Desde 1972, cuando debutó con Amor y muerte de Joaquín Murrieta, de Pablo Neruda, en el viejo Ateneo de Caracas, José Simon Escalona y su agrupación Theja empezaron a imponerse por sus novedades estéticas en un contexto donde insurgía, arrollador, Carlos Giménez y su grupo Rajatabla, desde 1971.
Hacia 1989, gracias al visionario apoyo del otrora superministro de la cultura José Antonio Abreu, Escalona y su tropa ingresaron al Teatro Alberto de Paz y Mateos, que era sede de El Nuevo Grupo, para enseñar El príncipe feliz, de Oscar Wilde y Su novela romántica en el aire, de Javier Vidal.
Veinte años después, al finalizar su comodato de uso del TAPM con el Estado venezolano, Theja se retira de ese escenario con El infierno, primer fragmento de La Divina Comedia, de Dante Alighieri (Florencia, 29 de mayo de 1265 / Rávena, 14 de septiembre de 1321) adaptado por José Simon Escalona. Ahí exhibieron no menos de 61 eventos artísticos históricos y son referencia obligada como único teatro criollo de exportación.
El versionista y adaptador, además de director, Escalona optó por el monumental proyecto de montar, cada uno los tres segmentos del teológico y medieval poema de Alighieri, donde se condena la injusticia, la tiranía y los antivalores sociales, porque todas sus metáforas, después de 700 años, tienen total y cruel vigencia. Con su versión, en verso, de El infierno, insiste en plasmar los nuevos círculos del reino de las tinieblas, donde pulula el dolor y el odio, es el antro de la condena para todos los vicios y desviaciones del alma humana, y donde solo el amor puede redimir. Quedan comprometidos los montajes de los otros segmentos, para que una vez más, la labor cultural de la institución esté a la altura de su compromiso con el colectivo venezolano.
El “infernal” espectáculo se ciñe a la estética de los legendarios autos sacramentales, pero se transforma en contemporánea y singular ópera obscura, centrada en mostrar los castigos para los malos y los tardíos arrepentimientos de los que nunca se creyeron perversos, mientras Dante y el poeta Virgilio avanzan por entre las conmovedoras ergástulas. Es impactante el discurso de las almas condenadas que no aceptan su castigo e insisten en amenazar y continuar con sus perversidades. Visualmente impacta y llega a sobrecoger, pero al final la poesía y la música, además de la composición de los hieráticos personajes rescatan al espectador de ese infierno al estilo Theja, que no es el suyo… pero que puede llegar a serlo.
En El infierno, apuntalado en no menos de una decena de actores, rescatamos los depurados trabajos de Eben Renán, Alfonso Santana, Dante Gil y Juan Carlos Pabón, entre otros algunos veteranos comediantes y otros que recién comienzan.
No sabemos para donde irán o bajo que alero se cobijarán los artistas y los fanáticos del Theja. Estamos seguros que su capacidad de trabajo y su poder de convocatoria no se esfumarán cual burbujas de jabón y que pronto mostrarán El purgatorio y El paraíso para concluir su versión venezolanísima de la obra dantesca.
Tampoco es momento para evaluar las tres largas décadas de esa institución que no ha desfallecido en su tarea culturizadora destinada a captar nuevas generaciones de artistas y espectadores, por intermedio de creaciones orientadas hacia la confrontación intelectual y al disfrute de sus emociones. Por ahora, cabe recordar que no es nada fácil el teatro thejista, porque ha sido siempre creativo en sus propuestas, las cuales se aceptaron o rechazaron, pero nunca pasaron indiferentes en los escenarios criollos.
Veinte años después, al finalizar su comodato de uso del TAPM con el Estado venezolano, Theja se retira de ese escenario con El infierno, primer fragmento de La Divina Comedia, de Dante Alighieri (Florencia, 29 de mayo de 1265 / Rávena, 14 de septiembre de 1321) adaptado por José Simon Escalona. Ahí exhibieron no menos de 61 eventos artísticos históricos y son referencia obligada como único teatro criollo de exportación.
El versionista y adaptador, además de director, Escalona optó por el monumental proyecto de montar, cada uno los tres segmentos del teológico y medieval poema de Alighieri, donde se condena la injusticia, la tiranía y los antivalores sociales, porque todas sus metáforas, después de 700 años, tienen total y cruel vigencia. Con su versión, en verso, de El infierno, insiste en plasmar los nuevos círculos del reino de las tinieblas, donde pulula el dolor y el odio, es el antro de la condena para todos los vicios y desviaciones del alma humana, y donde solo el amor puede redimir. Quedan comprometidos los montajes de los otros segmentos, para que una vez más, la labor cultural de la institución esté a la altura de su compromiso con el colectivo venezolano.
El “infernal” espectáculo se ciñe a la estética de los legendarios autos sacramentales, pero se transforma en contemporánea y singular ópera obscura, centrada en mostrar los castigos para los malos y los tardíos arrepentimientos de los que nunca se creyeron perversos, mientras Dante y el poeta Virgilio avanzan por entre las conmovedoras ergástulas. Es impactante el discurso de las almas condenadas que no aceptan su castigo e insisten en amenazar y continuar con sus perversidades. Visualmente impacta y llega a sobrecoger, pero al final la poesía y la música, además de la composición de los hieráticos personajes rescatan al espectador de ese infierno al estilo Theja, que no es el suyo… pero que puede llegar a serlo.
En El infierno, apuntalado en no menos de una decena de actores, rescatamos los depurados trabajos de Eben Renán, Alfonso Santana, Dante Gil y Juan Carlos Pabón, entre otros algunos veteranos comediantes y otros que recién comienzan.
No sabemos para donde irán o bajo que alero se cobijarán los artistas y los fanáticos del Theja. Estamos seguros que su capacidad de trabajo y su poder de convocatoria no se esfumarán cual burbujas de jabón y que pronto mostrarán El purgatorio y El paraíso para concluir su versión venezolanísima de la obra dantesca.
Tampoco es momento para evaluar las tres largas décadas de esa institución que no ha desfallecido en su tarea culturizadora destinada a captar nuevas generaciones de artistas y espectadores, por intermedio de creaciones orientadas hacia la confrontación intelectual y al disfrute de sus emociones. Por ahora, cabe recordar que no es nada fácil el teatro thejista, porque ha sido siempre creativo en sus propuestas, las cuales se aceptaron o rechazaron, pero nunca pasaron indiferentes en los escenarios criollos.
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