Las nuevas generaciones tienen que verlo y conocerlo en las videotecas. Está en Jericó, El pez que fuma, La quema de Judas y Cuando quiero llorar no lloro, tetralogía del mejor cine criollo que va de 1990 a 1972, realizada por sus amigos Luis Alberto Lamata, Román Chalbaud y Mauricio Walerstein. De su largo periplo teatral quedaron fotografías, recortes de prensa, programas y anécdotas con sus colegas o los imperecederos agradecimientos de sus alumnos, como el teatrero Paúl Salazar Rivas, quien, precisamente, nos facilitó abundante material informativo para que nadie olvide ahora al artista y maestro Luis Egisto Pardi Barazarte, muerto el 8 de mayo de 1990, a los 64 años, a consecuencia de una crisis diabética.
En entrevista publicada por Miriam Freilich en El Nacional (28.06.87), Pardi reconoce que le gustaba el teatro, al cual le dio su vida entera, porque “es hermoso, por lo evolutivo, por lo creativo, porque nunca termina. Ha subsistido a pestes, revoluciones, guerras y es mi pasión; porque el teatro es vivo, tiene sangre, no depende sino del ser humano”.
Recordó su desembarque en Caracas en los años 40, procedente de Boconó, para culminar su bachillerato en el Liceo Andrés Bello y luego cursar periodismo en la UCV. Se graduó y ejerció la crítica teatral, con el seudónimo “El convidado de piedra”, hasta que se cansó de esos avatares. En 1956 debutó con la pieza Palabras en la arena, de Antonio Buero Vallejo, producida por el Teatro Universitario, en los tiempos de Guillermo Korn, Georgina de Uriarte y Nicolás Curiel.
Nunca más salió de los escenarios, al tiempo que ejercía la docencia, especialmente para la Escuela César Rengifo, de la cual fue su director hasta su mutis, y en su proyecto del Museo del Teatro, el cual se “detuvo”, precisamente cuando su biblioteca tenía siete mil libros, muchos de ellos producto de donaciones. “Yo me la paso hurgando en librerías y bibliotecas particulares. Cuando se descuidan mis amigos, me traigo los libros. Yo quiero dejar una obra hecha, tangible, que sirva para las generaciones emergentes, para el futuro, para que los jóvenes tengan donde investigar, donde leer textos que cada vez son más caros, imposibles”.
A sus alumnos enseño que había que manejarse con cierta diplomacia, porque “la gente de teatro es muy susceptible por razones explicables: somos hipersensibles. Tenemos que manejar muy bien las situaciones y el idioma porque cualquier palabra se tergiversa, se interpreta. Los actores interpretamos y una frase mal formada puede crear una tormenta inconveniente en un ensayo, en un estreno, en la vida en comunidad que es, a fin de cuentas, la vida del actor”.
Para él, el Estado debe diseñar “una política teatral más directa y no dar esos subsidios a la buena de Dios y chao: hay que hacerle un seguimiento porque eso forma parte del currículum de cualquier instituto o grupo. Hay que hacerle seguimiento a las inversiones porque de esa manera sabremos con qué formación humana vamos contar en el futuro inmediato”.
Repetía que Román Chalbaud es el mejor director de actores de nuestro país, “porque es increíble para desentrañar un personaje que uno no entiende. Y todo lo hace con muy pocas palabras. Hace entender sus ideas a los artistas que maneja en una forma muy sencilla. Eso es muy difícil de lograr”.
Era uno de los pocos actores que rechazaba trabajar en la televisión. Argumentaba que había tratado de no actuar mucho en telenovelas, porque se había dedicado muy en serio a trabajar la disciplina teatral, “ya que me resultaba muy difícil penetrar en ese mundo novelesco. Los programas especiales son otra cosa”.
Gracias a sus investigaciones encontró la génesis del teatro como espectáculo en Venezuela. El 28 de junio de 1600 fueron autorizadas por el Concejo de Caracas las primeras comedias en la plaza mayor, con motivo de las festividades del apóstol Santiago, patrono de la capital En 1978, durante su primer gobierno constitucional, el presidente Carlos Andrés Pérez instituyó así esa fecha como el Día Nacional de Teatro, tras el lobby que hicieran María Teresa Castillo de Otero Silva y el teatrero Luis Pardi. Durante los festejos por aquel acto de justicia histórica, dijo:”Tenemos un bagaje muy valioso que arranca desde 1600. Sus huellas, sus referencias, están en la Arquidiócesis de Caracas, en el Concejo Municipal, en la Casa Natal del Libertador, en el Archivo General de la Nación. No se ha investigado a fondo”.
En entrevista publicada por Miriam Freilich en El Nacional (28.06.87), Pardi reconoce que le gustaba el teatro, al cual le dio su vida entera, porque “es hermoso, por lo evolutivo, por lo creativo, porque nunca termina. Ha subsistido a pestes, revoluciones, guerras y es mi pasión; porque el teatro es vivo, tiene sangre, no depende sino del ser humano”.
Recordó su desembarque en Caracas en los años 40, procedente de Boconó, para culminar su bachillerato en el Liceo Andrés Bello y luego cursar periodismo en la UCV. Se graduó y ejerció la crítica teatral, con el seudónimo “El convidado de piedra”, hasta que se cansó de esos avatares. En 1956 debutó con la pieza Palabras en la arena, de Antonio Buero Vallejo, producida por el Teatro Universitario, en los tiempos de Guillermo Korn, Georgina de Uriarte y Nicolás Curiel.
Nunca más salió de los escenarios, al tiempo que ejercía la docencia, especialmente para la Escuela César Rengifo, de la cual fue su director hasta su mutis, y en su proyecto del Museo del Teatro, el cual se “detuvo”, precisamente cuando su biblioteca tenía siete mil libros, muchos de ellos producto de donaciones. “Yo me la paso hurgando en librerías y bibliotecas particulares. Cuando se descuidan mis amigos, me traigo los libros. Yo quiero dejar una obra hecha, tangible, que sirva para las generaciones emergentes, para el futuro, para que los jóvenes tengan donde investigar, donde leer textos que cada vez son más caros, imposibles”.
A sus alumnos enseño que había que manejarse con cierta diplomacia, porque “la gente de teatro es muy susceptible por razones explicables: somos hipersensibles. Tenemos que manejar muy bien las situaciones y el idioma porque cualquier palabra se tergiversa, se interpreta. Los actores interpretamos y una frase mal formada puede crear una tormenta inconveniente en un ensayo, en un estreno, en la vida en comunidad que es, a fin de cuentas, la vida del actor”.
Para él, el Estado debe diseñar “una política teatral más directa y no dar esos subsidios a la buena de Dios y chao: hay que hacerle un seguimiento porque eso forma parte del currículum de cualquier instituto o grupo. Hay que hacerle seguimiento a las inversiones porque de esa manera sabremos con qué formación humana vamos contar en el futuro inmediato”.
Repetía que Román Chalbaud es el mejor director de actores de nuestro país, “porque es increíble para desentrañar un personaje que uno no entiende. Y todo lo hace con muy pocas palabras. Hace entender sus ideas a los artistas que maneja en una forma muy sencilla. Eso es muy difícil de lograr”.
Era uno de los pocos actores que rechazaba trabajar en la televisión. Argumentaba que había tratado de no actuar mucho en telenovelas, porque se había dedicado muy en serio a trabajar la disciplina teatral, “ya que me resultaba muy difícil penetrar en ese mundo novelesco. Los programas especiales son otra cosa”.
Gracias a sus investigaciones encontró la génesis del teatro como espectáculo en Venezuela. El 28 de junio de 1600 fueron autorizadas por el Concejo de Caracas las primeras comedias en la plaza mayor, con motivo de las festividades del apóstol Santiago, patrono de la capital En 1978, durante su primer gobierno constitucional, el presidente Carlos Andrés Pérez instituyó así esa fecha como el Día Nacional de Teatro, tras el lobby que hicieran María Teresa Castillo de Otero Silva y el teatrero Luis Pardi. Durante los festejos por aquel acto de justicia histórica, dijo:”Tenemos un bagaje muy valioso que arranca desde 1600. Sus huellas, sus referencias, están en la Arquidiócesis de Caracas, en el Concejo Municipal, en la Casa Natal del Libertador, en el Archivo General de la Nación. No se ha investigado a fondo”.
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