Durante los años noventa del siglo XX se atascó el crecimiento del teatro venezolano. Una peste sin nombre diezmó a todo lo que había significado cinco décadas, por lo menos, en formarse y exhibirse. Un “hueco negro” devoró al gran motor de creación y gerencia que era Carlos Giménez, además del excelente director Enrique Porte y los dramaturgos José Ignacio Cabrujas y Fausto Verdial, y, por supuesto, varios actores y actrices de valía.
No está desierta la escena criolla de la centuria XXI gracias a un milagroso puñado de supervivientes y una briosa generación de relevo, salida en buena parte de la Escuela de Artes de la UCV, del Iudet y de agrupaciones independientes. Todos desafiaron a la guadaña del Sida, el alcohol, las drogas y las crisis cardíacas. El actual proceso lo dinamiza un conjunto de agrupaciones de jóvenes con ganas de ser sucesores de los ausentes y así lo demuestran día a día en escenarios de Caracas y otras poblaciones venezolanas. La diferencia de esta nueva cohorte de artistas con las anteriores es que sí saben de la importancia de la difusión de sus trabajos y para ello piden -esa es la palabra precisa- tener acceso permanente a los espacios teatrales y además que periodistas y críticos no los dejen solos, que los acompañen, porque recuerdan que el teatro es el más antiguo vehículo que se inventó la humanidad para comunicar e informar sobre hechos trascendentales de la comunidad, además de ser herramienta eficaz de la culturización y medio útil para las actividades lúdicas de la sociedad misma.
Y es por eso que la agrupación Teartes insiste con su temporada del Proyecto Hamlet hasta el 21 de septiembre en el sótano 1 del edificio San Martín de Parque Central, en el espacio de GA-80. Este experimento teatral, macerado con textos de William Shakespeare y Heiner Müller, rondaba desde hace varios años en la cabeza de Jericó Montilla y ahora lo presenta con su grupo, convertido en desgarrado hecho escénico, alejado de la palaciega idea shakesperiana y transformado en violenta ceremonia dentro de un decadente espacio underground. Ahí la tragedia por la conquista y el abuso del poder se plasma con ferocidad y masacra los más nobles sentimientos de los seres humanos, todo eso en medio de una alucinante saturnal con elementos y códigos de las contemporáneas y agresivas tribus urbanas.
Héctor Castro, Alí Rondón Pérez, Jariana Armas, María Claret Corado, Louani Rivero, Mónica Quintero, y Sara Valero Zelwer son los felices interpretes que agreden al público con textos, provenientes de la libérrima versión del poeta inglés, hilvanados con fragmentos de La maquina Hamlet del autor alemán. Y por si fuera poco, Jericó sumó al espectáculo una serie de imágenes escénicas influenciadas por el pintor Francis Bacon, para acentuar así el carácter plástico y simbólico de su propuesta, y llevar a los actores y la audiencia por los más oscuros caminos del alma, donde lo cándido es sombrío, borroso y desfigurado.
No hay que olvidar que el Hamlet de Shakespeare se centra en dos aspectos fundamentales para la sociedad isabelina: la familia y el poder. Los que después han asaltado las páginas de tan sórdida pieza han buscado lo oculto que dejo ahí sepultado el poeta de Avon. Müller hizo lo suyo y por eso inventó una “maquina que muele gente”, en sentido figurado, para mostrar el monstruoso aparato que los nazis crearon para conquistar el poder y las conciencias de su pueblo primero y después lo intentaron con el resto de Europa. Lo que ocurrió ya es una historia que ha servido para lucrar a unos vivos, pero la formula que patentó Adolfo Hitler no está sepultada y eso es lo que pretende demostrar este venezolana que tiene hasta un nombre con resonancias bíblicas: Jericó.
Es, pues, un trabajo inteligente y de mucha fuerza escénica o de violencia actuada. Una muestra del teatro que viene para este siglo XXI, un teatro que puede aturdir el público desprevenido, donde pululan Hamlets y despechadas Ofelias, donde abundan traidores tíos y madres disolutas, y donde siempre esta oscilando, cual péndulo trágico, la eventualidad de una invasión disfrazada por un amistoso Fortimbras.¡Nunca el príncipe Hamlet fue tan contemporáneo y no es precisamente por el juego que se inventó Müller!
No está desierta la escena criolla de la centuria XXI gracias a un milagroso puñado de supervivientes y una briosa generación de relevo, salida en buena parte de la Escuela de Artes de la UCV, del Iudet y de agrupaciones independientes. Todos desafiaron a la guadaña del Sida, el alcohol, las drogas y las crisis cardíacas. El actual proceso lo dinamiza un conjunto de agrupaciones de jóvenes con ganas de ser sucesores de los ausentes y así lo demuestran día a día en escenarios de Caracas y otras poblaciones venezolanas. La diferencia de esta nueva cohorte de artistas con las anteriores es que sí saben de la importancia de la difusión de sus trabajos y para ello piden -esa es la palabra precisa- tener acceso permanente a los espacios teatrales y además que periodistas y críticos no los dejen solos, que los acompañen, porque recuerdan que el teatro es el más antiguo vehículo que se inventó la humanidad para comunicar e informar sobre hechos trascendentales de la comunidad, además de ser herramienta eficaz de la culturización y medio útil para las actividades lúdicas de la sociedad misma.
Y es por eso que la agrupación Teartes insiste con su temporada del Proyecto Hamlet hasta el 21 de septiembre en el sótano 1 del edificio San Martín de Parque Central, en el espacio de GA-80. Este experimento teatral, macerado con textos de William Shakespeare y Heiner Müller, rondaba desde hace varios años en la cabeza de Jericó Montilla y ahora lo presenta con su grupo, convertido en desgarrado hecho escénico, alejado de la palaciega idea shakesperiana y transformado en violenta ceremonia dentro de un decadente espacio underground. Ahí la tragedia por la conquista y el abuso del poder se plasma con ferocidad y masacra los más nobles sentimientos de los seres humanos, todo eso en medio de una alucinante saturnal con elementos y códigos de las contemporáneas y agresivas tribus urbanas.
Héctor Castro, Alí Rondón Pérez, Jariana Armas, María Claret Corado, Louani Rivero, Mónica Quintero, y Sara Valero Zelwer son los felices interpretes que agreden al público con textos, provenientes de la libérrima versión del poeta inglés, hilvanados con fragmentos de La maquina Hamlet del autor alemán. Y por si fuera poco, Jericó sumó al espectáculo una serie de imágenes escénicas influenciadas por el pintor Francis Bacon, para acentuar así el carácter plástico y simbólico de su propuesta, y llevar a los actores y la audiencia por los más oscuros caminos del alma, donde lo cándido es sombrío, borroso y desfigurado.
No hay que olvidar que el Hamlet de Shakespeare se centra en dos aspectos fundamentales para la sociedad isabelina: la familia y el poder. Los que después han asaltado las páginas de tan sórdida pieza han buscado lo oculto que dejo ahí sepultado el poeta de Avon. Müller hizo lo suyo y por eso inventó una “maquina que muele gente”, en sentido figurado, para mostrar el monstruoso aparato que los nazis crearon para conquistar el poder y las conciencias de su pueblo primero y después lo intentaron con el resto de Europa. Lo que ocurrió ya es una historia que ha servido para lucrar a unos vivos, pero la formula que patentó Adolfo Hitler no está sepultada y eso es lo que pretende demostrar este venezolana que tiene hasta un nombre con resonancias bíblicas: Jericó.
Es, pues, un trabajo inteligente y de mucha fuerza escénica o de violencia actuada. Una muestra del teatro que viene para este siglo XXI, un teatro que puede aturdir el público desprevenido, donde pululan Hamlets y despechadas Ofelias, donde abundan traidores tíos y madres disolutas, y donde siempre esta oscilando, cual péndulo trágico, la eventualidad de una invasión disfrazada por un amistoso Fortimbras.¡Nunca el príncipe Hamlet fue tan contemporáneo y no es precisamente por el juego que se inventó Müller!
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