La autoraperuana de moda ahora en Caracas.
Ha debutado en los escenarios venezolanos la
dramaturga peruana Mariana de Althaus Checa (1974) con su pieza Tres
historias del mar, la cual sirvió para el aceptable montaje de egreso de
las estudiantes Chris Tigrera, Stephannye Baena Y Patricia Castillo, bajo la
dirección de Guillermo Díaz Yuma, el cual se presentó los días 3,4, 6 y 7 de
julio en la Sala Horacio Peterson de Unearte.
Hay que puntualizar que esta autora estudió Dirección
de Escena en Barcelona, España, donde dirigió su primera obra, En
el borde (estrenada en 1998, y puesta en escena en Buenos Aires
también). Seguidamente dirigió El viaje (2001,
coautora), Los charcos sucios de la ciudad (2001), que además
protagonizó y la obra apareció publicada en el libro Dramaturgia Peruana II,
cuyo editor fue Roberto ángeles. Le siguieron las piezas Princesa Cero (2001,
coautora), Tres historias de mar (2003, la estrenó y dirigió en
Barcelona, obra participante en el Festival Margaritas), Vino,
bate y chocolate (2004), Volar (2004)
y La puerta invisible (2005). En 2006, escribió y dirigió la obra Ruido.
En 2011, presentó las obras La
mujer espada, Entonces Alicia cayó y Criadero,
instrucciones para (no) crecer. En 2012, dirigió la obra El lenguaje de las sirenas en
el Mali. A fines de año presentó El
sistema solar, repuesto el año siguiente durante los meses de abril y
mayo.
De Althaus publicó el libro Dramas
de familia en 2013., que reúne sus tres últimas obras. Y ese
mismo año escribió y dirigió Padre nuestro.
Sin lugar a dudas es una valiosa artista
peruana que exactamente a la edad de su hija Nerea (10 años) asistió por
primera vez a una obra de teatro. Por una razón que desconoce, su abuela
paterna, Blanca Guarderas, no eligió una pieza infantil. La llevó a ver Simón, del venezolano Isaac Chocrón, dirigida
por Gianfranco Brero, en la que Alberto Isola hacía el papel de
Simón Rodríguez, tutor del Libertador, y Miguel Iza cumplía el rol del aún
inexperto Simón Bolívar. Con sus ojos verdes y crédulos de niña, Mariana de
Althaus siguió muy atenta los diálogos entre maestro y pupilo y entendió que
allí se iba gestando una transformación: el joven de vida cómoda y resuelta
decidiría entregar su vida por la libertad de América Latina.
De algún modo, el
teatro fue siempre su propio mundo. La primera obra de Mariana de Althaus fue escrita
antes de que acabara la primaria: una breve pieza costumbrista actuada por ella
misma en la que debía apaciguar a un bebé llorón. Luego le siguieron una serie
de sketches, escenificaciones de chistes o versiones graciosas de cuentos
infantiles, que ella misma define como “malas imitaciones de Chiquilladas”, un
programa ochentero para niños. Pese a la improvisación, escribía guiones en un
cuaderno escolar y se esmeraba por dirigir a sus primos Etienne, Isabel y
Beatriz, y a su hermana Lucía, con la rigurosidad que exigía el público
conformado por su familia. En la soledad de la infancia, siempre desde ese
rincón oscuro reservado para ella en las relaciones sociales, las telenovelas
estimularon aún más su mundo interior. El melodrama la hacía vibrar.
“Me da mucho medio
hablar al público en una conferencia, en una presentación de libro o en una feria.
Tiemblo. Tengo que tomar una pastilla”, dice. Por eso prefiere hablar para
grupos pequeños, siempre de dramaturgia —su tema preferido— o comunicarse por
Whatsapp o por correo electrónico. Si de ella dependiera, eliminaría los
teléfonos. Pero aclara que no se considera huraña. “Me encanta la interacción
humana, pero máximo de cuatro personas”, aclara y su risita tímida aparece otra
vez.
A la timidez le
siguió la rebeldía. En los últimos años de colegio, Mariana de Althaus se quiso
despegar de ese molde de niña frágil y tímida, encerrada tras los muros de su
imaginación, y empezó a tener una adolescencia más integrada. Los amigos
aparecieron, pero el sentimiento de estar al margen jamás desaparecería. No
quería ser la freak del grupo. “Buscaba parecer lo más normal posible”, dice en
voz baja. “Y lo logré, creo que lo logré”, continúa con una sonrisa de
satisfacción. “Primera llamada, primera llamada”, se escucha en el teatro.
Después del
colegio, la vocación teatral se intensificó. Como no tenía el valor suficiente
para anunciarle a su familia (de tradición universitaria) que se dedicaría al
teatro, se decantó por Literatura en la Pontificia Universidad Católica del
Perú. La carrera le permitió acercarse al mundo de las tablas a través de
talleres de Roberto Angeles, Alberto Ísola y
Alonso Alegría. Más tarde sus padres se sorprenderían de su elección, aunque
ella está convencida de que el germen familiar le viene de su tatarabuelo
Clemente de Althaus, un poeta romántico de finales de Siglo XIX.
A sus 45 años,
esta dramaturga piensa a menudo en la muerte. Quizá no tanto como en las obras
que debe escribir en los próximos dos años o como en la adaptación al cine de
su pieza El sistema Solar, a cargo
de Bacha y Chinón. Pero en esa
noche de junio el tema la acompaña de regreso a casa, donde Nerea (12) y
Octavio (4) duermen. “Cuando uno tiene hijos empieza a mirar más de cerca a la
muerte, inevitablemente”, dice, como lo registran varias entrevistas de la
prensa peruana que hemos utilizado en esta crónica.
Quienes conocen la
obra de Mariana de Althaus en el teatro, pueden dar fe de que la
familia suele estar siempre presente en cada una de sus piezas. El drama, el
amor y los conflictos que existen dentro de los hogares se ven reflejadas en
cada una de sus puestas en escena.
Y es ese
precisamente el tema de Tres historias
de amor donde la gran protagonista es una madre de tres mujeres a quienes
las abandona en plena infancia y se las deja sus progenitores. Pero esperamos
que este montaje caraqueño sea más depurado y pueda ser mostrado al publico. Por ahora hay que festejar que esta autora de gran valía haya sido
conocida en Caracas..
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