La persecución y masacre de unos 12 millones de judíos y otros grupos minoritarios de Europa y África, entre ellos los eslavos y los gitanos, además de los homosexuales, los disminuidos físicos y mentales, y por si fuera poco los Testigos de Jehová, se le conoce como Holocausto, realizado por los alemanes nacionalsocialistas, durante la Segunda Guerra Mundial, aplicando técnicas sistemáticas e industrializadas. Y para que nadie olvide tal genocidio y sus victimas las Naciones Unidas conmemora, desde octubre de 2006, cada 27 de enero el Día Internacional del Holocausto y lo acordaron para esa fecha porque fue precisamente en 1945, cuando las tropas soviéticos llegaron al campo de concertación de Auschwitz, el más grande de esos centros del asesinato organizado que llevó a cabo el nazismo.
El Holocausto no solo dejó ese asombroso balance de inocentes victimas, pues al calor infernal de los hornos crematorios o a la sombra de las fábricas servidas por los prisioneros, unos cientos o de miles de personas se enriquecieron o aprovecharon tales desatinos, lucraron., medraron. Tal es el caso de la metáfora escénica que se ha presentado en la Sala Anna Julia Rojas. Nos referimos a Ladrona de almas, de Pavel Kohout (Praga, 1928), con las esmeradas actuaciones de Elisa Stella y Marialejandra Martín, y la sobria y bien intencionada puesta en escena de Rodolfo Boyadjian. Vimos la función del pasado 27 de enero y participamos en “el minuto de silencio” que se guardó en homenaje a los desaparecidos. Fue, un acto cultural inolvidable, donde una vez más el público convocado asintió que sí hay miles de formas de crueldad humana que quitan la vida, pero hay otras que dejan hondas heridas que nunca sanan, los temidos daños colaterales.
Ladrona de almas, producida por el venezolano “Espacio Anna Frank”, es un asombroso melodrama sobre el irreparable daño colateral que dejan las guerras y se centra en la curiosa saga de dos mujeres: Sofía, septuagenaria, e Irena, en unos amargos 45 años; una famosa y millonaria por su novela o especie de diario íntimo de una judía superviviente del ghetto de Varsovia, y la otra es una despiadada que urde una compleja venganza y trata de demostrar que la novelista es una impostora, una plagiaria más, “ladrona del alma” de su madre, quien era la verdadera autora del manuscrito que Sofía ha firmado, una usurpadora de la identidad que no le perteneció jamás. Dos personajes femeninos en situación límite, la cual culmina de manera inesperada y didáctica: no siempre la muerte es la mejor venganza, pues dejar vivo a la asesina o la “ladrona” es el mejor castigo.
El director Boyadjian amplió el Holocausto y el público vio con un prologo audiovisual que abre con el ahorcamiento de Saddan Hussein y cierra con los hongos atómicos que borraron a Hiroshima y Nagazaki. ¡Los jinetes del Apocalipsis siguen cabalgando y nos amenazan!
El Holocausto no solo dejó ese asombroso balance de inocentes victimas, pues al calor infernal de los hornos crematorios o a la sombra de las fábricas servidas por los prisioneros, unos cientos o de miles de personas se enriquecieron o aprovecharon tales desatinos, lucraron., medraron. Tal es el caso de la metáfora escénica que se ha presentado en la Sala Anna Julia Rojas. Nos referimos a Ladrona de almas, de Pavel Kohout (Praga, 1928), con las esmeradas actuaciones de Elisa Stella y Marialejandra Martín, y la sobria y bien intencionada puesta en escena de Rodolfo Boyadjian. Vimos la función del pasado 27 de enero y participamos en “el minuto de silencio” que se guardó en homenaje a los desaparecidos. Fue, un acto cultural inolvidable, donde una vez más el público convocado asintió que sí hay miles de formas de crueldad humana que quitan la vida, pero hay otras que dejan hondas heridas que nunca sanan, los temidos daños colaterales.
Ladrona de almas, producida por el venezolano “Espacio Anna Frank”, es un asombroso melodrama sobre el irreparable daño colateral que dejan las guerras y se centra en la curiosa saga de dos mujeres: Sofía, septuagenaria, e Irena, en unos amargos 45 años; una famosa y millonaria por su novela o especie de diario íntimo de una judía superviviente del ghetto de Varsovia, y la otra es una despiadada que urde una compleja venganza y trata de demostrar que la novelista es una impostora, una plagiaria más, “ladrona del alma” de su madre, quien era la verdadera autora del manuscrito que Sofía ha firmado, una usurpadora de la identidad que no le perteneció jamás. Dos personajes femeninos en situación límite, la cual culmina de manera inesperada y didáctica: no siempre la muerte es la mejor venganza, pues dejar vivo a la asesina o la “ladrona” es el mejor castigo.
El director Boyadjian amplió el Holocausto y el público vio con un prologo audiovisual que abre con el ahorcamiento de Saddan Hussein y cierra con los hongos atómicos que borraron a Hiroshima y Nagazaki. ¡Los jinetes del Apocalipsis siguen cabalgando y nos amenazan!
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