Mucha sangre ha corrido por las calles de Caracas y la pieza teatral La revolución desde su estreno, aquel el 30 de julio de 1971, sigue ahí. Impertérrita y esperando que cale profundamente su mensaje filosófico, destinado a revolver la conciencia de su público, hacerlo cambiar o convertirlo en otra persona más humana, conciente de su finitud y con la urgente necesidad de superar ansiedades, conflictos y frustraciones, para que así genere, finalmente, esa necesaria sedición psicológica o espiritual como paso previo hacia cualquier alteración en el orden interno o externo de la sociedad venezolana. Hablamos de la predica a lo Jiddu Krishnamurti (India, 1895/196) que su autor, Isaac Chocrón (Maracay, 1930), lanzó hacia una colectividad que comenzaba a darse cuenta de los valores de la libertad, tras un largo periplo de gobiernos autocráticos, dictaduras duras y blandas, además de experimentos guerrilleros abortados. Y todo eso se metaforiza por intermedio de un show con dos decadentes y arruinados personajes homosexuales, entregados a un ritual escénico travestido y fonomimico.
A 36 años de su debut caraqueño y tras sendas puestas en escena, bajo las égidas de Román Chalbaud y Armando Göta, actuadas por Rafael Briceño y José Ignacio Cabrujas, y Gustavo Rodríguez y Mariano Álvarez, La revolución está otra vez en cartelera -en el penthouse de Corp Banca- con Héctor Manrique y Basilio Álvarez, quienes firman el montaje. Pero ahora sí ha cambiado notablemente el contexto político, social y económico de Venezuela. Allende el escenario está en marcha un proceso revolucionario, aunque sus habitantes se debaten entre revolucionar sus conciencias, buscar caminos expeditos para su salvación o disfrute, o adoptar la cómoda actitud del avestruz e ignorarlo todo, no pensar y meter la cabeza bajo tierra.
En resumen: La revolución, que es una prédica sobre el cambio íntimo del ser humano como paso previo y fundamental para alteraciones exteriores, ahora es para el espectador venezolano una pantagruélica advertencia sobre la otra revolución que sí está pasando y la exigencia de tomar una decisión, ya que históricamente la libertad reina o desaparece cuando se ejecutan cambios rotundos en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación. ¡Y se trata de una elección ineludible además!
Esa es la lectura que hacemos de La revolución, convertida en drama con ribetes cómicos por su puesta en escena y las actuaciones de Manrique (excelente) y Álvarez (en proceso hacia el ideal). Un montaje, donde las risas no fluyen cómodamente, abordado profesionalmente, sin mínimas concesiones y sacrificando la hilaridad de los dos gays escénicos. Es un riesgo porque al público no le gusta que lo atormenten, sino que lo diviertan y a eso va al teatro: para reírse de dos “locas”, pero resulta que ahí se habla de algo que es estrujante tema cotidiano desde el 2 de febrero de 1999. ¿Hará su revolución?¡La audiencia dice la última palabra!
A 36 años de su debut caraqueño y tras sendas puestas en escena, bajo las égidas de Román Chalbaud y Armando Göta, actuadas por Rafael Briceño y José Ignacio Cabrujas, y Gustavo Rodríguez y Mariano Álvarez, La revolución está otra vez en cartelera -en el penthouse de Corp Banca- con Héctor Manrique y Basilio Álvarez, quienes firman el montaje. Pero ahora sí ha cambiado notablemente el contexto político, social y económico de Venezuela. Allende el escenario está en marcha un proceso revolucionario, aunque sus habitantes se debaten entre revolucionar sus conciencias, buscar caminos expeditos para su salvación o disfrute, o adoptar la cómoda actitud del avestruz e ignorarlo todo, no pensar y meter la cabeza bajo tierra.
En resumen: La revolución, que es una prédica sobre el cambio íntimo del ser humano como paso previo y fundamental para alteraciones exteriores, ahora es para el espectador venezolano una pantagruélica advertencia sobre la otra revolución que sí está pasando y la exigencia de tomar una decisión, ya que históricamente la libertad reina o desaparece cuando se ejecutan cambios rotundos en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación. ¡Y se trata de una elección ineludible además!
Esa es la lectura que hacemos de La revolución, convertida en drama con ribetes cómicos por su puesta en escena y las actuaciones de Manrique (excelente) y Álvarez (en proceso hacia el ideal). Un montaje, donde las risas no fluyen cómodamente, abordado profesionalmente, sin mínimas concesiones y sacrificando la hilaridad de los dos gays escénicos. Es un riesgo porque al público no le gusta que lo atormenten, sino que lo diviertan y a eso va al teatro: para reírse de dos “locas”, pero resulta que ahí se habla de algo que es estrujante tema cotidiano desde el 2 de febrero de 1999. ¿Hará su revolución?¡La audiencia dice la última palabra!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario