Dos veces hizo su show para anunciar que ha regresado |
Ángel
Acosta quedó más muerto que vivo. Un
ACV, el 23 de abril de 2010 en Madrid, parecía que ponía final a su rutilante
carrera como cantante, actor teatral, estrella de televisión y cine y, especialmente, gran amigo y amante de las
artes escénicas de Venezuela.
No le había llegado el turno de ponerle la raya final a
su existencia. Gracias a las atenciones de los especialistas salió de tan delicada
crisis y cuando pudo se fue a recuperar
a la isla de La Palma, al lado de familiares y amigos. El mar de su natal
Canarias, medicina naturista y terapias puntuales lo levantaron de la silla de
ruedas, volvió a caminar y además recuperó la voz y la memoria.
¿Cómo se salvó de quedar convertido en piltrafa? Él dice
que se obró un milagro y aún no le había llegado la hora para embarcarse con
Caronte, viaje del cual nadie huye.
Y el pasado 13 de
diciembre, en el lounge del Trasnocho
Cultural de Caracas, pasadas las 8PM, reunió
a sus amigos vivos y los ausentes también para saludarlos y demostrar que le
quedan condiciones físicas e intelectuales para seguir en la farándula de su
segunda patria. Armó un show, al cual tituló Fragmentos de una vida en café concert, tomado de la crónica que yo
escribí sobre uno de sus espectáculos,
la cual publique en El Mundo (mayo,
1999).
Todos los presentes y ausentes, no más de 100 almas curiosas,
querían verlo en escena y disfrutar del reto que él hacía al infortunio desde su
improvisado escenario, utilizando las ropas de algunos de sus montajes,
modestos reflectores y la música apropiada El pretexto era verlo y bañarlo con
ese bálsamo de la amistad sincera y desinteresada.
Mejor no lo pudo hacer. Con el ritmo que impone la prudencia
cantó, hablo y actuó llevando así la memoria de su audiencia hacia aquellos tiempos del Godspell (1972), que dirigió
Levy Rossell, legendario montaje el cual sedujo a Carlos Giménez, aquel huracán
argentino que con su Rajatabla cambiaría la historia teatral venezolana e
iniciaría una transformación que no ha cesado a pesar de los contratiempos del
Trópico.
El fado María, la
portuguesa, sobre el amor sin contratiempos, seguido del proverbial tango Cambalache y la estremecedora y pícara copla La cena de las monjas, colocó a la audiencia al borde del deliro.
Ahí estaba ese Ángel que habían conocido a lo largo de 40 años, quien además
servía las copas y las tapas del café Rajatabla; en fin, todos estábamos sumergidos
en esa verde llanura del pasado, ese que no nos deja jamás porque lo llevamos
en nuestras entretelas
La mítica copla La
bien pagá de Manuel de Molina le abrió la ventana a boleros inolvidables
como Vereda tropical, Piel canela, Piensa en mí, Frenesí y Moliendo café. Y llegó lo prometido: La vida en rosa, la tragicómica fabula La tacones y el cierre lo hizo el
conmovedor poema Te quiero de Mario
Benedetti.
¿Y por qué tantas canciones sensibles y
romanticonas? Porque sus líricas y sus
ritmos narran o subrayan sagas de amores
y desamores, de verdades y traiciones, que son la salsa de la vida de todos los
seres humanos, especialmente de los artistas del teatro.
Cada uno los presentes
soltó su lagrimita o se la tragó. Lo visto era un purificador baño de nostálgicos
sentimientos. Y Ángel Acosta, como veterano teatrero, prometió repetir el show
este fin de semana. Todavía no le ha llegado su canto del cisne
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