Hay una aguda crisis económica en la sociedad venezolana, la cual afecta a todos los estamentos de su pirámide social. Vive un desgraciado malestar que desencadenó una espectacular oleada de violencia (asesinatos, asaltos, secuestros, invasiones, robos, etcétera) y un nunca antes visto desenfreno moral que se manifiesta en la pérdida de los valores morales y en la corrupción, no sólo en el sector político. Recordamos esto, que se palpa día a día, tal como se lee en los periódicos o se observa en la televisión, porque la joven autora Mailing Peña Mejìas ha podido llevar a la escena una buena parte de esa descomposición social por intermedio de su comedia farsesca Sagrada familia, según la discreta puesta en escena que realizó Luis Alberto Rosas, producida para el grupo Delfos por Denis Ayala, con el apoyo actoral de Meche Barrios, Francis Romero y Daniel Jiménez, además de la participación de Jorge Gómez Plazola.
Esta Sagrada familia ( su titulo conlleva una crítica socarrona) permite conocer y ponderar la saga de un trío familiar -José (Daniel Jiménez), María (Francis Romero) y la hija (Meche Barrios)- desesperado para no perder su status de clase media del cual ha disfrutado; pero este peculiar terceto en vez de buscar un trabajo o una actividad “legal” que le permita un ingreso financiero para cubrir sus gastos, opta por el camino de la delincuencia, el cual oscila entre la discreta mendicidad, los inverosímiles secuestros de un muerto y de una enferma anciana para robar sus supuestas fortunas, y llega incluso hasta coquetear con la prostitución y el proxenetismo de las dos féminas, además de los juegos ilícitos y el narcotráfico. En fin, la pieza cuenta y recuenta todas esas cotidianas peripecias de los vivos que tratan de sobrevivir a costillas de los demás. Y hasta concreta situaciones del más puro teatro del absurdo.
Sagrada familia sorprende por la agudeza de la crítica social que propone su discurso, bien hilvanado y con un toque de humor que revela el talento, hasta ahora desconocido de Peña Mejías, una teatrera intelectual que deberá seguir escribiendo. Este tipo de obra llega en el momento oportuno y hace una labor didáctica para los difíciles tiempos que se viven en el país, especialmente su clase media, donde se cuidan más las apariencias. La pieza es episódica y se centra en un sector muy especial, ya que en general ese estrato sufre, por lo que sus integrantes luchan para vivir primero y nos descender después, aunque a veces tienen que adoptar conductas maquiavélicas: primero el estómago y después.
El trabajo de Rosas es preciso para obtener el ritmo del espectáculo, así como la caracterización y desarrollo de los personajes, aunque debió ser más severo para que los tres personajes descollaran por igual. Las condiciones histriónicas, altamente farsescas, de Meche hacen placentera la performance escénica global, pero anulan a los personajes de Jiménez y Romero, quienes no pudieron superar sus desniveles.
¡Otra vez más, el teatro es un espejo fiel y doloroso de la sociedad que lo produce!
Esta Sagrada familia ( su titulo conlleva una crítica socarrona) permite conocer y ponderar la saga de un trío familiar -José (Daniel Jiménez), María (Francis Romero) y la hija (Meche Barrios)- desesperado para no perder su status de clase media del cual ha disfrutado; pero este peculiar terceto en vez de buscar un trabajo o una actividad “legal” que le permita un ingreso financiero para cubrir sus gastos, opta por el camino de la delincuencia, el cual oscila entre la discreta mendicidad, los inverosímiles secuestros de un muerto y de una enferma anciana para robar sus supuestas fortunas, y llega incluso hasta coquetear con la prostitución y el proxenetismo de las dos féminas, además de los juegos ilícitos y el narcotráfico. En fin, la pieza cuenta y recuenta todas esas cotidianas peripecias de los vivos que tratan de sobrevivir a costillas de los demás. Y hasta concreta situaciones del más puro teatro del absurdo.
Sagrada familia sorprende por la agudeza de la crítica social que propone su discurso, bien hilvanado y con un toque de humor que revela el talento, hasta ahora desconocido de Peña Mejías, una teatrera intelectual que deberá seguir escribiendo. Este tipo de obra llega en el momento oportuno y hace una labor didáctica para los difíciles tiempos que se viven en el país, especialmente su clase media, donde se cuidan más las apariencias. La pieza es episódica y se centra en un sector muy especial, ya que en general ese estrato sufre, por lo que sus integrantes luchan para vivir primero y nos descender después, aunque a veces tienen que adoptar conductas maquiavélicas: primero el estómago y después.
El trabajo de Rosas es preciso para obtener el ritmo del espectáculo, así como la caracterización y desarrollo de los personajes, aunque debió ser más severo para que los tres personajes descollaran por igual. Las condiciones histriónicas, altamente farsescas, de Meche hacen placentera la performance escénica global, pero anulan a los personajes de Jiménez y Romero, quienes no pudieron superar sus desniveles.
¡Otra vez más, el teatro es un espejo fiel y doloroso de la sociedad que lo produce!
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