Desde el 17 de junio genera polémica en los escenarios caraqueños, primero en BODCorpbanca y ahora en Premium, un nada corriente espectáculo Como vaya viniendo, donde interactúan el escritor Ibsen Martínez y el comediante Franklin Virgüez. Curiosa pareja de venezolanos que se aproximan veloces a sus primeras seis décadas de existencia, quienes vivieron lo mejor de la Cuarta República y ahora también están, como espectadores o actores, en el experimento sociopolítico que adelanta el presidente Hugo Chávez.
Como vaya viniendo, puesto en escena con pulcra corrección por Daniel Uribe, es un oportuno y súper ácido comentario teatral bien hilvanado – o benévolo panfleto, como dicen otros- sobre la actualidad sociopolítica venezolana, para lo cual el dramaturgo Martínez trasladó desde la pantalla chica, de la ahora extinguida Radio Caracas Televisión, a la escena teatral al filósofo popular Eudomar Santos, uno de los personajes más recordados de la célebre telenovela Por estas calles, producida y transmitida desde RCTV entre el 25 de junio de 1992 al 30 de agosto de 1994, que encarnaba el mismo actor Virgüez.
Otra novedad que ayuda a digerir la trama de Como vaya viniendo es que Martínez sale a escena, durante unos 30 minutos, para una especie de personalísimo prólogo donde revela como vivió aquellos años y como nació la susodicha telenovela, a la cual algunos sociólogos atribuyen la culpa de la ruina de “la dictadura” de partidos políticos democráticos que dio entrada al fuerte gobierno chavista desde 1999 por la vía electoral. El literato, además de recontar sus cuitas para sobrevivir en las décadas 80 y 90, entrevista al contemporáneo Eudomar Santos, quien además recuerda como fueron sus amores con Eloína Rangel (Gledys Ibarra), lo que hizo o no pudo concretar en los últimos años, y para reiterar, una vez más, que la viveza y la improvisación criollas (como vaya viviendo, vamos viendo) no solo nutren espectáculos, sino que también se usan en la vida cotidiana y ayudan a sobrevivir en este valle de lágrimas y un tanto de risas.
Teatralmente hablando es un sainete donde hay apoyos audiovisuales para exprimir, una vez más, la nostalgia de la audiencia y prepararla ante el discurso inconformista y de frustración del envejecido Eudomar Santos, quien perdió muchas cosas y entre ellas a su afrodescendiente Eloína y se ha ganado la vida con esfuerzos y apuros.
El espectáculo que se caldea, cual si fuese mitin político de junta vecinal, se sostiene por el delirante histrionismo de Virgüez, a quien la madurez lo ha favorecido, en lo físico y lo intelectual, y todo culmina con una arenga que estremece por la verdad y el dolor de su reiteración: no usar ningún plan B y no abandonar jamás a la patria. Y lo remata al declamar el desolador poema La balada del preso insomne de Leoncio Martínez. (Caracas, 22.12.1888/14.10.1941)
¡La ficción compite con la realidad, sin respetar fronteras porque ambas nadan en mundos de fantasía y de humor vernáculos!
La Balada del Preso Insomne
Estoy pensando en exilarme,
en irme lejos de aquí
a tierra extraña donde goce
las libertades de vivir:
sobre los fueros: hombre-humano
los derechos: hombre-civil.
Por adorar mis libertades
esclavo en cadenas caí:
aquí estoy cargado de hierros,
sucio, famélico, cerril,
enchiquerado como un puerco,
hirsuto como un puerco-espín.
Harto en el día de tinieblas
asomo fuera del cubil
bien la cabeza, bien un ojo,
bien la punta de la nariz;
temeroso de un escarmiento,
encorvado, convulso, ruin,
-como ladrón que se robase
sólo el reflejo de un rubí-
por mirar brillando en el patio
el claro sol de mi país.
¡Sol para iluminar ensueños
de vastos campos sin confín,
del cielo abierto a la esperanza
de las alas tendidas. Y
aquí alumbra torvas miserias,
venganzas crueles, odio vil
y un dolor que no acaba nunca
ante otro dolor por venir...
¡Oh la bendita tierra extraña
donde nadie sepa de mí!,
a donde llegue de atorrante
sin ambiciones de Rothschild
con la mediocre burguesía
de que me dejen existir!
Hablaré mal en otro idioma,
comeré bien otros menús,
y alguna tarde arrellanado
en mi sillón de marroquín,
viendo a través de los cristales
un cielo de invierno muy gris,
pensaré en los muertos amados,
en los amigos que perdí,
en aquella a quien quise tanto
con la vesania juvenil
de cuando iluminó mis sueños
! el claro sol de mi país !
Estoy pensando en exilarme,
me casaré con una miss
de crenchas color de mecate
y ojos de acuático zafir;
una descendiente romántica
de la muy dulce Annabel Lee,
evanescente en las caricias
y marimacho en el trajín,
y que me adore porque soy
tropical cual mono tití...
que me pregunte ingenuamente
—¡y yo no la habré de desmentir!—
cómo es cierto que en Venezuela
los coches de la gente chic
los tiran parejas de tigres,
de tigres «tamaños así...»
(y la altura de un elefante
marcará su mano pueril).
¡Qué fantasías desarrolla
el claro sol de mi país!
Mis hijos han de ser gimnastas
con el ímpetu varonil
de quien tiene libres los músculos
libres el pensar y el sentir,
pues nacerán en tierra extraña
y no en la tierra en que nací;
y mis nietos, gigantes rubios,
de cutis de cotoperiz,
bíceps y espíritus de atletas
con volubilidad infantil,
puede que sí se me parezcan,
tal vez tengan algo de mí:
la realidad de mis ensueños,
la mentira de mi sufrir.
¡Pero en vano entre sus cabellos
hundiré mi mano febril,
echaré hacia atrás sus cabezas
y buscaré, sin conseguir,
en el fondo de sus miradas
el claro sol de mi país.
Y cuando ya, siempre extranjero,
descanse más libre por fin,
y tenga lo que a mi me niegan:
la libertad del buen dormir,
en un cementerio evangélico,
cubierto por el cielo gris,
allá que no hay flores al año
sino una vez, mayo o abril,
a falta de la cruz de té,
del nardo, la rosa o el lys,
colocarán sobre mi tumba,
grabado a rasgos de buril,
un versículo de la Biblia
o algunas coronas de zinc.
Y ya muchos años más tarde,
muy cerca del año 2000,
mis nietos releyendo las fechas
de mi muerte y cuando nací,
repetirán lo que a sus padres
cien veces oyeron decir:
—¡y le darán cierta importancia!—
«el abuelo no era de aquí,
»el abuelo era un exilado,
»el abuelo era un infeliz,
»el abuelo no tuvo patria,
»no tuvo patria... ¡Y ellos sí!
¡Ay, quién sabe si para entonces,
ya cerca del año 2000,
esté alumbrando libertades
el claro sol de mi país!
Como vaya viniendo, puesto en escena con pulcra corrección por Daniel Uribe, es un oportuno y súper ácido comentario teatral bien hilvanado – o benévolo panfleto, como dicen otros- sobre la actualidad sociopolítica venezolana, para lo cual el dramaturgo Martínez trasladó desde la pantalla chica, de la ahora extinguida Radio Caracas Televisión, a la escena teatral al filósofo popular Eudomar Santos, uno de los personajes más recordados de la célebre telenovela Por estas calles, producida y transmitida desde RCTV entre el 25 de junio de 1992 al 30 de agosto de 1994, que encarnaba el mismo actor Virgüez.
Otra novedad que ayuda a digerir la trama de Como vaya viniendo es que Martínez sale a escena, durante unos 30 minutos, para una especie de personalísimo prólogo donde revela como vivió aquellos años y como nació la susodicha telenovela, a la cual algunos sociólogos atribuyen la culpa de la ruina de “la dictadura” de partidos políticos democráticos que dio entrada al fuerte gobierno chavista desde 1999 por la vía electoral. El literato, además de recontar sus cuitas para sobrevivir en las décadas 80 y 90, entrevista al contemporáneo Eudomar Santos, quien además recuerda como fueron sus amores con Eloína Rangel (Gledys Ibarra), lo que hizo o no pudo concretar en los últimos años, y para reiterar, una vez más, que la viveza y la improvisación criollas (como vaya viviendo, vamos viendo) no solo nutren espectáculos, sino que también se usan en la vida cotidiana y ayudan a sobrevivir en este valle de lágrimas y un tanto de risas.
Teatralmente hablando es un sainete donde hay apoyos audiovisuales para exprimir, una vez más, la nostalgia de la audiencia y prepararla ante el discurso inconformista y de frustración del envejecido Eudomar Santos, quien perdió muchas cosas y entre ellas a su afrodescendiente Eloína y se ha ganado la vida con esfuerzos y apuros.
El espectáculo que se caldea, cual si fuese mitin político de junta vecinal, se sostiene por el delirante histrionismo de Virgüez, a quien la madurez lo ha favorecido, en lo físico y lo intelectual, y todo culmina con una arenga que estremece por la verdad y el dolor de su reiteración: no usar ningún plan B y no abandonar jamás a la patria. Y lo remata al declamar el desolador poema La balada del preso insomne de Leoncio Martínez. (Caracas, 22.12.1888/14.10.1941)
¡La ficción compite con la realidad, sin respetar fronteras porque ambas nadan en mundos de fantasía y de humor vernáculos!
La Balada del Preso Insomne
Estoy pensando en exilarme,
en irme lejos de aquí
a tierra extraña donde goce
las libertades de vivir:
sobre los fueros: hombre-humano
los derechos: hombre-civil.
Por adorar mis libertades
esclavo en cadenas caí:
aquí estoy cargado de hierros,
sucio, famélico, cerril,
enchiquerado como un puerco,
hirsuto como un puerco-espín.
Harto en el día de tinieblas
asomo fuera del cubil
bien la cabeza, bien un ojo,
bien la punta de la nariz;
temeroso de un escarmiento,
encorvado, convulso, ruin,
-como ladrón que se robase
sólo el reflejo de un rubí-
por mirar brillando en el patio
el claro sol de mi país.
¡Sol para iluminar ensueños
de vastos campos sin confín,
del cielo abierto a la esperanza
de las alas tendidas. Y
aquí alumbra torvas miserias,
venganzas crueles, odio vil
y un dolor que no acaba nunca
ante otro dolor por venir...
¡Oh la bendita tierra extraña
donde nadie sepa de mí!,
a donde llegue de atorrante
sin ambiciones de Rothschild
con la mediocre burguesía
de que me dejen existir!
Hablaré mal en otro idioma,
comeré bien otros menús,
y alguna tarde arrellanado
en mi sillón de marroquín,
viendo a través de los cristales
un cielo de invierno muy gris,
pensaré en los muertos amados,
en los amigos que perdí,
en aquella a quien quise tanto
con la vesania juvenil
de cuando iluminó mis sueños
! el claro sol de mi país !
Estoy pensando en exilarme,
me casaré con una miss
de crenchas color de mecate
y ojos de acuático zafir;
una descendiente romántica
de la muy dulce Annabel Lee,
evanescente en las caricias
y marimacho en el trajín,
y que me adore porque soy
tropical cual mono tití...
que me pregunte ingenuamente
—¡y yo no la habré de desmentir!—
cómo es cierto que en Venezuela
los coches de la gente chic
los tiran parejas de tigres,
de tigres «tamaños así...»
(y la altura de un elefante
marcará su mano pueril).
¡Qué fantasías desarrolla
el claro sol de mi país!
Mis hijos han de ser gimnastas
con el ímpetu varonil
de quien tiene libres los músculos
libres el pensar y el sentir,
pues nacerán en tierra extraña
y no en la tierra en que nací;
y mis nietos, gigantes rubios,
de cutis de cotoperiz,
bíceps y espíritus de atletas
con volubilidad infantil,
puede que sí se me parezcan,
tal vez tengan algo de mí:
la realidad de mis ensueños,
la mentira de mi sufrir.
¡Pero en vano entre sus cabellos
hundiré mi mano febril,
echaré hacia atrás sus cabezas
y buscaré, sin conseguir,
en el fondo de sus miradas
el claro sol de mi país.
Y cuando ya, siempre extranjero,
descanse más libre por fin,
y tenga lo que a mi me niegan:
la libertad del buen dormir,
en un cementerio evangélico,
cubierto por el cielo gris,
allá que no hay flores al año
sino una vez, mayo o abril,
a falta de la cruz de té,
del nardo, la rosa o el lys,
colocarán sobre mi tumba,
grabado a rasgos de buril,
un versículo de la Biblia
o algunas coronas de zinc.
Y ya muchos años más tarde,
muy cerca del año 2000,
mis nietos releyendo las fechas
de mi muerte y cuando nací,
repetirán lo que a sus padres
cien veces oyeron decir:
—¡y le darán cierta importancia!—
«el abuelo no era de aquí,
»el abuelo era un exilado,
»el abuelo era un infeliz,
»el abuelo no tuvo patria,
»no tuvo patria... ¡Y ellos sí!
¡Ay, quién sabe si para entonces,
ya cerca del año 2000,
esté alumbrando libertades
el claro sol de mi país!
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