El grupo teatral Rajatabla sobrevive a su director-fundador Carlos Giménez y resiste dando ejemplo desde la escena. En la Sala Anna Julia Rojas presentó el montaje "arqueológico" de Tu país está feliz, el mítico poemario de Antonio Miranda, con el cual comenzó su periplo artístico, aquel 27 de febrero de 1971.Y en su sede montó Trastos viejos, atormentada pieza de Javier Vidal (Barcelona, 13 de abril de 1952), puesta en escena, con mucha dignidad, por José Domínguez (Florencia, 1957) y apuntalada en las actuaciones correctas y estrujantes de Germán Mendieta (Coro,1960) y Francisco Alfaro (Madrid, 1950), además del discreto debut de Demis Gutiérrez (Coro, 1977).
A Trastos viejos le hemos seguido la huella desde el siglo pasado. Su autor Vidal quería que se la montaran y fuera disfrutada sanamente. Creemos que no sólo valió la pena que Rajatabla la produjera y la escenificara ahora, con aceptable producción artística (a cargo de Gerardo Luongo), sino que la pieza maduró convenientemente y se hizo más actual, más contemporánea o sea que se contextualizó, se materializó en medio de este clima de inseguridad que azota a Venezuela. ¡Nunca una pieza teatral fue tan precisa y tan oportuna como esta!
Pero para meterle los dientes del cerebro a Trastos viejos -escrita en 1998 y ambientada en la Caracas de 2000- hay que saber o conocer al menos lo que significaron los horrores de la Guerra Civil Española (1936-1939), con un millón de muertos, sin contar los que perecieron en los campos de concentración nazis, además de aquellos amargos años de la posguerra o de la victoria y el incipiente desarrollo que impuso la dictadura franquista hasta que "el Caudillo de España por la gracia de Dios" se fue de cacería en 1975, dejando, sin embargo, las cosas del Estado muy bien atadas, con rey y descendientes como para que no haya duda alguna. De toda ese valleinclanesco drama hispano se lograron salvar, entre otros, dos: Floreal y Eusebio, patéticos personajes que el catalán y caraqueño Vidal ha regalado al público venezolano como un pícaro espejo de hojalata para que se mire y se dé cuenta para donde van las cosas o cómo es que se vive ahora... sin que oficialmente se haya declarado una conflagración interna.¡Horror!
Sí, eso es lo que nosotros deducimos del fragor de Trastos viejos. Texto que rememora las peripecias existenciales de dos españoles que les correspondió ser carne de cañón en la guerra cainítica de republicanos y nacionalistas, quienes se salvaron de las garras de los nazis y al emigrar a Venezuela pudieron trabajar, formar sus familias y hasta envejecer en medio de una paupérrima soledad, mientras les llega la muerte violenta -la que reciben sin juicio alguno y es provocada por una descomposición social que nadie quiere asumir- y se convierten en fríos y rojos números de las estadísticas de una criminalidad que supera a los mismos partes de esas zonas del planeta donde hay guerras declaradas.
Trastos viejos -el montaje número 99 del colectivo en sus 35 años de quehacer teatral- creado a partir de sagas de hechos reales, como lo ha revelado Vidal, plasma el último día en las vidas de Floreal (Francisco Alfaro) y Eusebio (Germán Mendieta), viudos y acompañados con sus recuerdos, luchando con una nueva guerra, con otro campo de concentración que los obliga a seguir sobreviviendo. Pero un tercer personaje entra inesperadamente en escena: Wilmer (Demis Gutiérrez), hijo ilegítimo de Floreal con una cocinera negra, cuya adición a las drogas obliga a su progenitor a tomar una drástica decisión, tras lo cual irrumpe el violento final, no tan insospechado, sino más bien obvio, diríamos nosotros. Los tres viven en una barriada y una especie de escuadrón de la muerte o sicarios del mal les cobra la osadía de haber vivido tanto. Aquí el escritor optó por las muertes trágicas para hacer más dura y más realista su prédica, cual si fuese una reseña en la página roja de un diario capitalino, como Últimas Noticias.
Abundan los comentarios con respecto a Trastos viejos. Para nosotros es una sórdida viñeta sobre la sociedad venezolana, conformada íntimamente por criollos y los inmigrantes que siempre llevan consigo la nostalgia de sus paises. Nosotros vemos en esta pieza, gracias al trabajo de los actores y demás involucrados, un alerta sobre la microguerra civil que azota a Venezuela. ¡Otros se quedaran en el mero disfrute de la anécdota, porque el público es libre hasta de engañarse, como los avestruces!
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