sábado, septiembre 27, 2008

Salvador Allende en 60 minutos

“El pueblo no quiere violencia. No necesita la violencia. Soñamos con una sociedad distinta y queremos luchar por ella, sin ser imitadores. La revolución chilena la haremos con gusto a vino tinto y sabor de empanada de horno”. Con esas palabras, transmitidas por Radio Magallanes, él, médico prestado a la política, estaba seguro que su sacrificio no sería en vano y alertaba a su gente porque un fracaso podía ser transformado en extraña victoria. Así se despidió el presidente Salvador Allende, aquel negro martes 11 de septiembre de 1973.
Y ahora los caraqueños podrán conocer cómo fueron las últimas horas del mandatario en el Palacio de la Moneda, en el corazón de Santigao de Chile, adonde había llegado a las siete y treinta de la mañana, pero resumidas en los 60 minutos del unipersonal Allende, la muerte de un presidente, de Rodolfo Quebleen, el cual será presentado en la Sala 1 del Celarg, del próximo 29 de octubre al 2 de noviembre, por el actor Roberto Moll, según la puesta en escena creada y producida entre el polifacético Luis Fernández y la actriz Mimí Lazo.
El periodista Rodolfo Quebleen (Rosario, Argentina, 1938), residente en Nueva York desde 1965, explica que el proceso de elaboración de su monólogo fue complicado, “porque es el resumen de una obra de teatro que no funcionaba. Yo insistía que de una forma u otra tenía que ser un trabajo teatral, porque el teatro refleja la vida y los espectadores pueden escuchar la respiración de los personajes, ver como el sudor brota en los rostros de los actores, que en esos momentos no son ellos sino los personajes que ellos están viviendo. Antes de comenzar a escribir había leído docenas de libros y ensayos sobre Allende, su gobierno y su familia. Conversé con mucha gente que lo conoció, entrevisté a su esposa Tencha y a su compañera Payita. Comencé a armar el texto y sufrir terriblemente con la comprensión de la escritura. No tenía demasiado material y tuve que hacer un gran esfuerzo para lograr la versión final”.
El primer montaje de Allende, la muerte de un presidente se realizó en el Theater for the New City, de Nueva York, el 16 de abril de 2006, con una inesperada acogida, “porque durante tres semanas la sala estuvo totalmente llena noche tras noche, al punto que en la última función se decidió hacer otra temporada en septiembre. Días antes de reinaugurar, se viajó a Caracas, invitados por el Tercer Festival Internacional de Monólogos y, pese a ser presentado en inglés con teleprompter, tuvo muy buena acogida. Nos presentamos en la Sala Juan Bautista Plaza. De regreso a Nueva York se reabrió la temporada y tuvo el mismo éxito de público durante otras tres semanas. Este espectáculo fue actuado y dirigido por los excelentes artistas colombianos Ramiro Sandoval y Germán Jaramillo, respectivamente”.
En Chile conocieron de Allende, la muerte de un presidente y el director Fernando Valenzuela y el productor Eduardo Larraín decidieron realizar una película basada en la pieza teatral. Viajaron a Nueva York y rodaron parte del monólogo con enfoque cinematográfico, que se mezcló con textos elegidos de La divina comedia, de Dante Alighieri, y pietaje documental. La película se estrenó en Santiago con buena aceptación del público y la crítica, por ejemplo del especialista Ascanio Cavallo de El Mercurio, escribió: "La pieza teatral es un esfuerzo de estilización sorprendente. Notable funcionamiento de textos clásicos en contextos nuevos e inesperados. Notable idea dramática y fílmica. Sin embargo, a pesar de todo, la mejor pregunta la formula Allende sobre un escenario oscuro: Los presidentes pueden ser desplazados. Pero, ¿cómo puede ser desplazado el pueblo? La pregunta es triste. La respuesta, todavía más”.
“El último día de Allende es el resumen de su vida política. Todo lo que había dicho y hecho tenía una función muy específica: dignificar al pueblo, rescatar lo que le pertenecía y devolvérselo. En el caso específico de los minerales, existían pero no eran chilenos y quienes trabajaban hasta la muerte en las minas para extraerlos, eran los menos beneficiados de esos sacrificios y en varias oportunidades sus protestas fueron reprimidas por medio de la fuerza que representaba a gobiernos al servicio de los capitales extranjeros. Allende cumplió con su promesa de devolver al pueblo lo que le pertenecía materialmente, no podía defraudarlo negándole su derecho a creer en la dignidad humana, y esto significaba defender hasta la última instancia de su vida el mandato que le había sido otorgado por ese pueblo de mineros y mapuches. Ese mandato es preservar las instituciones constitucionales y no era negociable y sólo podía defenderlo con su vida, porque sabía que cuando llegara el momento final iba a estar solo y un hombre solo únicamente tiene su vida para pelear. La vida anterior al 11 de septiembre deja de tener importancia cuando amanece ese martes, porque no era un día más, es el último y él lo sabe. Y sabe que ese día se vive hasta que llega la muerte y en su caso, es la salvación de la dignidad de su pueblo”, subraya Quebleen.
Para Quebleen, Allende, a 35 años de su muerte, cobra una dimensión inusitada en una América Latina plagada de ex gobernantes corruptos y cobardes, defenestrados miserablemente y asilados en cualquier parte, pero nunca sufriendo los sacrificios del exilio, por el contrario, con limusinas con choferes y en el peor de los casos presos, reclamando derechos que nos corresponden. En cuanto a si Allende siguió los pasos de alguien, pues si, del presidente chileno José Manuel Balmaceda, que espero el minuto en que terminó su mandato para suicidarse y no enfrentar así vejaciones, aquel 19 de septiembre de 1891.

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