El teatrero Jorge Cogollo
(Caracas, 1986), desde Ciudad de México, comunica que uno de sus textos teatrales
está siendo presentado en Europa. Se trata de El ojo de Hamlet.
¿Quiénes la hacen y quienes son ellos?
Dos grandes amigos
del teatro, el Chino Monagas y Cynthia Sholz, quienes migraron a Alemania hace cuatro años
y han hecho alianzas con grupos
teatrales, y con sus ganas de mantenerse cerca del escenario, luchan
contra todo para seguir con el discurso. Y afortunadamente se van
instalando entre otros grupos teatrales europeos.
¿De qué escribes en esa
obra?
La obra es una
alianza con Shakespeare; nos permitimos inyectarle al clásico nuestra
contemporaneidad y nuestro dolor. El Hamlet que construimos se
inicia cuando es exiliado de Dinamarca, pero este Hamlet se niega a
regresar a Dinamarca, el exilio lo ha convertido en un cobarde, ya no tiene
su corona del príncipe. Se dice la obra que él ya pertenece a ningún lugar, y
mientras Dinamarca estalla por culpa de un
Claudio ineficiente, él se queda limpiando la barra de un bar
esperando que los días pasen. Ofelia lo espera con locura, y en forma de una
Penélope guerrera reclama su regreso.
¿Qué futuro hay con ese
espectáculo y ha pensado que se pueda hacer o mostrar aquí, en Caracas?
El recorrido de este Hamlet, mi Hamlet, por ahora
no deja de darnos sorpresas. Porque fue estrenada en una pequeña sala donde
apenas entraban cinco personas, y ahora en noviembre comenzará una gira
por tres ciudades europeas que serán Dortmund, Bochum y Duisburg.
Acompañados del grupo teatral Artscenico,
el proyecto crece con firmeza. Por ahora físicamente la obra no estará en
Venezuela pero sí virtualmente, a que me refiero con esto. El chino Monagas y
Cynthia aprovechando el poder de conexión que tienen las redes han decidido construir
un dispositivo escénico, con cámaras y micrófono que permite proyectar la
obra en vivo por Facebook, logrando que la obra se ha vista en otros
espacios, con otros amigos y por supuesto con nuestros iguales venezolanos.
Cabe destacar que la obra para los actores plantea el reto que está
contada en dos idiomas, en alemán y en español, acentuando tal vez uno de los
grandes problemas que se enfrenta un migrante: el idioma.
¿Por qué camino o vereda o
autopista andan sus otros proyectos teatrales?
Por ahora esta
alianza hecha entre el Chino y Cynthya se mantiene;
estamos eligiendo entre dos proyectos de mi autoría, uno se llama Ciudades, que son tres
venezolanos conversando por internet y cada uno habla de la
imposibilidad que tiene para encontrarse, uno de ellos se encuentra en México,
otro en Alemania y otro en Venezuela. La otra es un Ulises, que llamamos Los migrantes también aman, con una Penélope
que espera y un guerrero que se debate en cuál es el momento de regresar. Con
un amigo residenciado en Miami estamos viendo la posibilidad de trabajar en una
versión de La hora menguada de Rómulo Gallegos, traerla a una ciudad cerca
del mar, inventando dos mujeres que esperan siempre en el mismo día, que
construyen siempre la noche de fin de año. Y siempre con los grupos teatrales
de Venezuela, tratar de no perder contacto: Jennifer Morales trabaja en
una obra que hasta ahora se llama Una
comedia menor. Es un rockero que ha pasado ya la edad famosa de los 27 años
y se niega a dejar el sueño de la música para entregarse al mundo real.
¿Cómo van sus cosas personales en ese México tan
pujante, donde se vive y se ama al lado del monstruo gringo?
En México estoy intentando entender a esta ciudad enorme, donde las distancias son casi incalculable, en la simpleza de conocer amigos nuevos, de entender una cultura mágica, probando todos los platos de comida posible, viendo los altares del día de los muertos, reconociendo la simpleza de los encuentros, de los besos cerca de una bandera que no es mía, extrañando siempre amigo. Trabajo en un bar que tiene su propio editorial, que hace poco me invitaron actuar en la feria del libro de Zócalo; estuvo divertido; hice una pequeña versión del Circo ausente, para recordar como el cuerpo acciona desde la calle. Sigo también en una escuela, donde imparto la asignatura de teatro. En fin descubriéndome en otro fragmento, para poder levantarse con más fuerza que la noche anterior.
En México estoy intentando entender a esta ciudad enorme, donde las distancias son casi incalculable, en la simpleza de conocer amigos nuevos, de entender una cultura mágica, probando todos los platos de comida posible, viendo los altares del día de los muertos, reconociendo la simpleza de los encuentros, de los besos cerca de una bandera que no es mía, extrañando siempre amigo. Trabajo en un bar que tiene su propio editorial, que hace poco me invitaron actuar en la feria del libro de Zócalo; estuvo divertido; hice una pequeña versión del Circo ausente, para recordar como el cuerpo acciona desde la calle. Sigo también en una escuela, donde imparto la asignatura de teatro. En fin descubriéndome en otro fragmento, para poder levantarse con más fuerza que la noche anterior.
CODA
A manera de colofón podemos recordar que la
inconclusa obra creativa y gerencial del teatrero Carlos Giménez sigue
gravitando positivamente, a casi 25 años de su salida hacia el infinito, en
esta segunda década del siglo XXI. No todo se ha perdido en este carnaval de
estúpidos egoísmos donde todos participamos. Hay artistas que se formaron y
ahora por sus propios méritos y sacrificios reclaman su puesto en el desarrollo
de las sufridas artes escénicas venezolanas.
Es el caso de este
artista múltiple, Jorge Cogollo, a quien conocimos y ponderamos cuando era el
actor protagonista de históricos espectáculos infantiles como Oliverio y Simón, logrados por el programa social
Niños Actores de Venezuela, cuando tenía ocho años y era dirigido por Roberto Stopello.
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