No ha ocurrido todavía y espero que
pase y se permita verlo, oírlo y hasta saborearlo desde las butacas. Me refiero
a cuando el desopilante personaje teatral de ese espectáculo venezolano le diga
a su elenco acompañante y al público que hay que comer “arepas con lentejas”
para que la fiesta no pare o se suspenda la bacanal fiesta perpetua en que vive
tal césar romano, uno de los más crueles y más sanguinario que ha existido y
quien se convirtió en el trágico mascarón de lo que pueden llegar a ser los
gobernantes enloquecidos por el poder y
además privados del amor que hace humana y placentera la vida de todos los
seres.
Poder y amor son como el agua y el
aceite, pero combinados sabiamente constituyen la felicidad hasta la muerte o
por un posible y único maravilloso rato no solamente para poderosos gobernantes
o millonarios sino para todos los humanos que pueden preparar sus arepas y
rellenarlas con lentejas para alimentar así al cuerpo que materializa sus
deseos y luce la cubierta de sus almas.
¿Y por qué advertimos esto? Porque
hemos visto y disfrutado al montaje multisápido y venezolanizado que ha logrado
la directora Marisol Martínez con su versión escénica del texto Calígula (1957) de Albert Camus, el
cual inició temporada en la sala de la Fundación Rajatabla, aquel famoso e
histórico miniteatro anexo a la parcela donde funciona actualmente la
Universidad Nacional de las Artes.
Hay que recordar que La Fundación
Rajatabla no es la misma desde las muertes de sus fundadores- Carlos Giménez
(1993) y Francisco Alfaro (2011)- pero la institución y la sala han sobrevivido
gracias a la habilidad gerencial de William López y otras personas que lo
acompañan en esa magna empresa para no dejar fenecer a una de las importantes
agrupaciones privadas del teatro vernáculo de los últimos 50 años.
Existe, pues, una realidad
inobjetable: antes y después del “capo” Giménez, Rajatabla ha sobrevivido casi
mágicamente, por ahora, a las complejas cuatro largas décadas de permanencia en
la vida cultural de Venezuela. Serán las nuevas generaciones de espectadores
las que digan la última palabra.
Es por eso que ahora,
porque el teatro no puede desaparecer por caprichos de unos amigos y los
siempre traidores, la Fundación Rajatabla y la Alianza Francesa se unieron para
presentar al clásico Calígula, de Albert Camus, versionada al
español por Joaquín Vida, bajo la dirección de Marisol Martínez y la producción
general de William López.
El público tiene ahora la oportunidad de descubrir un espectáculo un pelín “extravagante” en el que el
protagónico Calígula se muestra como una persona incapaz de ser feliz a pesar
de su libertad sin límites, de dictador, boceto de lo que puede llegar a ser un
gobernante.
La directora Martínez (nieta de la
legendaria pareja de pioneros como lo fueron Lily Alvarez Sierra y Gabriel
Martínez) demuestra su estremecedora puesta en escena, “atemporal,
ecléctica, ambientada en una época que podría ser cualquiera, inclusive la
actual, que expone la poética de lo inhumano y narra cómo la adicción por el
poder hace de Calígula un tirano”.
Gracias a la muy contemporánea
lectura de Martínez, el amor, la amistad, o la compasión, son despreciados por el
gobernante Calígula al no encontrarle ningún sentido a la existencia. “La
incapacidad de sentir éstas emociones reflejan el vacío de la vida; él intuye
que con o sin ellas, el sufrimiento continuará”, expone y materializa la
directora en su lectura escénica de este cásico del teatro moderno, el cual ya
había sido visto en los escenarios venezolanos durante las décadas pasadas.
La pieza del laureado francés Albert
Camus desnuda la psicología del personaje en una crítica al extremo de lo
absurdo. Sus personajes teatrales transitan esta historia borderline sobre
el legendario y delirante emperador romano que, si bien al principio fue
admirado por sus conciudadanos, se convirtió en un tirano enloquecido que fue
arrastrado por su adicción al poder y su búsqueda de lo imposible. El
despotismo y la muerte serían las herramientas principales de su lógica para
gobernar.
El propio Camus decía que “Calígula
puede volver en cualquier momento y en cualquier lugar”. La vigencia de ésta
obra, en un siglo convulso, como este XXI, y desesperanzado, en el que algunos
gobernantes amenazan con destruir la tierra, se asoma inquietantemente.
Manteniendo la tradición de
Rajatabla, desde la óptica de su director fundador Carlos Giménez, ésta obra
habla sobre el poder, la injusticia, los pueblos oprimidos y las desigualdades
sociales. Son temas recurrentes al arte y la sociedad contemporánea, abordados
también en montajes anteriores de Rajatabla, como Fuenteovejuna, Señor
presidente y Mi país está feliz, entre otros, todos
dirigidos por Giménez.
Marisol Martínez conduce, pues,
precisamente al talentoso y sólido elenco encabezado por Elvis Chaveinte, Vito
Lonardo, Aitor Aguirre y Abilio Torres, Luis Ernesto Rodríguez, Pedro Borgo,
Armando Andrés González, Andersson Figueroa, Nakary Bazán y Alfredo Braca. El
diseño de escenografía quedó a cargo de Héctor Becerra; iluminación de David
Blanco, vestuario de Marisol Martínez y Randimar Guevara.
Hay que subrayar que Calígula se basa en la vida del
emperador romano y de ahí parte su historia. El tema es el de este personaje, quien
se vuelve loco a partir de la muerte de su hermana con quien tenía relaciones
incestuosas. Al principio desaparece unos días. Sus leales compañeros temen por
él ya que suponen que la pérdida de Drusila le está dando un sufrimiento
mortal. Cuando Calígula retorna de “su retiro” viene totalmente cambiado. Ha
adoptado una nueva lógica para su vida, quizá para amortiguar el enorme dolor
de la pérdida de su amada. El cambio que manifiesta es totalmente extremo: era
un muchacho inocente, dócil y bueno y se ha convertido en un tirano. Adopta una
lógica incomprensible y trata de conseguir los imposibles. El poder comienza a
utilizarlo sin límite alguno, lo que según él lo convierte en un hombre libre,
más capacitado que los propios dioses. Manda a matar a quien se le antoja, les
roba en sus narices las mujeres a sus amigos, les quita a los ricos sus
herencias para dárselos al estado, etc. Su actitud comienza a disgustar a la
gente a sumo grado y comienzan los patricios a urdir su plan de venganza y
muerte, a manos de Quereas, su líder.
No es sino hasta sus cuatro años de
reinado que se dan las condiciones propicias para que estos lleven a cabo su
plan tan elaborado. El fin de la obra es cuando están apuñalando a Calígula y
en medio de sus estertores este aun logra exclamar triunfante y agónico
“¡Todavía estoy vivo!”
Es, pues, Calígula una cita ineludible con el teatro urgente que se hace
ahora en Caracas. Y aquí hay recordar a Mario Briceño -Iragorry quien decía que
si creemos en la justicia, en la igualdad y en la libertad como posibilidades
normativas, no cultivemos la injusticia, ni celebremos la desigualdad, ni menos
aún sirvamos los planes que buscan la esclavitud del hombre. No podemos ser
como Calígula, ni sus tropicales imitadores.
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