Tiene cronológicamente 37 años y ya dispone de un prestigio que solo se
alcanza a los 80. ¿Por qué tal fenómeno de artista en una nación como Argentina?
Porque sus textos teatrales han sido ponderados y elogiados por un público culto,
al mismo tiempo que sus técnicas de actuación y representación han atrapado a
una audiencia que busca siempre la novedad no engañosa ni manipuladora. Y es también
consecuencia de un movimiento de artes
escénicas que es la envidia del mundo occidental, cuyos hacedores se hacen
respetar por sus trabajos y luchan para que las leyes los amparen sin
mutilarlos o convertirlos en clientela política. ¡El norte pues esta allá
abajo, en el sur!
Nos referimos al teatrero bonaerense Claudio Tolcachir, a quien los
espectadores caraqueños han descubierto y aplaudido por intermedio del fogoso espectáculo Tercer cuerpo que exhibió su grupo Timbre Cuatro, durante tres
funciones, en la Sala Trasnocho dentro de la programación del 17 Festival Internacional
de Teatro de Caracas.
Este fenómeno del teatro sureño, ya ungido por el unánime reconocimiento
internacional, como reseñan en España, hace ya una década, en los momentos más
duros de la crisis argentina, fundó en su casa, en el barrio de Boedo, en Buenos
Aires, un espacio para el teatro, con escuela y sala para las representaciones
en que apenas cabían unas decenas de personas. Para llegar a la sala había que
llamar al timbre número cuatro y así bautizó a la compañía con la cual ahora exhibe
sus obras en festivales y salas de medio mundo. Un artista que luchó y mantiene
un espacio propio para trabajar y mostrarse junto a los que creen en él y en
sus búsquedas.
TRILOGIA HUMANA
Y como demostración de su simultaneidad y capacidad de gerencia y
organización, mientras aquí en Caracas Tercer
cuerpo dejaba absortos y en santa paz a la inquieta audiencia, en una sala de Bilbao, otros seis actores de Timbre
4 mostraban El viento de un violín,
la tercera pieza de una trilogía que comenzó con La omisión de la familia
Coleman—representada en España en 2009— y siguió con Tercer
cuerpo. En la primera, se abordó la desestructuración de una familia
con problemas de marginación; en la segunda, Tolcachir insiste con las
relaciones humanas llevadas a situaciones límite, mientras que en la tercera se
ahonda en los vínculos entre madres e hijos. Esos tres espectáculos muestran un
teatro sustentado sobre los diálogos y el trabajo de los actores, según criterios
de la prensa hispana.
La crítica habla de trilogía, pero Tolcachir no tiene tan claro que lo
sea. “Escribí tres obras y no sé si escribiré la cuarta. Es cierto que tienen
cosas en común: el tipo de personajes, perdedores que viven en lugares
incómodos, tratando de integrarse, aunque distintas por la actitud frente a la
vida”.
TERCER CUERPO
La promoción de prensa del FITC y las mismas
charlas con los intérpretes no anunciaron las claves ni los conflictos presentes
de Tercer cuerpo. Toda la información
evadía las temáticas ahí presentes, como una especie de estrategia para
mantener la sana expectativa y obligar a que el publico estuviese atento a todo
lo que transcurría en la escena del Trasnocho, o en esa oficina, desorganizada
y destartalada, donde tres mujeres y dos hombres le daban vida a una propuesta escénica que llamó la atención
de principio a fin porque los tradicionales esquemas de acción, tiempo, espacio
y lugar se presentan como un caos no
solo de existencias sino también de objetos.
Los cinco actores-personajes (Melisa
Hermida, Daniela Pal, José María Marcos, Hernán Grinstein y Magdalena Grondona)
fueron lanzando las líneas de sus diálogos que se abrían como abanicos hacia múltiples
conflictos existenciales, hasta que salta la liebre: el personaje de más edad
irrumpe y cuenta los dolores íntimos sufridos por la muerte de su madre y al
mismo tiempo va descubriendo sus aristas sexuales que culminan con la visita a
la oficina del que ha sido su compañero sentimental, una especie de chulo o chapero
que además tiene novia.
Tercer cuerpo, pues, es un pieza con una encubierta o disfrazada proclama a favor de los homosexuales enclosetados,
esos que en Argentina, donde ya hay matrimonios,
o en cualquier lugar del planeta son chuleados porque no pueden o no se atreven
a salir de closet ante el pánico del anatema social o la indolencia de la
justicia que nos los protege porque son parte de una aparato
antihomofóbico que mata o arruina las almas de los que se niegan a morir antes
de tiempo.
Tercer cuerpo tiene una magistral dirección de
actores para impedir que la violencia física pueda llevarlo todo al caos,
pero en especial con los personajes femeninos que impiden las agresiones y
bajan la tensión y todo tiende a normalizarse, o a dejar que transcurran los conflictos
de los otros seres: una mujer que quiere ser madre pero no tiene novio ni marido,
otra que no tiene hogar donde vivir y una tercera que no está definida. En síntesis,
son seres que nadan contra corriente y tratan de salvarse en medio de un
trabajo que ya abusa de ellos y los tiene como en un pudridero mientras los
jubilan o les llega la muerte.
Tolcachir no explica nada fuera de la escena de Tercer cuerpo y solo recuerda que es
una oficina destartalada que se resiste a desaparecer, cuyos trabajadores apenas
soportan las embestidas del sistema que está a punto de lanzarles al olvido. Unos
seres que añoran amar y ser amados, pero que viven amparados en su propia
incapacidad, sumidos en un drama que les absorbe hasta dejarlos exhaustos y
solos.
Tolcachir ha expresado que “el teatro son los actores” por encima de todo, incluso de la
propia historia escénica. Actores que en esta ocasión caraqueña dieron calidad
a un texto que ya de por sí está cargado de fuego, si ese “fuego sagrado” que solo lo enciende el buen teatro. Ese que Melisa, Daniela, José María, Hernán y
Magdalena introducen al público poco a poco en la historia con la maestría de
un mago que prepara su truco final. Pero no es truco, pues ellos atrapan porque
sus lágrimas y risas son reales. Tan verdaderas como puede serlo el drama que
asola a cada uno de sus personajes. ¿Son argentinos o venezolanos?
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