domingo, junio 26, 2011

Sciamanna nació actor

Es caraqueño desde hace 43 años. Su nombre propio, porque no usa seudónimo, lo dice todo: Luigi Sciamanna, intérprete y director. Y es por eso que durante las últimas semanas ha ganado premios importantes: el Municipal de Teatro de Caracas, por encarnar al filósofo neonazi Martin Heidegger, y en el Festival de Cine de Mérida, al revivir al pintor Armando Reverón.
-¿Satisfecho, cuando lleva más de 20 años en estas lides?
-Para mi, mal contados son 24. Y me siento realizado, soy inquieto y curioso. Estoy creciendo y madurando. Sigo pa' lante....!!!
-¿Cuándo comenzaron el teatro y el cine para usted, bien como director o actor?
-Nací actor. Un poco antes de los diez años, asistiendo en compañía de mis padres al autocine La Paz, al lado del velódromo Teo Capriles en La Vega, comencé a decirles que "quería hacer eso que hacen los señores en la pantalla": actuar. Llegó a mi vida desde la infancia porque gracias a mi madre, Rosanna Denti, en mi casa se iba al cine y mucho. A mi padre, Giuseppe Sciamanna, el cine lo aburría, pero complacía a mi madre. Allí, desde el asiento trasero del viejo Dodge Dart, la vocación me susurró al oído. Las películas de mi infancia fueron un Gulliver, animado y musical; Pinocchio, en la versión de Disney; Singin in the rain; War of the Worlds; Bridge on the River Kwai; Jason and the Argonauts; Hello Dolly y Star Wars. Durante la adolescencia, creciendo bajo el amparo de una televisión que ofrecía historias como Pobre Negro, La señora de Cárdenas o La hija de Juana Crespo, pensaba que la vía para comenzar la carrera de actor era la televisión. Una tarde, ya estando en bachillerato, en compañía de Reynaldo Cerquone, fui a la academia de la televisión ubicada en Parque Central porque había escuchado que allí, Amalia Pérez Díaz, daba un curso de actuación que era pasaporte directo para entrar a RCTV. No pasé del mostrador. Un señor me explicó que el curso no se estaba dando en ese momento Y que para inscribirme debía tener 18 años.
-Intenso y melodramático, solo contra el mundo y los dioses, es decir, adolescente total, entendí que mi destino no era ser actor, que algo superior conspiraba contra mi anhelo de dedicarme al viejo arte de ser otro. Decidí entonces ser director. Cuando, contra viento y marea, en 1986, entré a la Escuela de Artes de la UCV, lo hice con la decisión de graduarme en mención cine. Y así ocurrió.
Ulive en escena
Sciamanna no esperaba que, hacia el año 1986, “estando una mañana parado en el pasillo único y central de la Escuela de Artes, pasó corriendo Manuel Barreto quien me vociferaba en su agitación si no me presentaría a las audiciones de Ugo Ulive para entrar en su taller de teatro. Manuel se detuvo, me indicó el sitio y la hora y allí comenzó una buena parte del todo. Audicioné con Nuntius, texto breve que ya había escrito en esa época. Quedé y el 3 de junio de 1987, a las 6 de la tarde, en única función, con entrada libre, me presentaba en el Auditorio de la Facultad de Humanidades en Nuestro Hamlet, versión libérrima de Ulive inspirada en Shakespeare y en Tom Stoppard. Un mes después, el 16 de julio, debutaba oficialmente en Juan de la Noche de Alicia Álamo Bartolomé, dirigida por Ulive. Este montaje no sólo significó mi estreno como actor, sino que me abrió las puertas a toda una generación de actores que no he dejado de querer y respetar. Recuerdo mi primer sueldo: cuatro mil quinientos bolívares. Me sentía millonario. Esos sí que eran bolívares fuertes.
Mimí Lazo culpable
El debut de Sciamanna en el cine fue otra cosa. “Como actor, comenzó para mí casi como la actuación en el teatro. Cuando menos lo esperaba. Si el mensajero del teatro fue Manuel Barreto, el del cine fue en este caso una vestal: Mimí Lazo. Acabábamos de terminar la temporada de El dorado y el amor de Ulive, dirigida por Antonio Costante para la Compañía Nacional de Teatro, allá en la esquina de Cipreses. Una tarde me tocó llevar al teatro al maestro Fernando Gómez porque se le "espichó" un caucho y no tenía tiempo de repararlo. Cuando llegamos al Nacional, una tarde de septiembre de 1994, nos quedamos dentro del automóvil conversando y protegiéndonos de una melancólica garúa. Entonces apareció Mimí Lazo que, desde lejos, venía gesticulando de manera ampulosa. Llegó hasta nosotros y literalmente me sacó del vehículo y llevó a su camerino. Allí, de su cartera, extrajo el famoso modelo de teléfono celular de ese año y que todos conocíamos como "el zapatófono", en homenaje al Superagente 86, Maxwell Smart. Mimí hizo una llamada y le insistía a su interlocutora que ella "había encontrado al actor, que lo tenía en frente y que se lo enviaba ya para que la interlocutora me conociera". Debo decir que en ese momento comenzaba ya a tener un poco de calvicie, había aumentado unos seis kilos para la pieza de Ulive, tenía el cabello largo, estaba sin afeitar, con unos tenis gastados, un pantalón de mono usado y una franela vieja. Era la pinta perfecta para no obtener ni una aparición como extra, pero Mimí anotó una dirección en Los Palos Grandes, la colocó en mis manos y me mandó. No había derecho a pataleo. Me esperaba una especie de valquiria tropical, exuberante, seductora, telúrica, Mireya Guanipa. Entré y me hizo un casting policial: mirando a cámara, sosteniendo un cartel con mi nombre, dando frente, perfiles y hablé un poco sobre quién era, con quién me había formado. Pasamos a su escritorio. Sentenció entonces: "Acabas de hacer la prueba para el papel principal de la película que se va a hacer sobre Antonio José de Sucre" y con esta lapidaria frase, extrajo una carpeta con fotocopias de retratos del Gran Mariscal y al ver la nariz recuerdo que pensé en mis adentros, "Por la nariz no será" y ella, como si hubiera escuchado ese pensamiento, agregó: "La nariz es la misma". Es verdad, eran, son, idénticas. Pero sonreí con escepticismo amargo. Para un joven actor de teatro, de 27 años, desconocido para el público, y con aquella pinta de desempleado, que se le adjudicara un papel protagónico en una película lucía impensable. Sin embargo, al día siguiente fui citado a las 2 de la tarde para conocer a Alidha Ávila en su casa y a las 6, entrando la noche, salí con el guión bajo el brazo y el personaje entre pecho y espalda. Había llegado el celuloide. El niño del autocine sonreía. Aquel casting fue mágico, extraño y a las preguntas de Mireya Guanipa se sumó otra mujer, que resultó ser productora de campo de la película. "Cocó", mientras la Guanipa me tomaba la mano izquierda y la palpaba y sobaba. Así, al terminar Mireya, "Cocó", mirándome a los ojos, habló con carácter sibilino: "Esta va a ser una película muy especial, ¿sabes? El equipo está todo conformado por mujeres y eso es único, ya te darás cuenta". Yo era Tannhäuser entrando al Monte de Venus. Sucre se estrenó con suerte irregular el domingo 17 día domingo 17 de diciembre de 1995, a las 8 de la noche, trasmitida al mismo tiempo por el Canal 8 y RCTV. Nos dicen ahora que esa Venezuela no era de todos”.


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