El artista Jesús Soto falleció el 14 de enero de 2005 en París y el 16 de agosto de ese mismo año un avión colombiano se estrelló con sus 120 pasajeros en la sierra de Perijá. Esas trágicas noticias dieron carne, sangre e ideas para la creación y estreno de la pieza 120 vidas x minuto, dirigida por su autor Gustavo Ott, el viernes 20 de abril, en el Teatro San Martín de Caracas, en Artigas.
Ott (Caracas, 1963), periodista y autor exitoso de una treintena de piezas, reconoce que dirige sus textos porque escribe sin dudas sobre la escena. “Hay otras en las que no tengo mucha idea sobre cómo se hará. Cuando escribo con pocas acotaciones, como en el caso de 120 vidas..., es porque la tengo muy clara. Quisimos involucrar a todos los artistas del Teatro San Martín (María Brito, Luis Domingo González, Gonzalo Cubero, Carolina Torres y David Villegas), casi todos directores y actores. Así que el único que no actuaba era yo y me tocó la dirección. Además, nuestro director de siempre, Luis Domingo, se parece mucho a Soto y nadie como él para interpretarlo en esta “estética del caído”.
-¿Una poética del caído?
-Sí, por lo menos en mis piezas. La caída, nada tan noble como el cuerpo del derrotado. El victorioso me ha parecido siempre culpable, quizás porque carga con la responsabilidad de las esperanzas perdidas.
-Coinciden, por semanas, el accésit del español Premio Torreperogil para su obra “Monstruos en el closet, ogros bajo la cama” y el estreno de “120 vidas x minuto”, la cual recibió el Segundo Premio del Concurso Nacional de Creación Contemporánea y Dramaturgia Innovadora de 2006 del Instituto de Artes Escénicas y Musicales (Iaem). ¿Diferencias y semejanzas?
-No tienen similitudes. Si se coloca una al lado de la otra parecerían de dos autores distintos. Es lo que más cuido por estos días: la posibilidad de ser otro. A veces, menos teatro y más poesía, como Monstruos…o más Brecht y tesis, como 120 vidas…. Escribimos hoy al tiempo en todos los formatos y géneros. Este es el momento de mayor libertad creativa que hayamos visto jamás en el arte contemporáneo mundial. No hay formatos ni reglas. La TV se atreve con la poesía, el cine es filosofía política, el teatro tribunal, la narrativa informa.
- Háblenos de “Monstruos...”.
-Esta escrita con la técnica del reportaje, regresando a mi profesión de periodista, pero ensamblada como un poema dramático, de lo más antiguo. Cuenta la historia de las victimas del terrorismo a partir del 11 de Septiembre de 2001, las que han pasado a ser números, estadísticas, titulares sin rostro. Pero el poder, que utiliza el terror o simplemente lo comenta, los percibimos como personas, es decir, son los únicos que viven. Sabemos sus gustos, sus poses, repetimos su retórica. Las victimas son vistas con un doble desprecio: el de su victimario y luego el del publico, testigo del show de su muerte. Monstruos... la inicie luego de leer el poema de Hans Magnus Enzensberger, El hundimiento del Titanic. Allí, un inmenso iceberg se acerca al muelle y el autor se pregunta: ¿qué hace un iceberg frente a Cuba? Esa imagen, de poderosa fuerza política, me impactó de la misma manera que la caída de las Torres Gemelas. Puedo citar de memoria pasajes completos de ese libro de Enzensberger pero hay uno en especial que le dio un giro crucial a la obra, es decir, me llevó a hablar desde el punto de vista de la victima en medio del atentado, uno, cualquiera. Decía: “…allá abajo, allá donde todo, como siempre, se comprende primero; que a la primera clase le toca el primer turno, que nunca hay botellas de leche suficientes, ni zapatos, ni botes, ni salvavidas para todos. El iceberg es lo que nos pertenece, eso sí, y pasa silencioso, se desliza junto al barco resplandeciente y, con nosotros, se pierde en la oscuridad”. Es decir, hay una lucha de clases en la sociedad de la catástrofe: las victimas y su necesidad de ser rescatados contra los poderosos y su necesidad de manejar el terror. Y esa idea del iceberg como algo que nos pertenece a todos, que democratiza nuestro dolor, fue lo que quise hacer con Monstruos….
-Ahora estrena “120 vidas...”, otra obra sobre catástrofe.
-120 vidas... es más elaborada. Comencé a escribirla con la muerte del artista cinético Jesús Soto, el 14 de enero de 2005, y la indiferencia nacional no sólo frente al artista sino con su obra, desmantelada y desconocida. Un artista que si hubiera sido de cualquier otro país, tendría una presencia constante en su pueblo. Meses después, el 16 de agosto de 2005, ocurrió el accidente aéreo en la Sierra de Perijá, donde murieron 120 personas. Me parecía que había entre ambos acontecimientos una relación espacial, pero no sabía cuál. La voz de Soto se me hizo presente mientras la escribía y con él la voz del país, su desperdicio pero también su búsqueda de trascendencia, su necesidad de belleza y hasta de Dios. Mientras la llevo a escena, hemos sentido también la voz del maestro en los ensayos. Y se trata de una voz calmada, como la del que toma tu mano y te ayuda al trazo.
-¿Tantas obras juntas en tan poco tiempo?
-He trabajado mucho en los últimos años, pero sin duda que la beca que me dio el gobierno francés para pasar tres meses en París escribiendo fue de gran ayuda. Aislado, en un convento (el de Récollets, en Gare d’ Est), sin televisión ni teléfono, sólo libros, pude trabajar con calma, a veces hasta 14 horas diarias. De allí regresé con mucho material que me mantendrá ocupado en los próximos años.
-Tenemos un saludable teatro comercial que indica que el público lo que quiere es divertirse y no preocuparse por temas complejos.
-Sucede en todas partes, de la misma manera que también sucede que lo que tiene valor para el entretenimiento ya no parece tenerlo para el arte. Lo que sirve para el éxito ya no parece tener grandeza. El entretenimiento per sé está en coma, si no ha muerto ya. Hoy, con el ocio, buscamos un espacio para la belleza más que para la risa. “Pasar el tiempo” es un acto de terror, detenerlo es una apuesta por la vida. Quizás no sea tan claro aún en nuestro país, pero ciertamente sí lo es en el mundo. Y un escritor está obligado a crear, desde su esquina, para el universo.
-¿Dice que el entretenimiento muere?
-Sí, porque sólo propone la velocidad y, con ella, el olvido. En una época donde todo es velocidad, la prisa es el primer elemento reaccionario y ultra conservador. En la espera, el tiempo es la esperanza. Y es allí donde el manejo del tiempo y su técnica –hasta en la televisión actual- se ha convertido en una propuesta estética casi revolucionaria. En la era de la destrucción sólo la forma convierte a esta destrucción en positiva. Y esto no es sólo una idea, sino también una técnica. Picasso creía que su obra era una reunión de destrucciones. “El rojo destruido en un sitio es colocado en otro y nada es destruido al final”
-¿Y esto no lo tiene el teatro criollo?
-La escena nacional es la más conservadora, plana y moralista de todas las manifestaciones artísticas actuales, no sólo en nuestro país, que parece con unos 20 años de atraso, sino frente al continente, que parece haber cedido demasiado terreno. Un terreno que se puede rescatar, claro, pero eso está en mano de los creadores y de casi nadie más. Debemos aprender más de los artistas plásticos, de los narradores y poetas. Menos gerencia y éxitos olvidables y más creadores y obras trascendentes.
-¿Aunque el público no vaya?
-Lo que le angustia al espectador es lo mismo que no deja dormir a sus creadores. A veces, tarda en darse cuenta, pero finalmente lo hace. En todo caso, como todo creador, prefiero hundirme en un barco que va por la dirección correcta de la historia, que navegar tranquilamente por las aguas equivocadas de la actualidad.
-¿Es nuestro público tan pasivo?
-Desde el cine, la narrativa y hasta la televisión, el espectador ha sido retado a abandonar su rol pasivo y se le realizan preguntas de importancia filosófica. El hombre común se levanta en la mañana, se afeita, se viste y antes de salir sabe que su vida ya no es satisfactoria. Ni siquiera probable. Y al país, como la poesía, puede que ese hombre lo lea con absoluto desprecio. Pero es allí, en su desprecio, donde encuentra sitio para lo autentico, como diría Monroe. Todas las percepciones occidentales actuales sobre el fin de un hombre y el nacimiento de otro parten de una formalidad nueva desde la creación.
-¿Está el país en una catástrofe?
Ott (Caracas, 1963), periodista y autor exitoso de una treintena de piezas, reconoce que dirige sus textos porque escribe sin dudas sobre la escena. “Hay otras en las que no tengo mucha idea sobre cómo se hará. Cuando escribo con pocas acotaciones, como en el caso de 120 vidas..., es porque la tengo muy clara. Quisimos involucrar a todos los artistas del Teatro San Martín (María Brito, Luis Domingo González, Gonzalo Cubero, Carolina Torres y David Villegas), casi todos directores y actores. Así que el único que no actuaba era yo y me tocó la dirección. Además, nuestro director de siempre, Luis Domingo, se parece mucho a Soto y nadie como él para interpretarlo en esta “estética del caído”.
-¿Una poética del caído?
-Sí, por lo menos en mis piezas. La caída, nada tan noble como el cuerpo del derrotado. El victorioso me ha parecido siempre culpable, quizás porque carga con la responsabilidad de las esperanzas perdidas.
-Coinciden, por semanas, el accésit del español Premio Torreperogil para su obra “Monstruos en el closet, ogros bajo la cama” y el estreno de “120 vidas x minuto”, la cual recibió el Segundo Premio del Concurso Nacional de Creación Contemporánea y Dramaturgia Innovadora de 2006 del Instituto de Artes Escénicas y Musicales (Iaem). ¿Diferencias y semejanzas?
-No tienen similitudes. Si se coloca una al lado de la otra parecerían de dos autores distintos. Es lo que más cuido por estos días: la posibilidad de ser otro. A veces, menos teatro y más poesía, como Monstruos…o más Brecht y tesis, como 120 vidas…. Escribimos hoy al tiempo en todos los formatos y géneros. Este es el momento de mayor libertad creativa que hayamos visto jamás en el arte contemporáneo mundial. No hay formatos ni reglas. La TV se atreve con la poesía, el cine es filosofía política, el teatro tribunal, la narrativa informa.
- Háblenos de “Monstruos...”.
-Esta escrita con la técnica del reportaje, regresando a mi profesión de periodista, pero ensamblada como un poema dramático, de lo más antiguo. Cuenta la historia de las victimas del terrorismo a partir del 11 de Septiembre de 2001, las que han pasado a ser números, estadísticas, titulares sin rostro. Pero el poder, que utiliza el terror o simplemente lo comenta, los percibimos como personas, es decir, son los únicos que viven. Sabemos sus gustos, sus poses, repetimos su retórica. Las victimas son vistas con un doble desprecio: el de su victimario y luego el del publico, testigo del show de su muerte. Monstruos... la inicie luego de leer el poema de Hans Magnus Enzensberger, El hundimiento del Titanic. Allí, un inmenso iceberg se acerca al muelle y el autor se pregunta: ¿qué hace un iceberg frente a Cuba? Esa imagen, de poderosa fuerza política, me impactó de la misma manera que la caída de las Torres Gemelas. Puedo citar de memoria pasajes completos de ese libro de Enzensberger pero hay uno en especial que le dio un giro crucial a la obra, es decir, me llevó a hablar desde el punto de vista de la victima en medio del atentado, uno, cualquiera. Decía: “…allá abajo, allá donde todo, como siempre, se comprende primero; que a la primera clase le toca el primer turno, que nunca hay botellas de leche suficientes, ni zapatos, ni botes, ni salvavidas para todos. El iceberg es lo que nos pertenece, eso sí, y pasa silencioso, se desliza junto al barco resplandeciente y, con nosotros, se pierde en la oscuridad”. Es decir, hay una lucha de clases en la sociedad de la catástrofe: las victimas y su necesidad de ser rescatados contra los poderosos y su necesidad de manejar el terror. Y esa idea del iceberg como algo que nos pertenece a todos, que democratiza nuestro dolor, fue lo que quise hacer con Monstruos….
-Ahora estrena “120 vidas...”, otra obra sobre catástrofe.
-120 vidas... es más elaborada. Comencé a escribirla con la muerte del artista cinético Jesús Soto, el 14 de enero de 2005, y la indiferencia nacional no sólo frente al artista sino con su obra, desmantelada y desconocida. Un artista que si hubiera sido de cualquier otro país, tendría una presencia constante en su pueblo. Meses después, el 16 de agosto de 2005, ocurrió el accidente aéreo en la Sierra de Perijá, donde murieron 120 personas. Me parecía que había entre ambos acontecimientos una relación espacial, pero no sabía cuál. La voz de Soto se me hizo presente mientras la escribía y con él la voz del país, su desperdicio pero también su búsqueda de trascendencia, su necesidad de belleza y hasta de Dios. Mientras la llevo a escena, hemos sentido también la voz del maestro en los ensayos. Y se trata de una voz calmada, como la del que toma tu mano y te ayuda al trazo.
-¿Tantas obras juntas en tan poco tiempo?
-He trabajado mucho en los últimos años, pero sin duda que la beca que me dio el gobierno francés para pasar tres meses en París escribiendo fue de gran ayuda. Aislado, en un convento (el de Récollets, en Gare d’ Est), sin televisión ni teléfono, sólo libros, pude trabajar con calma, a veces hasta 14 horas diarias. De allí regresé con mucho material que me mantendrá ocupado en los próximos años.
-Tenemos un saludable teatro comercial que indica que el público lo que quiere es divertirse y no preocuparse por temas complejos.
-Sucede en todas partes, de la misma manera que también sucede que lo que tiene valor para el entretenimiento ya no parece tenerlo para el arte. Lo que sirve para el éxito ya no parece tener grandeza. El entretenimiento per sé está en coma, si no ha muerto ya. Hoy, con el ocio, buscamos un espacio para la belleza más que para la risa. “Pasar el tiempo” es un acto de terror, detenerlo es una apuesta por la vida. Quizás no sea tan claro aún en nuestro país, pero ciertamente sí lo es en el mundo. Y un escritor está obligado a crear, desde su esquina, para el universo.
-¿Dice que el entretenimiento muere?
-Sí, porque sólo propone la velocidad y, con ella, el olvido. En una época donde todo es velocidad, la prisa es el primer elemento reaccionario y ultra conservador. En la espera, el tiempo es la esperanza. Y es allí donde el manejo del tiempo y su técnica –hasta en la televisión actual- se ha convertido en una propuesta estética casi revolucionaria. En la era de la destrucción sólo la forma convierte a esta destrucción en positiva. Y esto no es sólo una idea, sino también una técnica. Picasso creía que su obra era una reunión de destrucciones. “El rojo destruido en un sitio es colocado en otro y nada es destruido al final”
-¿Y esto no lo tiene el teatro criollo?
-La escena nacional es la más conservadora, plana y moralista de todas las manifestaciones artísticas actuales, no sólo en nuestro país, que parece con unos 20 años de atraso, sino frente al continente, que parece haber cedido demasiado terreno. Un terreno que se puede rescatar, claro, pero eso está en mano de los creadores y de casi nadie más. Debemos aprender más de los artistas plásticos, de los narradores y poetas. Menos gerencia y éxitos olvidables y más creadores y obras trascendentes.
-¿Aunque el público no vaya?
-Lo que le angustia al espectador es lo mismo que no deja dormir a sus creadores. A veces, tarda en darse cuenta, pero finalmente lo hace. En todo caso, como todo creador, prefiero hundirme en un barco que va por la dirección correcta de la historia, que navegar tranquilamente por las aguas equivocadas de la actualidad.
-¿Es nuestro público tan pasivo?
-Desde el cine, la narrativa y hasta la televisión, el espectador ha sido retado a abandonar su rol pasivo y se le realizan preguntas de importancia filosófica. El hombre común se levanta en la mañana, se afeita, se viste y antes de salir sabe que su vida ya no es satisfactoria. Ni siquiera probable. Y al país, como la poesía, puede que ese hombre lo lea con absoluto desprecio. Pero es allí, en su desprecio, donde encuentra sitio para lo autentico, como diría Monroe. Todas las percepciones occidentales actuales sobre el fin de un hombre y el nacimiento de otro parten de una formalidad nueva desde la creación.
-¿Está el país en una catástrofe?
- La mayoría de las cosas complejas, es decir, todo lo que tiene algún valor para la reflexión y hasta lo que tiene sentido para la acción, es comprensible sólo en retrospectiva. El arte, el poder, las sociedades, el hombre. Hay otras cosas que se perciben mejor en el momento en que suceden; el deporte, el entretenimiento, la politiquería, la distracción. En este momento parece que decidimos más por los actos que tienen sentido de actualidad que por los que tienen dimensión histórica. Y esa es nuestra catástrofe.
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