Escribo
desde la memoria y los sentimientos, y otro tanto desde las imágenes
que guardaremos siempre de ella. Era la matrona de un soberbia
casona que tenía en su patio trasero al delicado y sonoro teatro
que construyó Carlos Raúl Villanueva. Toda una dama de amistosos
modales que recibía a famosos y desconocidos con besitos en la
mejilla y una invitación a tomar un cafecito que siempre servía o
se lo pedía a Eduardo, el gallego que controlaba el cafetín de
aquella ínsula que era el Ateneo de Caracas, cuando funcionaba en la
Quinta Ramia.
Dirigió
durante casi medio siglo a tan ejemplar institución, puntal de un
movimiento cultural independiente luchador contra las dictaduras, el
cual marcó el paso a una generación de intelectuales y artistas de
la siempre convulsa democracia venezolana y además fue refugio de
cuanto izquierdista latinoamericano recalaba en Caracas y llegó,
incluso, hasta transformarse en “pentágono” contra las
dictaduras del Cono Sur.
Nunca
escribió poemas, ni novelas,ni teatro alguno; tampoco pintó
cuadros, ni forjó esculturas, ni escenificó comedias. Pero gracias
a ella, muchos artistas pueden decir ahora: “María Teresa Castillo
me ayudó y ahora volamos solos”.
Era
la mamagrande para los teatreros y por eso ayudó a Horacio Peterson,
Levy Rossell, José Simón Escalona y especialmente a la Santísima Trinidad (Chocrón, Cabrujas y
Chalbaud) para que hiciera casa aparte y fundara al Nuevo Grupo.
Después, durante los años 70, conoció al argentino Carlos Giménez
y lo secuestró para Venezuela, en complicidad con Josefina Juliac de
Palacios. Lo puso a dirigir Don Mendo 71, una
versión de Miguel Otero Silva sobre el astracán de Pedro Muñoz
Seca, actuado por América Alonso, y después permitió que
estrenara Tú país está feliz,
poemario de Antonio Miranda transformado en musical por una patota de
inmigrantes latinoamericanos que llevaban el ritmo que imponía el
gallego Xulio Formoso. Así nació Rajatabla y ella
viajó con sus espectáculos por el mundo entero, pero antes, durante
el trágico 1973, parió el Festival Internacional de Teatro de
Caracas, otra plataforma cultural contra las tiranías de todas las
épocas.
Su
lento retiro comenzó en 1992, durante el ultimo festival que dirigió
Giménez, y cuando ya Carmen Ramia de Otero Castillo, su nuera,
asumía el control del Ateneo de Caracas y Venezuela empezaba su
marcha hacia el proceloso siglo XXI.
Ella,
María Teresa, en ese palacete que era su Macondo, en Los Chorros,
nos invitó a comer las primeras hallacas, cuando comenzaba este largo
exilio en la patria de Bolívar. Entonces, muy risueña, nos dijo a
los que estábamos en su mesa: “cuando era niña aprendí a
preparar el guiso para las empanadas que después vendía”, en su
pueblito, Cua, del estado Miranda, donde nació el 15 de octubre de
1904.
La
enfermedad más cruel que puede sufrir un ser humano, la vejez
lúcida, no le impedía acudir a cuanto estreno teatral era invitada.
Nadie comenzaba una función si María Teresa no estaba en primera
fila, acompañada de su asombroso séquito de amigas. Así la vi la ultima vez: desafiando la sordera y la ceguera típicas de su edad
triunfal, pero aplaudió frenética el montaje de un debutante cuyo
nombre se me escapa ahora,¿no sé si era Costa Palamides?
Falleció
el 22 de junio de 2012 y la sobreviven sus dos hijos y cuatro nietas,
además de una inmensa historia de servicios como trabajadora para una
nación siempre sedienta de cultura.
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