Una obra colombiana que resulta universal. |
Los seres humanos vivimos un cuento y la muerte es el final de nuestro
propio cuento, dijo Jairo Aníbal Niño, el escritor infantil más prolífico de los últimos años en
Colombia. Así lo recuerda el periodista Juan Bernal, en una
crónica para El Mundo, de Madrid, sobre
el deceso de ese artista, ocurrido en Bogotá, hacia el 30 de agosto de 2010, a
los 69 años, tras haber nacido en Moniquirá y dedicarse intensamente al teatro
y las artes plásticas, además de escribir guiones para cine, poesía y narrativa.
Recordamos
al teatrero Niño porque en Venezuela, donde no hay mucha
pasión para escenificar a los autores nativos, por razones que por ahora obviamos
recontar aquí, no se puede pedir ni exigir que se representen a los aguerridos
y contestatarios dramaturgos colombianos. Sin embargo, sorprende que la escena
caraqueña nos haya dado sendas y muy gratas sorpresas al representar sendos textos
de ese destacado escritor del vecino país: El
monte calvo, fue estrenado por una agrupación cuya nombre no recordamos, en
el viejo Ateneo de Caracas (en la Quinta Ramia), y La madriguera, en la Casa del Artista, con la participación de
Miguel E. Rojas, Ricardo González y Gladys Peña, la cual reseñamos el 12 de
julio de 2007, y ahora ha vuelto a escena con otro elenco artístico y bajo la
producción de Williams Blanco y Renssy González .
El
periodista Bernal, quien tuvo oportunidad de conocer personalmente a Niño,
quedó sorprendido por su capacidad
imaginativa, su hablar pausado y sereno, su espíritu limpio y humano y su
nobleza. “Mi tesis de grado como periodista fue su semblanza
biográfica titulada Este man es un
cuento porque nunca dejó de fantasear en los momentos en que lo abordé”,
puntualiza.
Niño
fue un escritor de profundo compromiso
social a la colombiana, subraya Bernal, quien puntualiza que muchas
de sus obras de teatro y de sus cuentos tienen como protagonistas a esos
trabajadores, campesinos y estudiantes que lucharon y aún combaten incesantemente
para alcanzar la justicia y la libertad, a lo largo y ancho de una Colombia
incendiada y acorralada por liberales, conservadores, guerrillas, bandoleros, sicarios
o “pájaros” y el narcotráfico. Fue amigo de los taxistas, de los pilotos, de las
puticas, de los choferes, de los lustrabotas... es decir, de la gente honorable
de la ciudad. Además de ser ayudante de camión fue también marinero y se
dio cuenta que “uno navega con el mundo a cuestas,
que uno se embarca con todo lo terrestre que tiene". Todas estas vivencias
le sirvieron a Niño como original materia prima para enriquecer su obra, su
extensa creación literaria, más reconocida por sus títulos de temática infantil
o para niños y niñas. Sus primeros cuentos fueron publicados en la revista Espiral y en suplementos literarios de
los diarios colombianos El Espectador
y El Tiempo, y posteriormente en
varias editoriales dentro y fuera de su país
Para
Niño el cuento y el teatro, impregnados de realidades e historias colombianas, se
acabó, pero su legado vive en las bibliotecas de los niños y de los adultos que
lo buscan por la virulencia de sus mensajes antisistema burgués, subraya Bernal.
Como autor teatral comenzó con El Monte Calvo
(1966) y se despidió con Gota de corazón,
publicada o montada en 2014, para redondear así un legado de 65 textos.
.DE SECRETARIO A GENERAL
En el
nuevo montaje venezolano de La madriguera (1979) se plasma la
historia de un presidente militar sudamericano, quien, ante el estallido de una
revuelta popular, huye junto a su secretario privado y logra refugiarse en un
escondite secreto, ubicado en el sótano de su palacio a la espera de la
respuesta de las tropas leales.
El tema
y la argumentación de La madriguera no son nada novedosos dentro de la siniestra y movediza historiografía latinoamericana,
salvo la peculiar saga de ese mandatario, todo un general de charreteras y
uniformes, que llegó al poder tras
asesinar al gobernante civil y el respectivo golpe de Estado, avalado por una
potencia extranjera No es, pues, precisamente
la saga de un gobernante elegido democráticamente, sino de uno que cobardemente
se esconde para salvar el pellejo y abusa de absurdas situaciones lúdicas hasta
agotar la paciencia de su secretario y verse obligado a liquidarlo, mientras le
llega el desenlace. Las preguntas que se harán los actuales espectadores es:
¿Lo logrará? ¿Logrará salvar el pellejo para que siga medrando a su pueblo?
Niño,
que sí sabía muy bien lo que estaba haciendo, no aumentó las páginas del breve libreto
de La madriguera, cuando podía haber
suministrado más información sobre sus protagonistas o revelar sus conceptos en
torno al poder de ese siniestro personaje y el rol servil de su secretario,
pero sí le dejó esa tarea esa tarea a los puestistas que quieran ser creativos.
¿Quién le pone el cascabel al gato?
La madriguera de este 2018 ha
vuelto muy dignamente a la escena, ahora en el Teatro San Martín, en la
frontera de la urbanización popular de Artigas con el suroeste caraqueño, gracias
al grupo Tartufo Teatro, del estado Vargas, que dirige Pablo Sabala, y con la participación
del mismo Ricardo González, quien ahora encarna al general Eutimio Marroquín, y
Jeizer Ruiz en el rol del secretario Pepe Arboleda.
Ahora,
pues, a 11 años de ese estreno, hemos vuelto a ponderar al actor Ricardo González
en su convincente rol de militar que le calza como anillo al dedo, gracias a su
esperpéntica caracterización, acompañado de un joven y talentoso actor, como lo
es Jeizer Ruiz, en el papel del fiel secretario.
El
director Sabala hace esfuerzos plausibles para sacar adelante este montaje y
dejarle al público el mensaje que Niño escribió para los espectadores posibles
en este continente donde la democracia está permanentemente amenazada y
sometida al movimiento pendular entre las dictaduras militares y los gobiernos
civiles. Es, pues, teatro político, y no otra cosa lo que ahí se muestra.
En síntesis: La madriguera no ha envejecido y la puesta en escena, con mínimos recursos
creativos, hace soportables los 50 minutos del espectáculo, donde los actores
González y Ruiz se esfuerzan para darle dignidad a sus convincentes trabajos,
de unos artistas que no están el circuito comercial caraqueño.
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