Una obra y su espectáculo que obligan a reflexionar al público venezolano.
Este es el valioso y hasta original menú
cultural que Héctor (Rodríguez) Manrique y su Grupo Actoral 80 le han brindado
a los teatromaníacos de Caracas durante los diez primeros meses del histórico
año 2018, desde las salas del Trasnocho Cultural: La foto, aleccionador melodrama de Gustavo Ott sobre curiosa y lamentable crisis familiar que estalla por una
fotografía transmitida desde un celular; Sangre
en el diván, desopilante monólogo cómico sobre el legendario psiquiatra criollo
Edmundo Chirinos, basado en memorable entrevista periodística de Ibéyise Pacheco;
Los hombres de América, nostálgica comedia
de Fausto Verdial sobre lo que sucede con unos migrantes españoles en la caraqueña
parroquia La Candelaria, precisamente cuando muere el general Francisco Franco; La piedra oscura, del hispano Alberto Conejero, patético melodrama sobre
la trágica noche del ultimo amante de Federico García Lorca, y cierra Fresa y chocolate, agridulce comedia de
Senel Paz sobre la aguda homofobia que
imperaba en Cuba durante los tiempos cuando Fidel Castro gobernaba en la patria
de José Martí.
Una prueba evidente de como el buen teatro
comercial, ese que hace con recursos privados y la taquilla de los espectadores,
sí es viable en la capital de los venezolanos. Y lo que falta ahora es más
gente, financiada por el Estado y los productores privados, para que la
cartelera sea más generosa en calidad y cantidad con los habitantes de esta
urbe venezolana, sin olvidar que puede ser llevada a las ciudades vecinas.
Y exaltamos aquí y ahora la tarea artística y
profesional de Manrique y su equipo humano, quienes además han llevado sus montajes
a Miami y Ciudad de México, porque hemos vuelto a ver Fresa y chocolate, un montaje estrenado durante la temporada 2014,
que todavía permite más lecturas y reflexiones sobre la homofobia, la cual no
ha desaparecido de la faz de la Tierra porque sirve todavía para otros oscuros fines
de discriminación y dominación con el pretexto de la conducta sexual.
A buena hora, el
teatro criollo tercia y acentúa su presencia en la lucha que se libra en el
mundo contra ese crimen de odio que es la homofobia; enfermedad psicosocial que
se caracteriza por tener una profunda aversión hacia los homosexuales, otra más
de las manifestaciones del fascismo. Conocen
los teatreros que el mundo se divide entre países que persiguen la
homosexualidad y los que reconocen y amparan los derechos de gays y lesbianas,
pero que en unos y otros persiste el odio hacia las relaciones íntimas entre
seres del mismo sexo. Y por eso los hacedores de las artes escénicas están
en combate.
ANTIHOMOFOBIA
El grupo Actoral
80, con su líder Héctor Manrique a la cabeza, ingresó oportunamente a la
liza anti homofóbica con el excelente espectáculo teatral Fresa y
chocolate, del cubano Senel Paz (1950) durante la temporada 2014. Y ahora,
mucho mejor actuado por Daniel
Rodríguez, Juan Vicente Pérez y Anthony Castillo,
y con la pulcra producción de Carolina Rincón, se presenta en la temporada
2018.
Fresa y chocolate - nació del
cuento El lobo, el bosque y el hombre nuevo y después se
hizo cine (1994) gracias a los directores Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos
Tabío- regresó al teatro Trasnocho para plasmar la cruda realidad social
de la Cuba revolucionaria, durante varias décadas del siglo XX. Exhibe la
relación de amistad que brota y se establece entre Diego, artista gay que cree
en la libertad y trata de ejercerla, y David, estudiante universitario cargado
de prejuicios en contra de la homosexualidad, quien además sigue las
orientaciones del régimen castrista. La personalidad racional y desenfadada y
tierna de Diego penetra y conquista finalmente la mentalidad del
revolucionario David, quien reevalúa sus concepciones no solo de la
homosexualidad, sino también sobre lo que significa ser un auténtico revolucionario,
a pesar de su homofóbico compañero Miguel quien planea utilizarlo para espiar a
Diego, persona a quien el régimen considera "aberrante y peligrosa”. El
desenlace es el nacimiento de una fuerte amistad entre Diego y David,
quienes se separan porque el artista gay sale de la isla en pos de otras metas.
No tiene Fresa
y chocolate un final edulcorado ni nada que se le parezca, solo una
propuesta para que el público analice y tome una posición, porque sí
entre los antiguos romanos, griegos, chinos y egipcios la homosexualidad
era solo una manifestación más de la sexualidad del ser humano, sin
calificativos ni otra relevancia, las religiones judeocristianas y la era
moderna hicieron cambiar tal situación, hasta castigar, censurar y prohibir tal
expresión, por intermedio de la homofobia, que puede incluso llevar a la cárcel
o a la muerte. En Cuba el odio ha disminuido porque incluso Fidel Castro
admitió que su régimen se excedió y hasta una sobrina suya, Vilma Castro Espín,
ahora es líder y defensora de los derechos de los LGTB. ¡No todo se perdió!
El montaje
venezolano que deja sin aliento al público por la veracidad de su
representación, exalta el talento que como sobrio puestista y director de
actores tiene Manrique y las notables condiciones que han desarrollado Rodríguez,
Pérez y Castillo. ¡Verlo es decir no a la homofobia!
Respetable trabajo artístico que ahora busca
llegar a más espectadores venezolanos con su oportuno mensaje antihomofóbico y
contra todas las discriminaciones.
CODA
Hay que recordar
al público venezolano que aunque la homofobia está prohibida en Venezuela,
según la Carta Magna de 1999, esa enfermedad esta tan enraizada en que la
sociedad venezolana, que pasaran muchas generaciones hasta que el respeto hacia
los demás sea norma de vida y para lo cual la educación, y en especial las
artes, son las herramientas fundamentales.
Y es por todo eso
que Manrique y el GA 80 han insistido en escenificado Fresa y chocolate.
Creen y manifiestan que “la razón fundamental para montar esta obra es que
en la sumatoria de todas las voluntades estará la solución de nuestros
problemas como sociedad, en Fresa y chocolate se ejemplifica
como la marginación en cualquiera de sus estados sólo lleva a la fractura
íntima y pública del hombre y esas fracturas y desarraigos llevan al
empobrecimiento de las personas”. Y reiteran que “el amor es una
fuerza modificadora. Creemos que si hay algo que le está haciendo falta a
nuestra sociedad es el respeto a la vida, a las ideas de los demás, porque nos
enriquecen”.
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