El 23 junio de
2012 cumplió 100 años de haber nacido en Londres. Murió el 7 de junio de 1954
tras morder una manzana envenenada con cianuro. Es Alan Mathison Turing,
iniciador de la inteligencia artificial, padre de la cibernética y abuelo de
las modernas computadoras y uno de los héroes de la guerra contra los nazis,
pero por haber hizo condenado como pederasta homosexual lo execraron. Para
salvarse de la cárcel aceptó un singular arresto domiciliario, en Wilmslow, y
someterse a una especie de castración química con hormonas femeninas para
debilitar su “libido torcida”.
Al final,
desesperado por los efectos colaterales -unos incipientes senos, aumento de
peso y una insoportable impotencia- tomó una decisión: recordó su cuento de
hadas favorito, Blancanieves, se compró una bolsa de manzanas, regreso a su
casa, eligió la más roja, la roció con cianuro y le dio un mordisco. Lo
encontraron al día siguiente, en el piso, con una manzana mordida en la mano.
Otra víctima de la homofobia.
A escasos 60 años de ese suceso, los
británicos, que tienen una sólida tradición de condenar por homosexuales a
algunos de sus más brillantes personajes, como ocurrió con el escritor Oscar
Wilde (1854-1900), encarcelado en 1895, se enteran que al científico Turing la
reina Isabel II le ha otorgado este martes 24 de diciembre el perdón a título póstumo después de una
intensa campaña popular y a pesar
de las reticencias de algunos puristas que opinaban que técnicamente no se le
podía perdonar porque la homosexualidad ya estaba prohibida cuando fue condenado,
reseña ampliamente El Pais,de Madrid.
HÉROE NACIONAL
Alan Turing fue un hombre excepcional. No
solo por su cerebro particularmente dotado para las matemáticas, que le
permitió convertirse en un héroe nacional cuando inventó la máquina que
permitió descifrar el Enigma. Se trataba del código secreto por el que se
comunicaban los barcos alemanes en el Atlántico durante la II Guerra Mundial.
Según algunos historiadores, ese hallazgo permitió acortar la guerra en unos
dos años.
Era excepcional también por su vida personal.
Fue un consumado atleta al que le gustaba correr y ganar a los autobuses en el
que viajaban sus colegas a alguna conferencia científica. Y solo una lesión le
impidió convertirse en atleta olímpico en 1948.
Estudió en Cambridge, donde aprendió también
que le gustaban más los hombres que las mujeres como compañía sentimental. Su
asumida homosexualidad no era un secreto para sus próximos a pesar de que
estaba prohibida. En enero de 1952 empezó una relación con Arnold Murray, un desempleado
de Manchester de 19 años al que había conocido en la calle poco antes de
Navidad. Cuando la casa de Turing fue desvalijada el 23 de enero, Arnold le
dijo que pensaba que el ladrón había sido un conocido suyo y el científico
denunció el robo a la policía. Durante las investigaciones, la policía tuvo
conocimiento del carácter homosexual de la relación entre Turing y Murray y les
denunció.
Aconsejado por su hermano, Turing se declaró
culpable aunque no se sentía ni arrepentido ni culpable. A pesar de su
celebridad y de sus servicios a la nación, fue condenado. De nada le sirvió ser
“un genio de las matemáticas” que al estallar la guerra empezó a trabajar en la sede entonces del ahora
infame Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno (GCHQ en sus siglas en
inglés). Perdió sus credenciales de seguridad y se convirtió en una oveja negra
en un momento en que los homosexuales eran vistos como una presa fácil del espionaje
soviético.
Le encontraron muerto en su laboratorio el 8
de junio de 1954. Su muerte se produjo al comer una manzana impregnada de
cianuro potásico. Legalmente, fue un suicidio. Su madre siempre aseguró que fue
un accidente debido al desorden que reinaba en el laboratorio. Otros creen que
Turing hizo todo lo posible para que su madre pudiera pensar que no se quitó la
vida.
En 2009, el científico y escritor John
Graham-Cumming empezó una campaña para rehabilitar su nombre. El
entonces primer ministro Gordon Brown pidió disculpas públicas por su proceso,
pero el Gobierno no tramitó el perdón porque los expertos sostenían que eso no
era técnicamente posible porque Turing había sido declarado culpable de forma
justa por quebrantar la ley de su tiempo.
Esa tecnicalitis no ha impedido que ahora el Gobierno
sí haya logrado rehabilitar a Alan Turing al firmar la reina este 24 de
diciembre una orden de Gracia y Misericordia que le concede el perdón a título
póstumo. El primer ministro, David Cameron, se ha referido al matemático como
“un hombre extraordinario que jugó un papel clave para salvar a este país
durante la II Guerra Mundial al romper el código Enigma alemán”.
El astrónomo real lord Rees, que defendió en
la Cámara de los Lores el perdón real, fue más allá que el primer ministro al
decir: “Es una noticia a la que hay que dar la bienvenida pero habría sido aún
mejor si hubiera formado parte de un perdón general para todos aquellos que
tienen antecedentes penales por la misma razón”.
Exactamente en el mismo sentido se manifestó
el activista gay Peter Tatchell. “Destacar solo a Turing simplemente porque es
famoso es un error. Al contrario que a Alan, a muchos miles de hombres gays y
bisexuales comunes y corrientes que fueron condenados bajo la misma ley nunca
se les ha ofrecido el perdón y nunca se les ofrecerá. Se le debe una disculpa y
el perdón a más de 50.000 hombres que también fueron condenados por tener
relaciones homosexuales consentidas en el siglo XX”, declaró, como lo comenta
el diario español.
PIEZA TEATRAL PARA TRES
¿Y por qué estoy
reseñando esto? Porque el personaje de Alan Turing es fascinante por
creatividad e importancia, ya que sin él difícilmente la humanidad habría
avanzado como hasta ahora. Y es por eso que escribí la pieza teatral: Manzanas heladas en sonetos densos. Ella,
cuando la llevemos a escena, recordará su vida humana y su aporte a la ciencia.
No soy el primero
ni tampoco el último que lo evoca teatralmente, pero a través de su saga
escénica también tocaré además las vidas amatorias del poeta Federico García
Lorca y el director Carlos Giménez, otros gais que dejaron grandes huellas,
haciendo énfasis especialmente en aquel argentino que apuntaló al desarrollo
del teatro venezolano.
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