Culminé el texto teatral El fantasma de Bonnie el 7 julio de 2009 y dos semanas más tarde vi al histrión adecuado para completar la dupleta actoral de un montaje que no tenía director ni productor. Visualicé quien podría ser uno de los intérpretes durante una función de La tempestad de Shakespeare, en la Casa de la Cultura de Los Teques, producción de la agrupación Veneteatro y bajo la dirección de Dante Gil.
Fui impactado por la globalidad del trabajo artístico y escribí que “muy especialmente ahí estaba Henry Pantoja, quien demostró que su discapacidad física -usa muletas, a consecuencia de la poliomielitis que lo enfermó a los cinco meses de edad- no le impedían actuar con dignidad y gran solvencia, además dotado de un peculiar rictus cómico”.
A finales de 2009, el director Gil asumió escenificar mi texto, teniendo a Henry Pantoja y Ulises Acosta como protagónicos. Ahora que han estrenado la pieza y realizado seis funciones en la sala Rajatabla, debe contar que ese texto dramático comenzó su gestación en Nueva York, hace unos diez años, cuando conocí a una pareja gay, integrada por Abdón, boricua discapacitado, y Anthony, gringo veterano de la guerra de Vietnam.
El más joven recibió una bala calibre .22 de revólver en la espalda, durante una reyerta en un bar-discoteca, donde hacia shows de estríper drag queen, y quedó paralizado de la cintura para abajo y reducido a una silla de ruedas. Abdón, el malogrado artista del espectáculo, trabajó después para medio sobrevivir como portero de aquel nefasto local del underground neoyorquino, y fue ahí cuando Anthony lo conoció y brotó una saga de convivencia, amistad y amor, la cual ya pasó las tres décadas.
Caraqueñicé la historia de aquellos foráneos seres de carne y hueso y logré un argumento o trama con los personajes teatrales “Abdón” y “Anthony”, quienes se encuentran en una barriada de clase media, en los tiempos actuales, y se complementan para sobrevivir a la difícil soledad donde están a punto de naufragar, acompañados además por el fantasma de una mascota, la doberman Bonnie, que los defiende de malandros y consumidores de crack en la zona donde moran.
Nada fácil para Gil, Pantoja y Acosta fue darle vida escénica a las 28 páginas tamaño oficio que les facilité para invocar y materializar El fantasma de Bonnie. Las muletas cotidianas del actor fueron complementadas con una silla de ruedas y comenzó así un proceso para teatralizar un texto recargado de acciones dramáticas.
Pero las cosas cambiaron definitivamente cuando Gil y Veneteatro viajaron al mexicano Santiago de Querétaro y ahí la coreógrafa Rayito Zamudio les creó un baile especial para “Abdón”, el cual proponía para que el discapacitado rememorara sus shows y revelara como había sido su accidente y algunos aspectos de su vida, con una cortina musical del más rumboso reguetón.
Lo demás no lo cuento, porque el teatro hay que verlo para sentirlo en la piel y hacer propia la moraleja o el mensaje.
Ahora El fantasma de Bonnie emprende su transito por otras salas y otras ciudades, ya que su mensaje sobre el mejor antitodo contra la soledad acompañada es conveniente que lo conozcan muchas más personas y al mismo tiempo que gana más adeptos y se difunde su repudio contra la homofobia.
Y debo reconocer que me siento muy honrado por la dirección que Dante Gil le dio a mi texto y la entrega de los señores actores Henry Pantoja y Ulises Acosta, además del trabajador equipo de técnicos de Veneteatro. Todos son figuras valiosas de una emergente vanguardia de la escena venezolana, heredera de una historia de luchas positivas.
También quedo muy agradecido de Francisco Alfaro al permitir que en la histórica sala Rajatabla se estrenara mi obra, la cual llevaba un abierto homenaje para aquel gran artista que se nos marchó aquel 27 de marzo de 1993.
Fui impactado por la globalidad del trabajo artístico y escribí que “muy especialmente ahí estaba Henry Pantoja, quien demostró que su discapacidad física -usa muletas, a consecuencia de la poliomielitis que lo enfermó a los cinco meses de edad- no le impedían actuar con dignidad y gran solvencia, además dotado de un peculiar rictus cómico”.
A finales de 2009, el director Gil asumió escenificar mi texto, teniendo a Henry Pantoja y Ulises Acosta como protagónicos. Ahora que han estrenado la pieza y realizado seis funciones en la sala Rajatabla, debe contar que ese texto dramático comenzó su gestación en Nueva York, hace unos diez años, cuando conocí a una pareja gay, integrada por Abdón, boricua discapacitado, y Anthony, gringo veterano de la guerra de Vietnam.
El más joven recibió una bala calibre .22 de revólver en la espalda, durante una reyerta en un bar-discoteca, donde hacia shows de estríper drag queen, y quedó paralizado de la cintura para abajo y reducido a una silla de ruedas. Abdón, el malogrado artista del espectáculo, trabajó después para medio sobrevivir como portero de aquel nefasto local del underground neoyorquino, y fue ahí cuando Anthony lo conoció y brotó una saga de convivencia, amistad y amor, la cual ya pasó las tres décadas.
Caraqueñicé la historia de aquellos foráneos seres de carne y hueso y logré un argumento o trama con los personajes teatrales “Abdón” y “Anthony”, quienes se encuentran en una barriada de clase media, en los tiempos actuales, y se complementan para sobrevivir a la difícil soledad donde están a punto de naufragar, acompañados además por el fantasma de una mascota, la doberman Bonnie, que los defiende de malandros y consumidores de crack en la zona donde moran.
Nada fácil para Gil, Pantoja y Acosta fue darle vida escénica a las 28 páginas tamaño oficio que les facilité para invocar y materializar El fantasma de Bonnie. Las muletas cotidianas del actor fueron complementadas con una silla de ruedas y comenzó así un proceso para teatralizar un texto recargado de acciones dramáticas.
Pero las cosas cambiaron definitivamente cuando Gil y Veneteatro viajaron al mexicano Santiago de Querétaro y ahí la coreógrafa Rayito Zamudio les creó un baile especial para “Abdón”, el cual proponía para que el discapacitado rememorara sus shows y revelara como había sido su accidente y algunos aspectos de su vida, con una cortina musical del más rumboso reguetón.
Lo demás no lo cuento, porque el teatro hay que verlo para sentirlo en la piel y hacer propia la moraleja o el mensaje.
Ahora El fantasma de Bonnie emprende su transito por otras salas y otras ciudades, ya que su mensaje sobre el mejor antitodo contra la soledad acompañada es conveniente que lo conozcan muchas más personas y al mismo tiempo que gana más adeptos y se difunde su repudio contra la homofobia.
Y debo reconocer que me siento muy honrado por la dirección que Dante Gil le dio a mi texto y la entrega de los señores actores Henry Pantoja y Ulises Acosta, además del trabajador equipo de técnicos de Veneteatro. Todos son figuras valiosas de una emergente vanguardia de la escena venezolana, heredera de una historia de luchas positivas.
También quedo muy agradecido de Francisco Alfaro al permitir que en la histórica sala Rajatabla se estrenara mi obra, la cual llevaba un abierto homenaje para aquel gran artista que se nos marchó aquel 27 de marzo de 1993.
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