miércoles, octubre 17, 2018

Vigente "Fresa y chocolate"

Una obra y su espectáculo que obligan a reflexionar al público venezolano.
Este es el valioso y hasta original menú cultural que Héctor (Rodríguez) Manrique y su Grupo Actoral 80 le han brindado a los teatromaníacos de Caracas durante los diez primeros meses del histórico año 2018, desde las salas del Trasnocho Cultural: La foto, aleccionador melodrama de Gustavo Ott sobre curiosa y  lamentable crisis familiar que estalla por una fotografía transmitida desde un celular; Sangre en el diván, desopilante monólogo cómico sobre el legendario psiquiatra criollo Edmundo Chirinos, basado en memorable entrevista periodística de Ibéyise Pacheco; Los hombres de América, nostálgica comedia de Fausto Verdial sobre lo que sucede con unos migrantes españoles en la caraqueña parroquia La Candelaria, precisamente cuando muere el general  Francisco Franco; La piedra oscura, del hispano Alberto Conejero, patético melodrama sobre la trágica noche del ultimo amante de Federico García Lorca, y cierra Fresa y chocolate, agridulce comedia de Senel Paz  sobre la aguda homofobia que imperaba en Cuba durante los tiempos cuando Fidel Castro gobernaba en la patria de José Martí.
Una prueba evidente de como el buen teatro comercial, ese que hace con recursos privados y la taquilla de los espectadores, sí es viable en la capital de los venezolanos. Y lo que falta ahora es más gente, financiada por el Estado y los productores privados, para que la cartelera sea más generosa en calidad y cantidad con los habitantes de esta urbe venezolana, sin olvidar que puede ser llevada a las ciudades vecinas.
Y exaltamos aquí y ahora la tarea artística y profesional de Manrique y su equipo humano, quienes además han llevado sus montajes a Miami y Ciudad de México, porque hemos vuelto a ver Fresa y chocolate, un montaje estrenado durante la temporada 2014, que todavía permite más lecturas y reflexiones sobre la homofobia, la cual no ha desaparecido de la faz de la Tierra porque sirve todavía para otros oscuros fines de discriminación y dominación con el pretexto de la conducta sexual.
A buena hora, el teatro criollo tercia y acentúa su presencia en la lucha que se libra en el mundo contra ese crimen de odio que es la homofobia; enfermedad psicosocial que se caracteriza por tener una profunda aversión hacia los homosexuales, otra más de las manifestaciones del fascismo. Conocen los teatreros que el mundo se divide entre países que persiguen la homosexualidad y los que reconocen y amparan los derechos de gays y lesbianas, pero que en unos y otros persiste el odio hacia las relaciones íntimas entre seres del mismo sexo. Y por eso los hacedores de las artes escénicas están en combate.
ANTIHOMOFOBIA
El grupo Actoral 80, con su líder Héctor Manrique a la cabeza, ingresó oportunamente a la liza anti homofóbica con el excelente espectáculo teatral Fresa y chocolate, del cubano Senel Paz (1950) durante la temporada 2014. Y ahora, mucho mejor actuado por Daniel Rodríguez, Juan Vicente Pérez y Anthony Castillo, y con la pulcra producción de Carolina Rincón, se presenta en la temporada 2018.
Fresa y chocolate - nació del cuento El lobo, el bosque y el hombre nuevo y después se hizo cine (1994) gracias a los directores Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío- regresó al teatro Trasnocho para plasmar la cruda realidad social de la Cuba revolucionaria, durante varias décadas del siglo XX. Exhibe la relación de amistad que brota y se establece entre Diego, artista gay que cree en la libertad y trata de ejercerla, y David, estudiante universitario cargado de prejuicios en contra de la homosexualidad, quien además sigue las orientaciones del régimen castrista. La personalidad racional y desenfadada y tierna de Diego penetra y conquista  finalmente la mentalidad del revolucionario  David, quien reevalúa sus concepciones no solo de la homosexualidad, sino también sobre lo que significa ser un auténtico revolucionario, a pesar de su homofóbico compañero Miguel quien planea utilizarlo para espiar a Diego, persona a quien el régimen considera "aberrante y peligrosa”. El desenlace es el nacimiento de una fuerte amistad entre Diego y David, quienes se separan porque el artista gay sale de la isla en pos de otras metas.
No tiene Fresa y chocolate  un final edulcorado ni nada que se le parezca, solo una propuesta para que el público analice y tome una posición, porque sí  entre los antiguos romanos, griegos, chinos y egipcios la homosexualidad  era solo una manifestación más de la sexualidad  del ser humano, sin calificativos ni otra relevancia, las religiones judeocristianas y la era moderna hicieron cambiar tal situación, hasta castigar, censurar y prohibir tal expresión, por intermedio de la homofobia, que puede incluso llevar a la cárcel o a la muerte. En Cuba el odio ha disminuido porque incluso Fidel Castro admitió que su régimen se excedió y hasta una sobrina suya, Vilma Castro Espín, ahora es líder y defensora de los derechos de los LGTB. ¡No todo se perdió!
El montaje venezolano que deja sin aliento al público por la veracidad de su representación, exalta el talento que como sobrio puestista y director de actores tiene Manrique y las notables condiciones que han desarrollado Rodríguez, Pérez y Castillo. ¡Verlo es decir no a la homofobia!
Respetable trabajo artístico que ahora busca llegar a más espectadores venezolanos con su oportuno mensaje antihomofóbico y contra todas las discriminaciones. 
CODA
Hay que recordar al público venezolano que aunque la homofobia está prohibida en Venezuela, según la Carta Magna de 1999, esa enfermedad esta tan enraizada en que la sociedad venezolana, que pasaran muchas generaciones hasta que el respeto hacia los demás sea norma de vida y para lo cual la educación, y en especial las artes, son las herramientas fundamentales.
Y es por todo eso que Manrique y el GA 80 han insistido en escenificado Fresa y chocolate. Creen y manifiestan que “la razón fundamental para montar esta obra es que en la sumatoria de todas las voluntades estará la solución de nuestros problemas como sociedad, en Fresa y chocolate se ejemplifica como la marginación en cualquiera de sus estados sólo lleva a la fractura íntima y pública del hombre y esas fracturas y desarraigos llevan al empobrecimiento de las personas”.  Y reiteran que “el amor es una fuerza modificadora. Creemos que si hay algo que le está haciendo falta a nuestra sociedad es el respeto a la vida, a las ideas de los demás, porque nos enriquecen”.

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