Reducir los elencos a lo mínimo, un actor o dos, es una tendencia mundial. Solamente las agrupaciones oficiales se atreven a montar piezas con más de tres o cuatro comediantes. “Es la economía, estúpido”, la frase inmortal de Bill Clinton, sería la justificación de semejantes ahorros; si bien podría argüirse, desde cierto ángulo, que por tal razón, ese cómico único y plural se debe lucir al desplegar su capacidad histriónica, como lo comenta el critico argentino Ernesto Schoo en su crónica del diario La Nación.
Y lo citamos para referirnos a la situación del teatro comercial venezolano, donde la producción de monólogos o de duetos abunda ya en un tono hasta peligroso para el futuro del oficio, porque están aburriendo al crítico de las mil cabezas, al público que paga o mantiene a ese teatro que no subvenciona el todopoderoso Estado. Todavía la sala Trasnocho no ha agotado su clientela, no más de 25 mil espectadores por temporada de cada espectáculo, pero sí debe estar alerta, porque los caraqueños se pueden cansar de tales menús escénicos y más ahora que cuestan 30 mil bolívares por persona.
Esperando que no cunda el fastidio del soberano, debemos reseñar la pieza 15 de Javier Vidal, autor, actor y director de su Tal para cual, donde la réplica se la da Julie Restifo, esposa en la vida real y también en el argumento de tan conspicuo montaje, cuya tema único es su vida matrimonial.
Aquellos que acudan al Trasnocho pensando que Javier y Julie les harán un streep tease con sus intimidades podrán salir rabiando, ya que lo exhibido es una versión light o edulcorada cual cursi horchata, apropiada más para algunos horarios televisivos de todo público, pero nunca teatro adulto.
Javier, que bien aprendió las técnicas del periodismo, escogió el lomito decente de su historia con Julie y armó un nostálgico viaje de 90 minutos que va desde los inolvidables años 70 hasta la primera década del siglo XXI, reiterando situaciones que ya había contado anteriormente, en sus otras 14 obras o en sus novelas. Él, que es libre de contar lo que quiera de su vida íntima y familiar, hilvanó unas cuantas facetas verdaderas y armó así un laberinto de monólogos, para ambos, con unas cuantas escenas complejas, hasta lograr contar como ha sido la vida de una pareja de clase media, con unas cuantas aristas en sus relaciones, etcétera.
Nosotros que todavía soñamos con poder ver grandes obras sobre la familia criolla, no tanto como Casa de muñecas de Ibsen o un Quinto infierno de Chocrón, esperábamos en Tal para cual un discurso escénico más crudo, más conmovedor, más para esta transición en la cual esta Venezuela. No le pedíamos la crudeza y la originalidad de ese monumento a la amistad que es la obra Jav& Jos, de José Simón Escalona, que sí escandalizó a más de unos cuantos. ¿Hay miedo o recato ahora?
Lo visto no llega a ser ni un recalentado tequeño para animar la fiesta teatral, aunque no se puede ignorar el desenfado de ambas actuaciones, dignas de un mejor texto.
Y lo citamos para referirnos a la situación del teatro comercial venezolano, donde la producción de monólogos o de duetos abunda ya en un tono hasta peligroso para el futuro del oficio, porque están aburriendo al crítico de las mil cabezas, al público que paga o mantiene a ese teatro que no subvenciona el todopoderoso Estado. Todavía la sala Trasnocho no ha agotado su clientela, no más de 25 mil espectadores por temporada de cada espectáculo, pero sí debe estar alerta, porque los caraqueños se pueden cansar de tales menús escénicos y más ahora que cuestan 30 mil bolívares por persona.
Esperando que no cunda el fastidio del soberano, debemos reseñar la pieza 15 de Javier Vidal, autor, actor y director de su Tal para cual, donde la réplica se la da Julie Restifo, esposa en la vida real y también en el argumento de tan conspicuo montaje, cuya tema único es su vida matrimonial.
Aquellos que acudan al Trasnocho pensando que Javier y Julie les harán un streep tease con sus intimidades podrán salir rabiando, ya que lo exhibido es una versión light o edulcorada cual cursi horchata, apropiada más para algunos horarios televisivos de todo público, pero nunca teatro adulto.
Javier, que bien aprendió las técnicas del periodismo, escogió el lomito decente de su historia con Julie y armó un nostálgico viaje de 90 minutos que va desde los inolvidables años 70 hasta la primera década del siglo XXI, reiterando situaciones que ya había contado anteriormente, en sus otras 14 obras o en sus novelas. Él, que es libre de contar lo que quiera de su vida íntima y familiar, hilvanó unas cuantas facetas verdaderas y armó así un laberinto de monólogos, para ambos, con unas cuantas escenas complejas, hasta lograr contar como ha sido la vida de una pareja de clase media, con unas cuantas aristas en sus relaciones, etcétera.
Nosotros que todavía soñamos con poder ver grandes obras sobre la familia criolla, no tanto como Casa de muñecas de Ibsen o un Quinto infierno de Chocrón, esperábamos en Tal para cual un discurso escénico más crudo, más conmovedor, más para esta transición en la cual esta Venezuela. No le pedíamos la crudeza y la originalidad de ese monumento a la amistad que es la obra Jav& Jos, de José Simón Escalona, que sí escandalizó a más de unos cuantos. ¿Hay miedo o recato ahora?
Lo visto no llega a ser ni un recalentado tequeño para animar la fiesta teatral, aunque no se puede ignorar el desenfado de ambas actuaciones, dignas de un mejor texto.
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