Francis Rueda en El pez que fuma.
¿El teatro venezolano está en deuda con su público o Venezuela está en
mora con sus teatreros? Son preguntas que proponemos aquí a los lectores, precisamente
cuando terminó la temporada caraqueña de 2017 y hay que hacer un balance o
recuento de aquellos seis espectáculos criollos que marcaron pautas o dejaron
huellas.
Ya reseñamos los montajes Reina pepeada de Román
Chalbaud, Acto Cultural de José Ignacio Cabrujas y Cortos y variados, novedoso y variopinto evento que reunió seis
obras cortas, de 20 minutos cada una, de seis autores, el cual se presentó en
una sola función diaria (de jueves a domingo). Y ahora nos corresponde abordar lo que significaron los espectáculos El pez que fuma de Román Chalbaud y El rompimiento de Rafael Guinand,
producidos por la Compañía Nacional de Teatro (CNT), y cerramos con La foto de Gustavo Ott, una producción
del Grupo Actoral 80.
PERIPLO DE LA CNT
Pero antes es conveniente recordar que la CNT fue creada el 22 de mayo
de 1984, al publicarse en la Gaceta
Oficial No. 32.982 los decretos No 133 y 134, para apoyar la labor de los
profesionales que contribuyeron al desarrollo del teatro, así como propiciar la
promoción y capacitación de los nuevos valores y mostrar las mejores obras del
teatro venezolano e internacional para el disfrute del público. Y finalmente
comisionó tal tarea al dramaturgo Isaac Chocrón, un desafío administrativo y artístico,
el cual subió el telón el 27 de febrero de 1985 con el
estreno de la pieza Asia y lejano
oriente del mismo Chocrón, en el teatro Nacional.
Al cabo de 32 temporadas, cuando sus montajes superan el centenar y el público
se contabiliza en miles de aplausos, la CNT, ahora comandada por Alfredo Caldera
y Carlos Arroyo, mostró El pez que fuma,
bajo la dirección de Ibrahim Guerra, en el Teatro Teresa Carreño y pasó al
teatro Nacional para culminar su única temporada de 18 funciones,
tras haberse exhibido en el Teatro de la Opera de .Maracay
El pez que fuma, en versión escénica
del Guerra, se estrenó el 17 de febrero de 2017 con Francis Rueda, Luis Domingo González, Jesús Hernández,
Francisco Aguana, Larry Castellanos, Juliana Cuervos, Citlalli Godoy, Keudy
López, Andy Pérez, Jean Manuel Pérez, María Alejandra Tellis, Marcela
Lunar, Ángel Pelay y Aura Rivas.
Chalbaud
escribió sobre personajes que habitan o visitan un burdel, en este
caso El pez que fuma, porque los prostíbulos son sitios donde,
especialmente los hombres, drenan pasiones y tratan de conseguir por horas ese
amor que se sale no solo por la boca. Hay
muchos sueños o anhelos que ahí se forjan o que naufragan. El poder y el amor
son las dos grandes pasiones de los seres humanos y eso ahí está muy bien marcado
o definido. Además, a todos nos atrae un burdel, porque en esos antros pasan
muchísimas cosas. En estos tiempos hay otros sitios o espacios que han
intentado sustituirlos, pero los lupanares siguen existiendo. El teatro es un
espectáculo y los venezolanos son muy inteligentes y agarran todo lo que unos
les dice y lo reitero yo que tengo más de medio siglo en estos avatares del
teatro y el cine, además de la televisión , dijo el autor.
Debemos resaltar
que en la versión de Guerra este recrea las acciones y los textos de tres
personajes chalbaudianos para escenificar una estrujante subtrama, que corre
paralela al esqueleto argumental central de La Garza y sus melodramáticos
problemas amatorios con Dimas, Tobias y Juan. Esta audacia del versionista
amplía la crítica del espectáculo a la situación de la mujer en el amor,
en las relaciones familiares y en la prostitución por necesidad, al
tiempo que cuestiona la conducta de un maestro de escuela, cliente
promiscuo y borracho, que fallece en una cama del prostíbulo durante una noche
loca, precipitando el epilogo de esa fiesta lúdica y erótica que es la pieza de
principio a fin, especie de mini carnaval que se desarrolla dentro un espacio
que a su vez funge de cárcel.
Toda esta historia
con muy buen ritmo, se desarrolló en 120 minutos, no agotó ni al público ni a
los actores por la perfecta sincronización del espectáculo hiperrealista, todo
un acierto del director y su amplio equipo de actores y técnicos.
LA
VIGENCIA DE GUINAND
El homenaje oportuno al
escritor y artista Rafael Guinand, por parte de la CNT con su sainete El rompimiento se hizo
en tres versiones escénicas logradas por Luis Domingo González, Livia Méndez y
Arturo Santoyo, quienes hicieron sus primeras presentaciones en el teatro
Nacional, en un patio de la casa Natal del Libertador y en la caraqueña plaza
Bolívar, con desenfadado talento actoral por parte de Citlaly Godoy, Zair Mora,
Randimar Guevara, Rosana Marín, Jhuraní Servellon, Andy Perez, Angel Pelay,
Wahari Meléndez, Nitay de la Cruz, Juan Manuel Pérez Livia Méndez, Edilsa
Montilla, Juliana Cuervos, Ludwig Pineda, Francisco Aguana, Orlandys Suarez,
Dayana Cadenas Varinia Arráiz, Kala Fuenmayor, Maria Tellis, Trino Rojas,
Kelvin Zapata, Larry Castellanos, Sandra Moncada, Ana González, Yaimira
Martínez, Keudy López, Julio Enrique García y Marcela Lunar.
Guinand fue uno de los
exponentes de las costumbres y características de la Venezuela de la primera
mitad del siglo XX, dando así fuerza al costumbrismo criollo. Vimos los tres
montajes de El rompimiento de 2017.Abrimos fuegos, por así
decirlo, con el encomendado al director y actor Luis Domingo González quien nos
había advertido que el sainete bien escrito tiene una estructura
teatral universal y mantiene una total vigencia para el público venezolano por
la viveza criolla de sus personajes, como lo había detectado especialmente
con El rompimiento. Su montaje resultó ser “tradicional” y su
elenco cuidó mucho a sus personajes porque debían adecuarse al lenguaje y
maneras sociales de la época. Se mostró al público, primero, en el teatro Emma
Soler, de Los Teques, y después hizo sus presentaciones en el teatro Nacional,
sede artística de la institución productora. “No acostumbro explicar lo que
hago en el teatro y dejo al público que lo disfrute”, nos dijo previamente.
Y tiene razón González, pues su trabajo con la
pieza de Guinand fue transparente y respetuoso de la esencia del texto,
buscando un montaje tradicional, sin mayores alteraciones y cuidando el purismo
de los personajes y sus actores, sin caer en exageraciones.
Creo que esta versión de
González es la más depurada, la que más exigió a sus intérpretes. Citlaly
Godoy, Andy Perez y Nitay de la Cruz son un trío fundamental del espectáculo
por sus virtuosismos histriónicos y su capacidades para improvisar, como los
vimos en la capital mirandina, en un pre estreno, cuando se rompió el zapato
derecho de Esparragosa y fue cubierto el incidente en medio de una habilidad de
las manos de sus compañeros y las inteligentes morcillas aplicadas.
LA FOTO DE OTT
En los tiempos convulsos que vivimos, el teatro todavía es una íntima y
grata lección de esperanza y coraje, de trabajo en equipo, de empeño colectivo.
El teatro es un inobjetable modelo de conducta que debería ser copiado por
nuestros políticos y comerciantes, porque es una disciplina donde hombres y
mujeres hablando a hombres y mujeres, respirando y latiendo juntos en la
oscuridad, y anhelando salir de las salas de representación para continuar ese
viaje con final que es la vida misma, tras emerger con satisfacción de ese oasis
en que se convierte la escena; porque nadie puede negar que “el teatro une,
ilumina, calienta y salva”.
Y como prueba de ello está la grata sorpresa que recibimos con La
foto, auténtica creación artística del Grupo Actoral 80, el cual bajo, la dirección
y con la actuación protagónica de Héctor Manrique quien se atrevió a
mostrar el tema del uso de las
redes sociales, a raíz del manejo indelicado de una fotografía de un mujer
semidesnuda, gracias a un inteligente y atrevido mecanismo dramatúrgico
de Gustavo Ott (Caracas, 1963) para proponer una reflexión profunda sobre
los precipicios afectivos de la mediana edad de hombres y mujeres y además
logra enfrentar a dos generaciones dentro de los nada fácil de controlar
que son los fenómenos virales y el efecto devastador de aquellos
escándalos prefabricados y exaltados gracias a las redes sociales, cuando estas
son usadas con impericia y envenenadas con esa “salsa maldita” de una nefasta
incultura machista o sexista.
Toda una temática compleja y una inteligente y bien cuidada
representación por parte del GA-80 que permitió el valioso y estético
espectáculo, además de didáctico, y relativamente corto, que no es más que un
viaje íntimo sobre los precipicios afectivos de la mediana edad colocando en
juicio la dinámica de dos generaciones enfrentadas dentro del fenómeno viral, y
el efecto devastador de los escándalos prefabricados. Una temática de
actualidad y una peculiar representación poco frecuente en los escenarios, que
termina siendo un orgullo para la institución Trasnocho Cultural y para
las sufridas y comprometidas artes escénicas criollas.
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