martes, octubre 17, 2006

Entre secretos y brujas

En la literatura dramatúrgica venezolana el tema de la homosexualidad entre las mujeres es casi inexplorado o semivirgen. La última pieza teatral con personajes de esa conducta sexual que vimos y reseñamos fue en octubre de 2000. Era Secreto a voces de Maria Antonia (Toti) Vollmer, montada por Gerardo Blanco y con las actuaciones de Claudia Nieto, Aura D´Arthenay, Bélgica Delón, Johanna León y Odra Rumbos; hizo una breve temporada en la Sala Horacio Peterson. Recordamos esto porque durante los años restantes el lesbianismo o el tribadismo no había asomado sus poéticas y hasta exóticas narices en ningún otro escenario de Caracas, salvo la semana pasada cuando el director-productor Héctor Manrique se atrevió a escenificar, en la Sala 1 del Celarg, a la pieza internacionalmente conocida como Brujas, del español Santiago Moncada, pero versionada por el argentino Luis Agustoni.
¿Por qué los dramaturgos criollos –para no aludir a los foráneos- no han sido muy dados a escribir sobre la temática de las tribadas, pero si han acentuado con piezas sobre la homosexualidad masculina? Creemos que eso obedece a míticos tabúes culturales, pero si hay excepciones como los venezolanos Gilberto Pinto, Rodolfo Santana y Xiomara Moreno, quienes, entre los años 70, 80 y 90, pergeñaron sendos textos como La buhardilla, The place y Último piso en Babilonia; ahí denunciaron desde el proxenetismo a que están sometidas dos lesbianas, hasta un crimen pasional durante una boda de dos mujeres, incluyendo una oda existencial ante la soledad en que se debaten una bailarina y su "marido": otra fémina que trabaja de celadora. Con Secreto a voces se amplió esa singular bibliografía de literatura teatral y además se brindó a los escasos espectadores caraqueños la posibilidad de acercarse inteligentemente a esa ventana socioteatral e intentar ponderar situaciones humanas y además más frecuentes de lo que se imagina la audiencia.
Hay que recordar que Secreto a voces -permitió que su autora, la libretista Toti Vollmer (Caracas, 1967) ganara un concurso de dramaturgia del grupo Bagazos- es una saga breve, en clave de comedia, de una liberal artista plástica, Sofía, quien convoca a sus cuatro amigas de estudios, todas ya en los 30 años y quienes ahora solamente tienen de común sus inolvidables vivencias cuando eran adolescentes, para informarles y pedirles su opinión, pues a esa persona perfecta que ella siempre buscó y que por fin encontró y con quien vive además un tórrido romance es otra mujer. Tal confesión genera un lógico escándalo entre sus antiguas compañeras de estudios, algunas felices y otras desengañadas por las consecuencias de sus conductas heterosexuales. Estallan las recriminaciones de parte y parte, y cada una de ellas trata de reflexionar sobre la verdad de sus relaciones íntimas y sí han alcanzado la felicidad o están en vías de obtenerla. Pero todo se corta o se pospone ese encuentro catártico-donde es hermoso el despliegue de la auténtica amistad por encima de las diversidades de criterios- porque una criatura llega al mundo y su madre, una de las preocupadas damas que sufre por la confesión de la neolesbiana, tiene que ser llevada de urgencia a la maternidad.
Por supuesto que Secreto a voces deja en la audiencia una serie de preguntas o interrogantes muy serios que cada espectador(a) con su pareja o su grupo de amistades tendrá que responderse, ya que ahí no sólo se alude al tríbadismo sino que también se analizan las otras conductas sexuales posibles entre los seres humanos contemporáneos. La autora (casada y con tres hijos) desnuda los mecanismos socioculturales que imponen un comportamiento erótico y prohíben otros, sin advertir que ninguno es la clave o el pasaporte para la verdadera felicidad y que en ocasiones significa la ruina en todos los sentidos. Es, pues, una pieza de ideas, muy seriamente propuestas, aunque utilice el juego cómico, y dignas de ser analizadas, ya que esos temas tienen a mujeres y hombres con las cabezas y otras partes calientes desde hace más cuatro mil años.
En cuanto a la argentina-española Brujas hay un encuentro de cinco señoras, ya en los 40 o picando para los 50, que mantuvieron una exhaustiva amistad durante un internado regentado con monjas. La dueña de casa y anfitriona reúne a sus cuatro amigas para preguntarles, en medio de un retorcido y complejo proceso, porque una de ellas se está acostando con su esposo. Estalla la alarma y gracias a las champañas y la sugestiva terapia del juego de la verdad se destapa que una de ellas es lesbiana, que mantuvo relaciones con una monja y con una de las damas ahí presentes. Cunde la curiosidad y sin mucho esfuerzo todo se descubre: la señora no heterosexual es la que se acostó con el marido de la ex compañera de internado, ya que ella, la lesbiana, quería así llegar, por esa sórdida carambola erótica, a donde la otra, porque siempre estuvo enamorada de ella, pero nunca pudo jamás consumarlo.
De verdad que el argumento de Brujas es tan enredado o tan retorcido que hasta se llega a dudar de su verosimilitud o de la sanidad mental de todos los personajes, aunque es explicable porque el autor Moncada escribió esa obra en 1975 y debe haber visto o conocido situaciones reales propios de una sociedad atormentada como fue la española durante el régimen franquista, donde eso y mucho más era posible, pero se disfrazaba por el temor del escenario publico y algo más.
No hay, pues, plagio ni asomo de copia entre la pieza de la criolla Vollmer y la obra que ahora el director-productor Manrique ha escenificado, utilizando además a unos figurones de actrices, tales como Gledys Ibarra en el rol de la marimacha robamaridos y patética jugadora de un asombroso billar a tres bandas para hacerse a la idea de que “coronó” a la amiga; Beatriz Valdés, Lourdes Valera, Sonia Villamizar y Eulalia Siso, completan ese quinteto de fieras o de brujas del teatro, porque sí se saben todos los recursos y los aplican con sabiduría, además son mujeres que han vivido y saben unos cuantos secretos de esos que no enseñan en las escuelas. Ellas, para nosotros, son la salvación del espectáculo, porque por ellas se soporta todo ese enredo que se hace tedioso. ¡Ah... también son bailarinas adultas de esa coreografía que el director-productor les montó para que se movieran diestramente en el escenario con sus supertacones!
No se le puede negar el humor canallesco de Brujas, ese que convierte al ser más atormentado de la pieza, la lesbiana Dolores en la mala de la partida, en la robamaridos, en una asesina más de la amistad. Tiene hasta un cierto tufillo homofóbico, pero la grandeza del teatro que desarrolla Gledys Ibarra hace que su personaje salga al menos satisfecho de haber copulado aunque sea por transpuesto. Siempre hemos puesto el ojo en esta profesional por sus naturales condiciones histriónicas y así se lo dijimos a ella, hace dos años, durante en unas vacaciones en Miami. Del resto del elenco hay que resaltar, por supuesto el trabajo de Beatriz Valdés, la veterana de las veteranas, ya que ella de por si es un espectáculo con la puta, con principios profesionales, que encarna.
Creemos que Brujas será un exitoso teatro comercial por su temática, nada frecuente, y por el desempeño actoral, además de que es un montaje pensado en el público femenino, abundante altamente sensible y mucho más con lo que ahí se exhibe.

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