El teatro venezolano, siempre en pos de temas originales y de captar más espectadores por intermedio de sus dramaturgos, le puso el ojo al beisbol, no sólo por el eventual público que puede atrapar con sus obras centradas en las vicisitudes de ese juego de multitudes o por las complejidades de sus jugadores, sino porque nada humano se le puede escapar al ojo de una de las más antiguas manifestaciones artísticas del país,algo así como 400 años; aunque el beisbol llegó a Venezuela a finales del siglo XIX, cuando unos niños bien, jugaron unos “innings” aquí en la capital, y se ha quedado para toda su saga ya centenaria.
En Caracas, el beisbol como temática teatral ha sido abordado, hasta ahora, por Gustavo Ott, Francisco Viloria, Néstor Caballero, Ibsen Martínez, Milton Quero y Paúl Salazar.
Ott, que además de ser periodista, profesión que no ejerce, sintió una “atracción fatal” por el beisbol, ha escrito 80 dientes, 4 metros y 200 kilos, con la cual ganó el Premio Tirso de Molina; además tiene a Fotomatón, y Linda gatita. Hace años, por allá por la década de los 80, Viloria escribió Los Samanes Beisbol Club, dramática historia de un grupo de peloteros instalados en una barriada de San Bernardino, que después se transforma en el equipo Magallanes; esa pieza nunca se montó y ahora tampoco se consigue ni al autor ni el libreto. Quero, premiado novelista, tiene una pieza extraña: La vida es un strike out, donde una pareja de ancianos evoca los juegos que vieron y a los que no acudieron. Caballero, en 1996, redactó y estreno el unipersonal Mister Juramento/Homenaje a Julio Jaramillo, donde un travesti, encarnado por Franklin Virgüez, manifiesta su pasión por una serie de peloteros, a quienes incluso se ha llevado a la cama. Este texto ahora hace temporada en Caracas. Otro que lanzó su bola dramatúrgica fue Martínez; se trata de La hora Texaco, estrenada en los años 80 en El Nuevo Grupo.
Magallanes versus Caracas
Paul Salazar (Caracas, 3 de abril de 1967) estrenó su pieza Rivales eternos -la cual tiene un subtítulo que revela una gran parte o la razón de ser de la pieza misma: La historia de un magallanero que fue caraquista por un día- en el Ateneo de Caracas durante la temporada 2002. Ahí participaron, bajo la dirección del mismo Salazar, los actores José Romero, José Zambrano, Aura D´Arthenay, Carlos Díaz y Rodolfo Drago. Ahora hace temporada en la Sala Doris Wells, de la Casa del Artista, con Germán Mendieta, Gerardo Luongo, Raúl Blanco, Marlezx Martínez, además de D´ Arthenay y Drago.
Salazar, con Rivales eternos, se atrevió a escribir una pieza cuya temática y argumentación descansa totalmente en el juego del beisbol, gran pasión nacional exacerbada en los últimos años por la comercialización de los grupos y su singular negocio, fomentado además por los medios de comunicación, sin contar el vaso comunicante con el multimillonario imperio lúdico que se escenifica en Estados Unidos y otras naciones. La novedosa obra transcurre en el apartamento de un caraquista, tras haber sido abandonado por su esposa y su pequeño hijo, precisamente el 31 de enero de 1994, cuando los equipos de los Leones del Caracas y los Navegantes del Magallanes se juegan el título de la temporada. Esto exige del público un mínimo de conocimientos de las reglas del beisbol y además otro tanto de la historia de dicho deporte en Venezuela, porque sus personajes principales tienen sus acciones dramáticas y sus diálogos construidos en torno a los movimientos, el lenguaje técnico y el desarrollo del juego, así como las vicisitudes de los equipos criollos y sus jugadores a lo largo de 100 años. ¡Hechos reales para una ficción teatral!
Pero Rivales eternos es algo más que un episodio sobre unos amantes del beisbol en el país. Alude al malsano gusto por las apuestas con dinero contante y sonante de por medio y denuncia los mafiosos chantajes de que pueden ser víctimas los apostadores, con secuestros de familiares incluidos, para obligarlos a cancelar esas temibles deudas. ¡Hay casos reales!
Rivales eternos es una exaltación al beisbol y a la amistad fundamentalmente, pero también da una seria advertencia sobre los peligros de las apuestas. Es un texto audaz, ambicioso y bien elaborado, que revela un notable progreso de este dramaturgo, que está en la cacería de la obra perfecta que lo consagrará.
El espectáculo resulta placentero,a pesar de la hiperactividad de los actores ahí involucrados, ya que sus personajes están al borde del paroxismo no sólo por el juego que ven por televisión, sino por otros problemas personales. Seguro que impactará a los espectadores que además sean fanáticos del beisbol.
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