Para impedir que el legado de Horacio Peterson se mezcle con las hojas secas que arrastra el tropical ventarrón del olvido, la trabajadora cultural Carmen “La Negra” Jiménez, apoyada por amigos y con el respaldo del Centro Simón Bolívar, colocó sobre sus hombros la empresa de mantener funcionando al Laboratorio Teatral Anna Julia Rojas, fundado hace 37 años y ubicado en la salida sur de la estación Bellas Artes del Metro caraqueño, desde 1994.
“El Laboratorio” se ha transformado en una “caimanera” para evaluar a nuevas generaciones de comediantes. Por ahí han desfilado decenas de muchachos y muchachas deseos de ser vistos por público, directores y productores, además de críticos y periodistas. Peterson (Coquimbo, Chile, 22 de abril de 1922/Caracas, 25 de noviembre de 2002) prosigue apuntalando, como siempre lo hizo, al desarrollo teatral de esta Tierra de Gracia, que lo dejó trabajar, amar y crear. ¡Gracias maestro!
Ahora, como ya es tradición, "El Laboratorio" presenta al actor Ernesto Montero con el monólogo El Quijote no existe, texto que Jorge Díaz (Rosario de Santa Fe, Argentina, 20 de febrero de 1930/Santiago de Chile, 13 de marzo de 2007), etiquetado como “dramaturgo del absurdo”, escribió y codirigió para festejar sus primeras 100 piezas teatrales, con la actuación de Pablo Krög, en enero de 2006 en la capital chilena.
El Quijote no existe, creado antes de que le diagnosticarán un cáncer al esófago a su dramaturgo, representa la crisis de un escritor trasgresor y para ello su narración escénica se desarrolla contra la lógica del tiempo y el espacio, por lo que salta del español 1604 al neoyorquino año 2000,y presenta a Miguel de Cervantes enviando su legendario texto a una editorial de Manhattan, pero recibe en su correo electrónico una negativa y además la recomendación de hacer un curso de escritura creativa en una universidad gringa.
Por obras como esta, al parecer entre las últimas que escribió, a Díaz lo “matrimonian” con el teatro del absurdo, pero la verdad es que el debutó en los escenarios chilenos precisamente porque actuó en una pieza de Eugene Ionesco y porque enfatizaba que le teatro del absurdo podía ser muchas cosas, menos absurdo.
La libérrima versión venezolana y el montaje que logran Adolfo Nitoli y Morris Merentes, muestran al enloquecido Cervantes tras publicar la primera versión del Quijote, en 1604, pero al menos permite la impactante performance de Ernesto Montero (Los Teques, 1987), quien tiene un “duende” histriónico que conmueve por la fuerza de sus acciones y sus habilidosas caracterizaciones, pero aún es “un diamante sin tallar”, a la espera de textos más cuidados o mejor versionados y directores que gradúen su natural pasión juvenil. ¡Ojala que este joven pueda estudiar un poco más y tenga suerte con quien lo lleve a la escena!
En síntesis, hay una nueva generación que está preparándose para ocupar el espacio que les van dejando sus mayores, espacio que no ha sido fácil crear y mantener, como pudiera contar “La Negra” Jiménez.
“El Laboratorio” se ha transformado en una “caimanera” para evaluar a nuevas generaciones de comediantes. Por ahí han desfilado decenas de muchachos y muchachas deseos de ser vistos por público, directores y productores, además de críticos y periodistas. Peterson (Coquimbo, Chile, 22 de abril de 1922/Caracas, 25 de noviembre de 2002) prosigue apuntalando, como siempre lo hizo, al desarrollo teatral de esta Tierra de Gracia, que lo dejó trabajar, amar y crear. ¡Gracias maestro!
Ahora, como ya es tradición, "El Laboratorio" presenta al actor Ernesto Montero con el monólogo El Quijote no existe, texto que Jorge Díaz (Rosario de Santa Fe, Argentina, 20 de febrero de 1930/Santiago de Chile, 13 de marzo de 2007), etiquetado como “dramaturgo del absurdo”, escribió y codirigió para festejar sus primeras 100 piezas teatrales, con la actuación de Pablo Krög, en enero de 2006 en la capital chilena.
El Quijote no existe, creado antes de que le diagnosticarán un cáncer al esófago a su dramaturgo, representa la crisis de un escritor trasgresor y para ello su narración escénica se desarrolla contra la lógica del tiempo y el espacio, por lo que salta del español 1604 al neoyorquino año 2000,y presenta a Miguel de Cervantes enviando su legendario texto a una editorial de Manhattan, pero recibe en su correo electrónico una negativa y además la recomendación de hacer un curso de escritura creativa en una universidad gringa.
Por obras como esta, al parecer entre las últimas que escribió, a Díaz lo “matrimonian” con el teatro del absurdo, pero la verdad es que el debutó en los escenarios chilenos precisamente porque actuó en una pieza de Eugene Ionesco y porque enfatizaba que le teatro del absurdo podía ser muchas cosas, menos absurdo.
La libérrima versión venezolana y el montaje que logran Adolfo Nitoli y Morris Merentes, muestran al enloquecido Cervantes tras publicar la primera versión del Quijote, en 1604, pero al menos permite la impactante performance de Ernesto Montero (Los Teques, 1987), quien tiene un “duende” histriónico que conmueve por la fuerza de sus acciones y sus habilidosas caracterizaciones, pero aún es “un diamante sin tallar”, a la espera de textos más cuidados o mejor versionados y directores que gradúen su natural pasión juvenil. ¡Ojala que este joven pueda estudiar un poco más y tenga suerte con quien lo lleve a la escena!
En síntesis, hay una nueva generación que está preparándose para ocupar el espacio que les van dejando sus mayores, espacio que no ha sido fácil crear y mantener, como pudiera contar “La Negra” Jiménez.
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