“La Venezuela de este siglo necesita grandes obras teatrales que revelen el alma de sus habitantes que la construyen día a día. Y además debe ser el mejor teatro del mundo”. Así piensa el dramaturgo Gustavo Ott (Caracas, 1963), quien precisamente llegó segundo en el Concurso Nacional de Creación Contemporánea y Dramaturgia Innovadora 2006, organizado por el Instituto de Artes Escénicas y Musicales del Ministerio para el Poder Popular de la Cultura.
Ott, quien además dirige el Centro Cultural Teatro San Martín de Caracas, en Artigas, tiene más de 30 piezas, la mayoría representadas y además traducidas a varias idiomas, fue premiado, con 20 millones de bolívares, por su texto 120 vidas x minuto, anunció que el mismo dirigirá el montaje y lo hará conocer durante el próximo mes de abril.
-¿Cuál es la formula para escribir teatro que los artistas montan y que los jurados premian?
-No creo que existan fórmulas ya. Las había, pero han sido barridas por el espectador y el creador global. Hasta el cine se está haciendo sin fórmulas y las mejores y más populares películas son las que hace 15 años considerábamos raras o material para cinematecas. Yo sólo creo en la poesía y en el tema. Y uno, finalmente, no es autor de una pieza, sino de una obra completa.
-¿Cuál sería la mejor política teatral posible?
-La mejor es la que más obras y creadores desarrolla. Que todo aquel que tenga talento y vocación – y a veces con la vocación basta-, desde cualquier clase social y contexto; con cualquier nivel académico y edad; desde cualquier parte del país; tenga la oportunidad de crear y ver su obra en el universo. Los niños se ven preciosos con su instrumento en la orquesta; con su malla de danza; con sus poemas primerizos. Pero todos esos niños crecen, les salen pelos rápidamente y van a exigir que si antes hicieron figurar a padres, funcionarios e instituciones con su belleza (que no es otra cosa que la belleza de la esperanza) pues ahora hay que responderles con seguridad social, con trabajo, con educación, con acceso a la información, con el apoyo a su obra, con roce internacional. Sensibilidad frente al arte es también sensibilidad frente a los vacíos de espíritu de nuestro pueblo. Nunca seremos un país grande sin las grandes obras que revelan nuestra alma.
-¿Cuál es el teatro que necesitamos o el que podemos hacer?
-Los venezolanos debemos hacer el mejor teatro del mundo. Desde lo literario a la escena, pero no hay otra etiqueta posible. En esto nos parecemos al deporte: o ganamos o perdemos, pero no hay medias tintas. Hace poco, viendo la película de Al Gore, Una verdad inconveniente, una sencilla frase suya relacionada con la emisión de gases tóxicos, terminó por revelarme el destino no sólo de nuestra cultura, sino del país en general. Dice: “terminó la época de los propósitos; ha comenzado la era de las consecuencias” O salimos de la pobreza o fracasamos. O hacemos valer el derecho de todos, o nos hundimos en la arbitrariedad. O somos lo que queremos o nos quedamos en lo que fuimos. Nuestro teatro –escrito y escénico- le ha dado a este país un nombre y apellido que sólo las artes plásticas y la poesía superan. En arte –como en ciencia y tecnología- hay una diferencia colosal entre el ejecutante y el creador. Por muy buenos ejecutantes que se tenga, es el compositor, el escritor, el creador, quien firma no sólo por su obra, sino por su país, su época, su cultura. Con una sencilla estrategia, podemos transformar este país de mises en uno de premios Nóbel; un país de funcionarios en uno de genios; un país de obligación a otro de vocación; un país que se compra y se vende a uno irreducible. Y es esto precisamente lo que ha hecho a otras sociedades más grandes, más justas y desarrolladas: su compromiso con la imaginación, con la invención y ahora la solidaridad. Descubrir que somos capaces de conmovernos por el dolor en esta batalla desigual contra la barbarie.
-¿A la dramaturgia se le da el sitio que merece ?
En los últimos 10 años, tres premios Nóbel han ido a parar a la dramaturgia. El movimiento antiglobalización nació con el teatro itinerante austriaco; la primera denuncia mundial sobre las atrocidades en Guantánamo fueron desde un escenario ingles; sólo se habló del Sida cuando una obra de teatro expuso sin tapujos el tema; las propuestas más importantes de la televisión mundial (HBO en particular) provienen de obras de teatro. Cuando uno sale, se encuentra con ese valor contracultural, reflexivo e innovador del teatro, y es un valor vivo, plagado de conceptos, disidente, admirado y apoyado.
-¿Cómo marcha nuestra cultura en lo internacional?
-Bueno, de la misma manera que en el mundo ya no hay islas y toda política nacional tiende a ser global, pues no es valido cambiar de pronto el discurso cuando hablamos de arte ¿no? Se escribe para tu público y para todos los públicos posibles. Las obras más importantes de este continente no han sido éxitos nacionales y en muchos casos estas sociedades las comprenden con el tiempo, o no lo hacen nunca. Se ha dado el caso de países que son obligados a entender a sus artistas, luego de su validación universal, como el caso del chileno Roberto Matta y ahora Milan Kundera, un desconocido en su natal República Checa. Si hay una lección en arte es que lo que sirve para el éxito, a veces no sirve para la gloria.
-¿Hasta dónde llegaríamos nosotros si tuviéramos los programas de promoción y validación de obras y autores que tienen otros países?
-Los venezolanos no creemos en nada precisamente porque no sabemos quienes somos.-¿Qué hacer?-Lo primero es querer que pase algo. Y también, querer a los creadores. Una buena política cultural será siempre popular, revolucionaria e histórica y la mejor no es la que más dinero gasta o la que más eventos organiza, sino la que permite el mayor y más democrático desarrollo tanto del creador como de su obra. La más importante arma revolucionaria es la protección de la vocación. Que podamos dedicar nuestras vidas a lo que queremos hacer es, precisamente, la actitud anticapitalista por excelencia: la base de la lucha teórica y práctica contra la explotación. Pero aún más: los líderes políticos, incluso los héroes, no soportan el análisis crítico con el paso de los tiempos, lo que es normal porque las percepciones sobre el poder son modificadas de manera constante por las impresiones éticas de las épocas. Pero el creador –y su obra- sí lo hacen; se presentan como rocas impenetrables y les da a sus sociedades espejos claros para verse, reconstruirse, recobrar sus símbolos, el orgullo de lo que son, las posibilidades de ser. Como dice Gore, quizás la era de las consecuencias ha comenzado también para nuestro teatro que, como buen arte, se ubica siempre en el umbral entre la tradición y la revolución.
Ott, quien además dirige el Centro Cultural Teatro San Martín de Caracas, en Artigas, tiene más de 30 piezas, la mayoría representadas y además traducidas a varias idiomas, fue premiado, con 20 millones de bolívares, por su texto 120 vidas x minuto, anunció que el mismo dirigirá el montaje y lo hará conocer durante el próximo mes de abril.
-¿Cuál es la formula para escribir teatro que los artistas montan y que los jurados premian?
-No creo que existan fórmulas ya. Las había, pero han sido barridas por el espectador y el creador global. Hasta el cine se está haciendo sin fórmulas y las mejores y más populares películas son las que hace 15 años considerábamos raras o material para cinematecas. Yo sólo creo en la poesía y en el tema. Y uno, finalmente, no es autor de una pieza, sino de una obra completa.
-¿Cuál sería la mejor política teatral posible?
-La mejor es la que más obras y creadores desarrolla. Que todo aquel que tenga talento y vocación – y a veces con la vocación basta-, desde cualquier clase social y contexto; con cualquier nivel académico y edad; desde cualquier parte del país; tenga la oportunidad de crear y ver su obra en el universo. Los niños se ven preciosos con su instrumento en la orquesta; con su malla de danza; con sus poemas primerizos. Pero todos esos niños crecen, les salen pelos rápidamente y van a exigir que si antes hicieron figurar a padres, funcionarios e instituciones con su belleza (que no es otra cosa que la belleza de la esperanza) pues ahora hay que responderles con seguridad social, con trabajo, con educación, con acceso a la información, con el apoyo a su obra, con roce internacional. Sensibilidad frente al arte es también sensibilidad frente a los vacíos de espíritu de nuestro pueblo. Nunca seremos un país grande sin las grandes obras que revelan nuestra alma.
-¿Cuál es el teatro que necesitamos o el que podemos hacer?
-Los venezolanos debemos hacer el mejor teatro del mundo. Desde lo literario a la escena, pero no hay otra etiqueta posible. En esto nos parecemos al deporte: o ganamos o perdemos, pero no hay medias tintas. Hace poco, viendo la película de Al Gore, Una verdad inconveniente, una sencilla frase suya relacionada con la emisión de gases tóxicos, terminó por revelarme el destino no sólo de nuestra cultura, sino del país en general. Dice: “terminó la época de los propósitos; ha comenzado la era de las consecuencias” O salimos de la pobreza o fracasamos. O hacemos valer el derecho de todos, o nos hundimos en la arbitrariedad. O somos lo que queremos o nos quedamos en lo que fuimos. Nuestro teatro –escrito y escénico- le ha dado a este país un nombre y apellido que sólo las artes plásticas y la poesía superan. En arte –como en ciencia y tecnología- hay una diferencia colosal entre el ejecutante y el creador. Por muy buenos ejecutantes que se tenga, es el compositor, el escritor, el creador, quien firma no sólo por su obra, sino por su país, su época, su cultura. Con una sencilla estrategia, podemos transformar este país de mises en uno de premios Nóbel; un país de funcionarios en uno de genios; un país de obligación a otro de vocación; un país que se compra y se vende a uno irreducible. Y es esto precisamente lo que ha hecho a otras sociedades más grandes, más justas y desarrolladas: su compromiso con la imaginación, con la invención y ahora la solidaridad. Descubrir que somos capaces de conmovernos por el dolor en esta batalla desigual contra la barbarie.
-¿A la dramaturgia se le da el sitio que merece ?
En los últimos 10 años, tres premios Nóbel han ido a parar a la dramaturgia. El movimiento antiglobalización nació con el teatro itinerante austriaco; la primera denuncia mundial sobre las atrocidades en Guantánamo fueron desde un escenario ingles; sólo se habló del Sida cuando una obra de teatro expuso sin tapujos el tema; las propuestas más importantes de la televisión mundial (HBO en particular) provienen de obras de teatro. Cuando uno sale, se encuentra con ese valor contracultural, reflexivo e innovador del teatro, y es un valor vivo, plagado de conceptos, disidente, admirado y apoyado.
-¿Cómo marcha nuestra cultura en lo internacional?
-Bueno, de la misma manera que en el mundo ya no hay islas y toda política nacional tiende a ser global, pues no es valido cambiar de pronto el discurso cuando hablamos de arte ¿no? Se escribe para tu público y para todos los públicos posibles. Las obras más importantes de este continente no han sido éxitos nacionales y en muchos casos estas sociedades las comprenden con el tiempo, o no lo hacen nunca. Se ha dado el caso de países que son obligados a entender a sus artistas, luego de su validación universal, como el caso del chileno Roberto Matta y ahora Milan Kundera, un desconocido en su natal República Checa. Si hay una lección en arte es que lo que sirve para el éxito, a veces no sirve para la gloria.
-¿Hasta dónde llegaríamos nosotros si tuviéramos los programas de promoción y validación de obras y autores que tienen otros países?
-Los venezolanos no creemos en nada precisamente porque no sabemos quienes somos.-¿Qué hacer?-Lo primero es querer que pase algo. Y también, querer a los creadores. Una buena política cultural será siempre popular, revolucionaria e histórica y la mejor no es la que más dinero gasta o la que más eventos organiza, sino la que permite el mayor y más democrático desarrollo tanto del creador como de su obra. La más importante arma revolucionaria es la protección de la vocación. Que podamos dedicar nuestras vidas a lo que queremos hacer es, precisamente, la actitud anticapitalista por excelencia: la base de la lucha teórica y práctica contra la explotación. Pero aún más: los líderes políticos, incluso los héroes, no soportan el análisis crítico con el paso de los tiempos, lo que es normal porque las percepciones sobre el poder son modificadas de manera constante por las impresiones éticas de las épocas. Pero el creador –y su obra- sí lo hacen; se presentan como rocas impenetrables y les da a sus sociedades espejos claros para verse, reconstruirse, recobrar sus símbolos, el orgullo de lo que son, las posibilidades de ser. Como dice Gore, quizás la era de las consecuencias ha comenzado también para nuestro teatro que, como buen arte, se ubica siempre en el umbral entre la tradición y la revolución.
-¿Qué hace con el dinero ganado con los premios?
-Pues lo único sensato que se puede hacer con el dinero: comprar tiempo.
-¿Tiene el arte un sentido económico?
-Decidimos por mucho tiempo darle sólo sentido económico a la cultura. Fue la época de los gerentes y de la rentabilidad económica. Nunca se nos ocurre pensar en la rentabilidad de la Grecia clásica o cuánto se gastó en cultura en la época de Sófocles, pero aquí ese discurso es muy popular. Creo más bien en darle sentido a la relación del país con sus creadores. Un pueblo orgulloso de si mismo es un pueblo resteado con sus artistas. Es Beethoven sonando durante los bombardeos de Nuremberg; es Shakespeare representándose en medio de la Batalla por Londres; es Beckett explicándole a Sarajevo el por qué de su asedio. El arte nos explica, nos dice lo que somos y lo que hemos sido. El arte nos hace más seguros de nosotros mismos y nos responde las peguntas diarias que nunca parecen tener una respuesta satisfactoria. Un pueblo que no cree en su arte es un pueblo que no sabe quién es. Reducirlo a los números y al pasajero gusto del público hace que se desvanezca la obra, el país y su deseo de lucha. Y esa es precisamente una de las reglas del capitalismo: reducir al artista a lo que piensa el poder de ellos, sean los medios, los gobiernos o las convenciones. El primer enemigo del capital es la vocación.
-¿Qué trata su obra 120 vidas x minuto?
- La obra comenzó con la idea del accidente, la catástrofe y el cuerpo amputado como tema y la posibilidad de vincularlo al dilema entre arte versus la vida; lo trascendental y lo efímero. La idea surgió luego del accidente aéreo del 2005 en la Sierra de Perijá, el cual, según se supo luego, se debió a falta de combustible. Allí murieron 120 pasajeros. Que el avión cayera por falta de gasolina en esa inmensa cuenca de petróleo y energía, fue una metáfora que no pude quitarme de la cabeza por mucho tiempo. Con cierto acorde brecthiano, los personajes se deslizan desde la esquizofrenia nacional a la idea del triunfalismo; de la negación a la exageración; de una generación amputada hacia el fin del afecto; de las rivalidades a las excusas y de los odios y la insensibilidad a la muerte del lenguaje. Es decir; un país en posición de desastre por una tragedia que no ha sucedido; pero que está por suceder. Aclara que la idea del amputado la ha estado trabajando últimamente. “Es una Latinoamérica amputada; la noción de que hemos sido lisiados, que nuestra personalidad como cultura es la del amputado, riéndose de su desgracia. Amputada nuestra razón, el triunfo, el amor, el lenguaje, nuestras relaciones con el poder, con la familia, con los seres que más queremos. Pero de pronto, por un instante, el miembro amputado aparece fantasmal y en ese momento tenemos un destello que nos recuerda las oportunidades perdidas. Al desaparecer el miembro fantasma, se produce entonces una segunda amputación: la de la memoria, reflejada en arte”.
Considera que el Concurso Nacional de Dramaturgia del Iaem, “por venir del Estado y por la cantidad en metálico del premio, además de su amplitud –lo ganan hasta tres autores- es la iniciativa más importante que jamás se haya hecho en este país en beneficio de la literatura dramática. Así de simple. Hasta que se creó ese Premio, aquí sólo existía la idea vaga del Festival Nacional, que igual no se hace, pero que apoyaba al teatro escrito aquí. Este premio brilla, además, por eso: por ser la primera vez que se coloca a nuestro teatro escrito al nivel de los grandes premios, como el Tirso, el Born o el Casa de América. 120 vidas x minuto será estrenada por el Teatro San Martín de Caracas en abril”
-¿Qué planes hay con su teatro y su sala?
-Acabamos de anunciar la programación del Nuevo Teatro San Martín, recuperado por Pdvsa y La Estancia. Se trata de una programación intensa y especial que comprende cinco estrenos mundiales y seis grandes eventos especiales. Particularmente, realizaremos el programa “Escrito Aquí 2007”, dedicada al autor nacional; la 8va Fiesta Internacional del Teatro San Martín; el II Festival de Talleres; el proyecto internacional “Obras José”, primera gran creación colectiva entre autores de 10 países sobre el tema del Padre y la I Muestra de Comedia de Caracas. Y todo esto mientras el Centro Cultural Teatro San Martín de Caracas inicia su segunda etapa de reparaciones, que durante este 2007 convertirán a este centro teatral del suroeste en uno de los más versátiles cómodos de la ciudad.
-Pues lo único sensato que se puede hacer con el dinero: comprar tiempo.
-¿Tiene el arte un sentido económico?
-Decidimos por mucho tiempo darle sólo sentido económico a la cultura. Fue la época de los gerentes y de la rentabilidad económica. Nunca se nos ocurre pensar en la rentabilidad de la Grecia clásica o cuánto se gastó en cultura en la época de Sófocles, pero aquí ese discurso es muy popular. Creo más bien en darle sentido a la relación del país con sus creadores. Un pueblo orgulloso de si mismo es un pueblo resteado con sus artistas. Es Beethoven sonando durante los bombardeos de Nuremberg; es Shakespeare representándose en medio de la Batalla por Londres; es Beckett explicándole a Sarajevo el por qué de su asedio. El arte nos explica, nos dice lo que somos y lo que hemos sido. El arte nos hace más seguros de nosotros mismos y nos responde las peguntas diarias que nunca parecen tener una respuesta satisfactoria. Un pueblo que no cree en su arte es un pueblo que no sabe quién es. Reducirlo a los números y al pasajero gusto del público hace que se desvanezca la obra, el país y su deseo de lucha. Y esa es precisamente una de las reglas del capitalismo: reducir al artista a lo que piensa el poder de ellos, sean los medios, los gobiernos o las convenciones. El primer enemigo del capital es la vocación.
-¿Qué trata su obra 120 vidas x minuto?
- La obra comenzó con la idea del accidente, la catástrofe y el cuerpo amputado como tema y la posibilidad de vincularlo al dilema entre arte versus la vida; lo trascendental y lo efímero. La idea surgió luego del accidente aéreo del 2005 en la Sierra de Perijá, el cual, según se supo luego, se debió a falta de combustible. Allí murieron 120 pasajeros. Que el avión cayera por falta de gasolina en esa inmensa cuenca de petróleo y energía, fue una metáfora que no pude quitarme de la cabeza por mucho tiempo. Con cierto acorde brecthiano, los personajes se deslizan desde la esquizofrenia nacional a la idea del triunfalismo; de la negación a la exageración; de una generación amputada hacia el fin del afecto; de las rivalidades a las excusas y de los odios y la insensibilidad a la muerte del lenguaje. Es decir; un país en posición de desastre por una tragedia que no ha sucedido; pero que está por suceder. Aclara que la idea del amputado la ha estado trabajando últimamente. “Es una Latinoamérica amputada; la noción de que hemos sido lisiados, que nuestra personalidad como cultura es la del amputado, riéndose de su desgracia. Amputada nuestra razón, el triunfo, el amor, el lenguaje, nuestras relaciones con el poder, con la familia, con los seres que más queremos. Pero de pronto, por un instante, el miembro amputado aparece fantasmal y en ese momento tenemos un destello que nos recuerda las oportunidades perdidas. Al desaparecer el miembro fantasma, se produce entonces una segunda amputación: la de la memoria, reflejada en arte”.
Considera que el Concurso Nacional de Dramaturgia del Iaem, “por venir del Estado y por la cantidad en metálico del premio, además de su amplitud –lo ganan hasta tres autores- es la iniciativa más importante que jamás se haya hecho en este país en beneficio de la literatura dramática. Así de simple. Hasta que se creó ese Premio, aquí sólo existía la idea vaga del Festival Nacional, que igual no se hace, pero que apoyaba al teatro escrito aquí. Este premio brilla, además, por eso: por ser la primera vez que se coloca a nuestro teatro escrito al nivel de los grandes premios, como el Tirso, el Born o el Casa de América. 120 vidas x minuto será estrenada por el Teatro San Martín de Caracas en abril”
-¿Qué planes hay con su teatro y su sala?
-Acabamos de anunciar la programación del Nuevo Teatro San Martín, recuperado por Pdvsa y La Estancia. Se trata de una programación intensa y especial que comprende cinco estrenos mundiales y seis grandes eventos especiales. Particularmente, realizaremos el programa “Escrito Aquí 2007”, dedicada al autor nacional; la 8va Fiesta Internacional del Teatro San Martín; el II Festival de Talleres; el proyecto internacional “Obras José”, primera gran creación colectiva entre autores de 10 países sobre el tema del Padre y la I Muestra de Comedia de Caracas. Y todo esto mientras el Centro Cultural Teatro San Martín de Caracas inicia su segunda etapa de reparaciones, que durante este 2007 convertirán a este centro teatral del suroeste en uno de los más versátiles cómodos de la ciudad.
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