cosas bien, quizás con más compartir un destino, con menos incomprensión del hecho cinematográfico como industria cultural. No soy el destinado a concretar estas ideas compartidas, ahora le toca a la generación de ahora o a los de los millenials que le siguen, pero es una realidad que no se están buscando soluciones vitales y necesarias para el futuro inmediato de nuestro cine. El síntoma de “vamos a reunirnos” ya implica que nadie tiene nada que proponer, ni destino común por el que batirse, solo soluciones personales y de sobrevivencia es lo único que escucho.





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