Aventado por el mágico y rocambolesco
transito de los años, además sin buscarlo y sin esperarlo, solo por estar en la
redacción del diario La Verdad y
recibir una información-invitación de manos del artista argentino Carlos Giménez,
he devenido como escribidor de una historiografía crítica de la agrupación
teatral Rajatabla (parte vital de su importante legado estético y cultural), la
cual desde el 28 de febrero de 1971 ha contribuido con su vigoroso y constante
trabajo y creatividad al desarrollo del teatro venezolano, tradición con más de
400 años que día a día crece y refleja los avatares de su pueblo.
Rajatabla, fundada bajo los aleros del
Ateneo de Caracas y con la complicidad de María Teresa Castillo, adelantó un
proceso altamente creativo en la escena, abordó la formación de nuevos artistas
y trabajó tesoneramente en la consecución
y capacitación de espectadores y
teatreros por intermedio de los Festivales Internacionales de Teatro. Pero
alteró o cambió de ruta e intensidad, además de calidad estética, tras la
muerte de su genial fundador (27 de marzo de 1993) y una lucha intestina, al
estilo shakespereano, por el control del poder, hasta que el madrileño gerente
y actor Francisco “Paco” Alfaro asumió esa
segunda etapa y la entregó el 26 julio de 2011; fue ese el periplo de Rajatabla
II, cuando desesperadamente se remontaron los éxitos gimenianos y mostraron más montajes, algunos
desangelados, y hasta graduaron 25 promociones de actores y actrices del
Taller Nacional de Teatro (TNT), además de experimentar positivamente con
el lanzamiento de nuevos dramaturgos criollos, al tiempo que apareció el
fantasma del desalojo de la sede, cuyo dueño es el Estado venezolano.
Tras el mutis de “Paco”, el
vicepresidente de la institución, el publicista William López, inició la etapa
Rajatabla III, con unos pocos directores, actores y técnicos que no habían
desertado, ciñéndose en parte a los
programas dejados por la anterior gerencia; hasta ahora ha incrementado
las labores del TNT y para estar con los tiempos y mostrarse en el 17 FITC
produjo el remontaje de Cuando quiero
llorar no lloro, espectáculo que
Pepe Domínguez B. exhibió durante la temporada 2009, y el cual ahora ha
mostrado con una novedosa, ambiciosa e impactante producción donde participan
más de 70 artistas, entre actores, estudiantes del TNT, músicos y cantantes. ¡Hermoso
guiño a épocas pretéritas y entusiasta ventana ante los nuevos tiempos!
Lo que pueda suceder de ahora en adelante con
el periplo de la histórica agrupación
está en manos e inteligencia de sus miembros, entre los aplausos del público
que logren convocar y en sanas y políticas relaciones con el Estado o el gobierno de turno. ¡No es fácil hacer
teatro no comercial en la Venezuela del siglo XXI¡
MOS EN ESCENA
La novelística de Miguel Otero Silva
(MOS) fascinó a Carlos Giménez y este optó por teatralizar con su Rajatabla a Fiebre (1973), después mostró Casas Muertas (1987) y al
escenificar Oficina Número 1 (1992) cerró su saga artística. Él decía que
ningún otro escritor criollo había logrado captar las claves de la Venezuela
moderna y la esencia de su irredento pueblo.
Pepe
Domínguez B., sin pretender cerrar el ciclo de MOS en Rajatabla, escenificó Cuando quiero llorar no lloro (2009), la virulenta fábula de tres muchachos venezolanos-Victorino malandro,
Victorino guerrillero y Victorino burgués- convertida en la metáfora de un país
en construcción donde la continuidad de los procesos sociales siempre se cortan
de súbito; la violencia es el arma de los individuos que continuamente tratan
de buscar su pasado heroico, el de la independencia, y una constelación de
mártires anónimos siempre traicionados por las generaciones siguientes.
Ese primer montaje de Cuando quiero llorar no lloro no cuajó y fue para llorar de verdad,
porque las dificultades con el guión, carente de teatralidad, incrementaron los
problemas para el diseño de una puesta dinámica y el contexto extrateatral
también conspiró. Una producción pesada y por ende aburrida que dejó
enseñanzas, las cuales ahora, en este
bisagra 2012, el director Domínguez P, con esa
valiosa y plausible tozudez
hispana, ha superado de principio a fin las fallas anotadas: hay más y
mejores acciones dramáticas, menos narrativa, y la violencia verbal y la
física, aunadas a la música y el baile,
se toman la escena de la sede rajatablina para magnificar el discurso escénico
y hacer llorar ante la tragedia de esos tres muchachos criollos, quienes son
consumidos porque una sociedad que no se apiadó de ellos y los sacrificó.
TRÁGICA TRILOGIA
Cuando quiero llorar no lloro transcurre, en Caracas, entre el 8 de noviembre de
1948 y el mismo día en 1969, fechas de nacimientos y muertes de los
protagonistas: Victorino Pérez, Victorino Perdomo y Victorino Peralta. Uno es
pobre, el marginal del cerro, condenado por las condiciones sociales a ser un
delincuente. El otro es un clase media, estudiante de sociología que se
incorpora a la lucha armada de la época. El tercero es un chico de la jailaif,
entre cuyos privilegios de clase se encuentra el haberse acostumbrado a ser lo
que le da la gana, cosa que lo convierte en patotero y practicante de la
violencia gratuita.
Aunque son
diferentes y actúan por separado, los Victorinos constituyen un solo personaje-emblema
de una juventud condenada a la muerte prematura por la violencia, el
alcohol y las drogas, Este drama colectivo, infortunadamente uno de
los grandes que continúan azotando a la Caracas de hoy, cada vez con más
crispante frecuencia, explica el título rubendariano, “cuando quiero llorar no lloro”, a la
par que refleja la reacción emotiva y racional del autor ante tan menguados
destinos.
El drama de los
tres protagonistas es lo que le confiere a Cuando quiero llorar no
lloro una unidad recóndita que sólo aflora en el cuadro final, tal vez en
las simples frases que describen a las madres enlutadas que se cruzan en el
cementerio y se miran inexpresivamente, como si no tuvieran nada en
común.
ELENCO DE LUJO
Maravillosa la
entrega de todo el elenco artístico ahí involucrado. Todos merecen mis aplausos
y felicitaciones, pero aquí dejo testimonio de algunos de esos nombres: Ángel Pájaro,
Ernesto Campos, Jean Franco de Marchi, Frank Maneiro, Gerardo Luongo, Dora Farías, Adriana
Bustamante, Yurahy Castro, Tatiana Mabio, Pedro Pineda, Vicente Bermúdez, Rufino Dorta,
Weidry Meléndez, Heriberto Garcés y
Demis Gutiérrez, entre otros. Hoy cierran el 17 FITC con su presentación en el
Teatro Cesar Rengifo de Petare.
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