“Guapear, Edgard, es lo que he estado haciendo durante los dos últimos años. Pero no me vayas a proponer una entrevista, tu sabes todo lo mío y puedes hacer una nota con motivo de mi 81 cumpleaños, la cual te agradezco”. Así fue el diálogo con el amigo Isaac Chocrón el pasado domingo, mientras la imprescindible Sara lo acompañaba en su residencia con algunos visitantes como Belén Lobo y Victoria de Stefano.
Nacido en Maracay, el 25 de septiembre de 1930, en un hogar sefardita, fue criado en la religión judaica y desde niño participaba en las grandes fiestas de la comunidad. Aprendió a leer fonéticamente el hebreo, porque ya tenía la chispa del teatro por dentro, para su Bar Mitzvab. Eso gustó tanto a unos judíos religiosos que le ofrecieron a su papá una beca para que el niño terminara sus estudios en Estados Unidos y de esa manera él sería el primer rabino nacido en Venezuela. “Mi papá Elías al escuchar tal propuesta, me mando a estudiar a una escuela militar estadounidense… y todo el mundo sabe lo que pasó después. Pero con el paso de los años, me he dado cuenta de que Dios para mí es como la luz de una vela o como la luz del Sol. Es una esencia, que de alguna manera me dirige y me da confianza. Creo que mi manera de comunicarme con Dios es escribiendo”.
Su periplo teatral comenzó cuando Romeo Costea, durante la temporada caraqueña de 1959, le montó Mónica y el florentino. Antes, en 1956, publicó Pasajes, su primera novela. Desde entonces no ha parado, ni sus enfermedades han podido detener su carrera de escritor de éxitos teatrales y literarios. Y ahora que festeja su 81 aniversario, conviene recordar que todas sus piezas están “envenenadas”, tienen contenidos duros o pesados para que el público los descubra, los saboree y termine aceptándolos. Ya lo hizo con Asia y el Lejano Oriente, Okey, La revolución, Mesopotamia, Escrito y sellado, El acompañante y Solimán, el magnífico, entre otras obras.
Para digerir bien su teatro, hay que recordar, como lo escribió el poeta Leonardo Padrón, que es uno de los pocos venezolanos que pudo elegir lo que iba a hacer con su vida. Escogió el teatro, quizás, porque, como dice Oscar Wilde, "es inmensamente más real que la vida". Seleccionó su manera de ejercer el amor. Renunció a una carrera académica para casarse con su propia imaginación. Uso la escritura como oxígeno de sus pulmones, pero sobre todo eligió no traicionarse jamás. Desde siempre no ha dejado de provocarnos con sus más de 20 piezas, siete novelas y sus libros de ensayos. Además enseñó, que siempre tenemos dos familias: con la que se nace, la sanguínea, y la que elegimos, a partir de la amistad y los afectos.
La vida dura con la familia sanguínea, la pasión y el amor con la familia elegida, la resistencia para seguir viviendo y la muerte, como conclusión de todo lo hecho y de lo no realizado también, han sido sus fantasmas. Y él los ha llevado a la escena. Por eso es el gran patriarca del teatro venezolano.
Nacido en Maracay, el 25 de septiembre de 1930, en un hogar sefardita, fue criado en la religión judaica y desde niño participaba en las grandes fiestas de la comunidad. Aprendió a leer fonéticamente el hebreo, porque ya tenía la chispa del teatro por dentro, para su Bar Mitzvab. Eso gustó tanto a unos judíos religiosos que le ofrecieron a su papá una beca para que el niño terminara sus estudios en Estados Unidos y de esa manera él sería el primer rabino nacido en Venezuela. “Mi papá Elías al escuchar tal propuesta, me mando a estudiar a una escuela militar estadounidense… y todo el mundo sabe lo que pasó después. Pero con el paso de los años, me he dado cuenta de que Dios para mí es como la luz de una vela o como la luz del Sol. Es una esencia, que de alguna manera me dirige y me da confianza. Creo que mi manera de comunicarme con Dios es escribiendo”.
Su periplo teatral comenzó cuando Romeo Costea, durante la temporada caraqueña de 1959, le montó Mónica y el florentino. Antes, en 1956, publicó Pasajes, su primera novela. Desde entonces no ha parado, ni sus enfermedades han podido detener su carrera de escritor de éxitos teatrales y literarios. Y ahora que festeja su 81 aniversario, conviene recordar que todas sus piezas están “envenenadas”, tienen contenidos duros o pesados para que el público los descubra, los saboree y termine aceptándolos. Ya lo hizo con Asia y el Lejano Oriente, Okey, La revolución, Mesopotamia, Escrito y sellado, El acompañante y Solimán, el magnífico, entre otras obras.
Para digerir bien su teatro, hay que recordar, como lo escribió el poeta Leonardo Padrón, que es uno de los pocos venezolanos que pudo elegir lo que iba a hacer con su vida. Escogió el teatro, quizás, porque, como dice Oscar Wilde, "es inmensamente más real que la vida". Seleccionó su manera de ejercer el amor. Renunció a una carrera académica para casarse con su propia imaginación. Uso la escritura como oxígeno de sus pulmones, pero sobre todo eligió no traicionarse jamás. Desde siempre no ha dejado de provocarnos con sus más de 20 piezas, siete novelas y sus libros de ensayos. Además enseñó, que siempre tenemos dos familias: con la que se nace, la sanguínea, y la que elegimos, a partir de la amistad y los afectos.
La vida dura con la familia sanguínea, la pasión y el amor con la familia elegida, la resistencia para seguir viviendo y la muerte, como conclusión de todo lo hecho y de lo no realizado también, han sido sus fantasmas. Y él los ha llevado a la escena. Por eso es el gran patriarca del teatro venezolano.
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