A tres años de aquel suceso que disfrutamos en la zona artística de Manhattan, debemos reiterar que evaluamos lo hecho sobre la escena y no precisamente lo que no está o no aparece en el espacio escénico. Recordamos esto tras haber presenciado el debut de Golondrina. Nos referimos al espectáculo que Aminta De Lara Rojas escribió y dirigió, durante la temporada de junio de 2007, en el Teatro La MaMa E.T.C de Nueva York.
Ahora ese montaje, actuado por Caridad Canelón y su autora, se exhibirá desde el próximo 24 de marzo en la caraqueña Sala Trasnocho. Es lógico que este estreno y su respectiva temporada en Caracas se merezcan una crítica, porque el público, para quien se hace el teatro, debe presenciar aquello y tomar una posición o una actitud ante lo que se le presenta.
En Golondrina, Caracas hierve entre marchas y contra marchas, mientras un patriarca agoniza en su apartamento de la Avenida Lecuna. El tráfico es caótico y es imposible que una ambulancia logre auxiliarlo. Esas circunstancias fuerzan lo que parecía imposible: el recuentro de sus hijas Claudia y Carmen Elena López, cuarentonas con visiones muy distintas de la política y la vida, distanciadas en su intento por superar una infancia disfuncional que aún las acosa.
Aminta plasmó la saga de esas dos mujeres, convocadas por su padre para que lo ayuden a “bien morir”, pero es tarde. Inician un alucinante exorcismo de sus infancias y juventudes, haciendo énfasis en la violación a que fueron sometidas por su progenitor, la cual desencadenó la fractura del hogar. Todo este encuentro se realiza en medio de los ruidos de una manifestación popular y además brota el tema político, ya que una es antichavista y la otra indiferente. El colofón es la segunda muerte del progenitor porque ellas lo asfixian para tomar venganza por lo ocurrido y nunca olvidado. Es una tragedia contemporánea venezolana sobre el poder y los seres afectados por su influencia.
Pudimos leer la pieza antes de su representación en esa histórica salita de Manhattan y teníamos miedo que la puesta en escena rompiese la verticalidad del texto y nos tocara presenciar otro panfleto más contra el chavismo o a favor del actual gobierno, una reiterada manifestación más a favor o en contra de ese cúmulo de proyectos y realizaciones, o fracasos, que los sociólogos califican como “Efecto Chávez”.
Pero no fue así. La autora está más allá de las eventualidades sociopolíticas de su patria (nació en Caracas hacia los años sesenta) y lo que pensó y escribió, además de haber exhibido con perfecta corrección, es un alegato contra el poder o el mando de un líder o una sociedad en cualquiera de los países de este continente. Es una proclama anarquista contra un sistema social donde las relaciones familiares coartan la libertad, en todos sus niveles, de sus miembros o integrantes, especialmente si son mujeres. Es un ataque vitriólico contra el machismo o el falocrentismo que impera a lo largo y ancho del planeta.
Es la primera reflexión que hicimos sobre esta obra de Aminta. Su más perfecta pieza, de ideología ácrata, la cual está en conexión con el actual movimiento universal de los pueblos cansados de la represión indiscriminada que se ejerce desde los hogares y se agiganta en el resto del sistema social donde se viva o participa. Por supuesto que tal tendencia anarquista de la humanidad pensante es milenaria y periódicamente se manifiesta.
Sobre la autora, y además actriz, y la casi legendaria comedianta que ahí participan, hay que subrayar que Aminta De Lara Rojas es sin duda la venezolana más conocida en la competida escena neoyorquina. Sus credenciales profesionales abarcan la escritura y dirección teatral, además de múltiples roles en televisión y cine. Antes de Golondrina, escribió y produjo Un bolero de hoy, La Monalisa, La importancia de llamarse Blanca, Fin de siglo y Doble imagen. Lleva el teatro prácticamente en los genes, al ser nieta de la legendaria Anna Julia Rojas, fundadora del Ateneo de Caracas y legendaria mecenas del teatro venezolano.
Sobre Caridad Canelón solamente se puede recordar que es todo un ícono del histrionismo criollo. Es una de las actrices y cantantes más activas y respetadas de la televisión, las tablas y el cine nacionales, desde que debutó siendo niña en el espacio “Bambilandia” de la Televisora Nacional (TVN5). Plena de galardones y rumbo a las cinco décadas de carrera, es famosa por su versatilidad, fuerza y profesionalismo, y además su “don de gentes”, algo que no es común en la farándula vernácula.
En Golondrina, Caracas hierve entre marchas y contra marchas, mientras un patriarca agoniza en su apartamento de la Avenida Lecuna. El tráfico es caótico y es imposible que una ambulancia logre auxiliarlo. Esas circunstancias fuerzan lo que parecía imposible: el recuentro de sus hijas Claudia y Carmen Elena López, cuarentonas con visiones muy distintas de la política y la vida, distanciadas en su intento por superar una infancia disfuncional que aún las acosa.
Aminta plasmó la saga de esas dos mujeres, convocadas por su padre para que lo ayuden a “bien morir”, pero es tarde. Inician un alucinante exorcismo de sus infancias y juventudes, haciendo énfasis en la violación a que fueron sometidas por su progenitor, la cual desencadenó la fractura del hogar. Todo este encuentro se realiza en medio de los ruidos de una manifestación popular y además brota el tema político, ya que una es antichavista y la otra indiferente. El colofón es la segunda muerte del progenitor porque ellas lo asfixian para tomar venganza por lo ocurrido y nunca olvidado. Es una tragedia contemporánea venezolana sobre el poder y los seres afectados por su influencia.
Pudimos leer la pieza antes de su representación en esa histórica salita de Manhattan y teníamos miedo que la puesta en escena rompiese la verticalidad del texto y nos tocara presenciar otro panfleto más contra el chavismo o a favor del actual gobierno, una reiterada manifestación más a favor o en contra de ese cúmulo de proyectos y realizaciones, o fracasos, que los sociólogos califican como “Efecto Chávez”.
Pero no fue así. La autora está más allá de las eventualidades sociopolíticas de su patria (nació en Caracas hacia los años sesenta) y lo que pensó y escribió, además de haber exhibido con perfecta corrección, es un alegato contra el poder o el mando de un líder o una sociedad en cualquiera de los países de este continente. Es una proclama anarquista contra un sistema social donde las relaciones familiares coartan la libertad, en todos sus niveles, de sus miembros o integrantes, especialmente si son mujeres. Es un ataque vitriólico contra el machismo o el falocrentismo que impera a lo largo y ancho del planeta.
Es la primera reflexión que hicimos sobre esta obra de Aminta. Su más perfecta pieza, de ideología ácrata, la cual está en conexión con el actual movimiento universal de los pueblos cansados de la represión indiscriminada que se ejerce desde los hogares y se agiganta en el resto del sistema social donde se viva o participa. Por supuesto que tal tendencia anarquista de la humanidad pensante es milenaria y periódicamente se manifiesta.
Sobre la autora, y además actriz, y la casi legendaria comedianta que ahí participan, hay que subrayar que Aminta De Lara Rojas es sin duda la venezolana más conocida en la competida escena neoyorquina. Sus credenciales profesionales abarcan la escritura y dirección teatral, además de múltiples roles en televisión y cine. Antes de Golondrina, escribió y produjo Un bolero de hoy, La Monalisa, La importancia de llamarse Blanca, Fin de siglo y Doble imagen. Lleva el teatro prácticamente en los genes, al ser nieta de la legendaria Anna Julia Rojas, fundadora del Ateneo de Caracas y legendaria mecenas del teatro venezolano.
Sobre Caridad Canelón solamente se puede recordar que es todo un ícono del histrionismo criollo. Es una de las actrices y cantantes más activas y respetadas de la televisión, las tablas y el cine nacionales, desde que debutó siendo niña en el espacio “Bambilandia” de la Televisora Nacional (TVN5). Plena de galardones y rumbo a las cinco décadas de carrera, es famosa por su versatilidad, fuerza y profesionalismo, y además su “don de gentes”, algo que no es común en la farándula vernácula.
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