Carlos Giménez se enamoró del Príncipe azul, de Eugenio Griffero, cuando lo vio en la temporada bonaerense de 1982 y por eso invitó a la producción para exhibirla en el VI Festival Internacional de Teatro de Caracas, en 1983. Aquí fue todo un éxito de público en la sala Las Palmas, mucho antes de que transformaran tan excelente espacio en iglesia cristiana. ¡Insólito destino para los espacios artísticos en esta Venezuela ecléctica!
Fue tal la pasión de Giménez por ese texto y por los efectos que podría desencadenar en Caracas, que hasta consiguió los derechos para montarlo con su grupo Rajatabla y de antemano les asignó los personajes a dos de sus actores “estrellas”: Pepe Tejera y Aníbal Grunn. Pero surgieron otros proyectos artísticos, vino el “divorcio” con el Ateneo de Caracas, nació la fundación Rajatabla y nunca jamás se le pudo ver con actores del propio terruño, ni tampoco bajo la óptica del “capo”, quien además “salió de gira” aquella madrugada del 28 de marzo de 1993.
A 23 años de ese “primer debut importado” de Príncipe azul, Roberto Moll (legendario actor que hizo buena parte de su carrera en Rajatabla) y Marcos Moreno (otro comediante de sólida tradición) se pusieron de acuerdo para hacerle un digno montaje y exorcizar así “a tantos fantasmas de obras irredentas que pululan por las salas criollas”. Y es por eso que esta noche, a las ocho, se le exhibe en la sala de Conciertos del Ateneo de Caracas, bajo la dirección de Francisco Salazar, con un dispositivo diseñado por el escenógrafo Edwin Erminy, con la iluminación que les creó Carolina Puig y producida por Yoyiana Ahumada y Rolando Padilla. Tienen proyectado estar ahí hasta el próximo 25 de octubre o mudarla a otra sala caraqueña, según la respuesta del público o “el crítico de las mil cabezas”, quien es el que decide la ruina o la gloria de los artistas y empresarios. ¡Cruel oficio del cómico!
¿Qué tiene ese Príncipe azul que a 23 años se le ha repuesto en la temporada de Buenos Aires y ahora se le exhibe en Caracas? ¿Cuál es su encanto? Aníbal Grunn, todo un primer actor y además gerente del Teatro Escena 8, quien se quedó con las ganas de hacer la pieza de Griffero con Pepe, ya difunto, o al menos dirigirla, explica que es la historia de dos hombre adolescentes, “de 16 añitos, nada menos”, que se enamoran y viven un romance de película al pie del mar. Pero el entorno social y la cultura de la época, porque era la Argentina de las dictaduras o los gobiernos populistas, les cortan las alas y deben separarse. Pero antes hacen un singular pacto de amor: volver a verse 50 años después, si es que logran sobrevivir a la perenne borrasca socioeconómica del mismo país donde moran. Se trata, pues, de la saga de una pareja cuyo love story es aplastado por las normas de una sociedad; una sociedad que cambiaría radicalmente décadas después y aceptaría hasta los matrimonios civiles de “gente como esa”.
La obra, cuyo título es una burla al tradicional concepto de “príncipe azul”: un joven bien plantado, muestra ahora a dos ancianos en la noche del encuentro y cada uno llega con su bagaje de sueños rotos, de decepciones y las infaltables miserias humanas. También se hacen acompañar por el miedo y la ilusión del reencuentro y un tanto de esa magia de la adolescencia, que el medio siglo a cuestas no ha podido aún desaparecer.
Es así como Gustavo (Marcos Moreno) y Juan (Roberto Moll) vuelven a verse, a reconocerse, pero antes cada uno de los patéticos personajes tienen sus momentos de soledad: cada uno monologa, o sea que utilizan esa paradoja del hombre que habla consigo mismo pero a la vez para un público cómplice. Esos soliloquios preparan el terreno, o sea los sentimientos de la audiencia, para cuando Juan y Gustavo se encuentren, para hacer crecer ese momento que se inicia con un rechazo y desilusión, hasta mutar en una mutua compasión que los acerca más en lo físico y en lo espiritual, en medio de una densa atmósfera de nostalgia por los años perdidos y la terrible sospecha de que cada uno es un espejo del propio fracaso personal.
Para los analistas argentinos, Príncipe azul está estructurada como una sucesión de monólogos de cada uno de los personajes: Juan, el barato telonero de teatro de revistas, y Gustavo, un magistrado que ha quedado afectado por un accidente cerebro vascular. Después los personajes pasan de lo informativo, lo que ocurrió y no pasó en esos años mozos idos, hasta lo más profundo de sus sentimientos y, sobre todo, las frustraciones. “Porque la autoimposición de lo que debería ser los hizo traicionar sus sentimientos y la posibilidad de vivir felices para siempre. No es la homosexualidad el eje de esta pieza, sino las reglas impuestas por la sociedad, que impulsan la cobardía y una vida falsa cargada de frustraciones”.
¡Ya veremos que dicen los críticos venezolanos!
Aquí en Caracas, Roberto Moll y Marcos Moreno se conocen desde hace varios años y hasta han compartido proyectos teatrales, pero es ahora que les corresponde llevar a escena un texto de tal magnitud y con tantas aristas existenciales.
Moll cuenta que descubrió la obra en Lima, donde un amigo, el destacado director Alberto Isola, le dio el texto. “Me traje este Príncipe azul y lo leímos con Rolando Padilla y Marcos, y al final terminamos llamando a Francisco Salazar para que nos la dirigiera”.
Moreno comenta que la obra no tiene un final cerrado. “Me gustó mucho, porque antes habíamos leído una multitud de textos. Y ahora es que nos hemos dado cuenta de que puede gustar mucho, porque es la saga de dos muchachos que tuvieran una experiencia vivencial, se asustaron por lo que habían hecho y optaron por separarse para volver a reunirse después de 50 años, cuando ya sus vidas han entrado en un proceso de decrepitud, de decadencia física. Ahí se contarán lo que vivieron y harán los balances de lo que les pasó”.
Roberto y Marcos saben del reto que les espera y están confiados en que impactarán al público caraqueño. Saben que puede resultar un drama o una comedia o una pieza del absurdo. “Es una extraña historia de amor”, afirman a dúo.
Segundo debut
Eugenio Griffero (Buenos Aires, 1936), psicoanalista, comenzó su carrera como dramaturgo con Monólogos (1974) a la que siguieron: La fuerza del destino, Trae mala suerte, La familia se vende, La gripe, Príncipe azul, Circomundo, Destiempo, Cuatro caballeros, Monigotes de papel, Té de reinas, La abeja en la miel, La boca lastimada y El viento se los llevó, en coautoría con Vanesa Langsner y Anay, entre otras. Sus obras han sido estrenadas también en Uruguay, Venezuela y España.
Fue tal la pasión de Giménez por ese texto y por los efectos que podría desencadenar en Caracas, que hasta consiguió los derechos para montarlo con su grupo Rajatabla y de antemano les asignó los personajes a dos de sus actores “estrellas”: Pepe Tejera y Aníbal Grunn. Pero surgieron otros proyectos artísticos, vino el “divorcio” con el Ateneo de Caracas, nació la fundación Rajatabla y nunca jamás se le pudo ver con actores del propio terruño, ni tampoco bajo la óptica del “capo”, quien además “salió de gira” aquella madrugada del 28 de marzo de 1993.
A 23 años de ese “primer debut importado” de Príncipe azul, Roberto Moll (legendario actor que hizo buena parte de su carrera en Rajatabla) y Marcos Moreno (otro comediante de sólida tradición) se pusieron de acuerdo para hacerle un digno montaje y exorcizar así “a tantos fantasmas de obras irredentas que pululan por las salas criollas”. Y es por eso que esta noche, a las ocho, se le exhibe en la sala de Conciertos del Ateneo de Caracas, bajo la dirección de Francisco Salazar, con un dispositivo diseñado por el escenógrafo Edwin Erminy, con la iluminación que les creó Carolina Puig y producida por Yoyiana Ahumada y Rolando Padilla. Tienen proyectado estar ahí hasta el próximo 25 de octubre o mudarla a otra sala caraqueña, según la respuesta del público o “el crítico de las mil cabezas”, quien es el que decide la ruina o la gloria de los artistas y empresarios. ¡Cruel oficio del cómico!
¿Qué tiene ese Príncipe azul que a 23 años se le ha repuesto en la temporada de Buenos Aires y ahora se le exhibe en Caracas? ¿Cuál es su encanto? Aníbal Grunn, todo un primer actor y además gerente del Teatro Escena 8, quien se quedó con las ganas de hacer la pieza de Griffero con Pepe, ya difunto, o al menos dirigirla, explica que es la historia de dos hombre adolescentes, “de 16 añitos, nada menos”, que se enamoran y viven un romance de película al pie del mar. Pero el entorno social y la cultura de la época, porque era la Argentina de las dictaduras o los gobiernos populistas, les cortan las alas y deben separarse. Pero antes hacen un singular pacto de amor: volver a verse 50 años después, si es que logran sobrevivir a la perenne borrasca socioeconómica del mismo país donde moran. Se trata, pues, de la saga de una pareja cuyo love story es aplastado por las normas de una sociedad; una sociedad que cambiaría radicalmente décadas después y aceptaría hasta los matrimonios civiles de “gente como esa”.
La obra, cuyo título es una burla al tradicional concepto de “príncipe azul”: un joven bien plantado, muestra ahora a dos ancianos en la noche del encuentro y cada uno llega con su bagaje de sueños rotos, de decepciones y las infaltables miserias humanas. También se hacen acompañar por el miedo y la ilusión del reencuentro y un tanto de esa magia de la adolescencia, que el medio siglo a cuestas no ha podido aún desaparecer.
Es así como Gustavo (Marcos Moreno) y Juan (Roberto Moll) vuelven a verse, a reconocerse, pero antes cada uno de los patéticos personajes tienen sus momentos de soledad: cada uno monologa, o sea que utilizan esa paradoja del hombre que habla consigo mismo pero a la vez para un público cómplice. Esos soliloquios preparan el terreno, o sea los sentimientos de la audiencia, para cuando Juan y Gustavo se encuentren, para hacer crecer ese momento que se inicia con un rechazo y desilusión, hasta mutar en una mutua compasión que los acerca más en lo físico y en lo espiritual, en medio de una densa atmósfera de nostalgia por los años perdidos y la terrible sospecha de que cada uno es un espejo del propio fracaso personal.
Para los analistas argentinos, Príncipe azul está estructurada como una sucesión de monólogos de cada uno de los personajes: Juan, el barato telonero de teatro de revistas, y Gustavo, un magistrado que ha quedado afectado por un accidente cerebro vascular. Después los personajes pasan de lo informativo, lo que ocurrió y no pasó en esos años mozos idos, hasta lo más profundo de sus sentimientos y, sobre todo, las frustraciones. “Porque la autoimposición de lo que debería ser los hizo traicionar sus sentimientos y la posibilidad de vivir felices para siempre. No es la homosexualidad el eje de esta pieza, sino las reglas impuestas por la sociedad, que impulsan la cobardía y una vida falsa cargada de frustraciones”.
¡Ya veremos que dicen los críticos venezolanos!
Aquí en Caracas, Roberto Moll y Marcos Moreno se conocen desde hace varios años y hasta han compartido proyectos teatrales, pero es ahora que les corresponde llevar a escena un texto de tal magnitud y con tantas aristas existenciales.
Moll cuenta que descubrió la obra en Lima, donde un amigo, el destacado director Alberto Isola, le dio el texto. “Me traje este Príncipe azul y lo leímos con Rolando Padilla y Marcos, y al final terminamos llamando a Francisco Salazar para que nos la dirigiera”.
Moreno comenta que la obra no tiene un final cerrado. “Me gustó mucho, porque antes habíamos leído una multitud de textos. Y ahora es que nos hemos dado cuenta de que puede gustar mucho, porque es la saga de dos muchachos que tuvieran una experiencia vivencial, se asustaron por lo que habían hecho y optaron por separarse para volver a reunirse después de 50 años, cuando ya sus vidas han entrado en un proceso de decrepitud, de decadencia física. Ahí se contarán lo que vivieron y harán los balances de lo que les pasó”.
Roberto y Marcos saben del reto que les espera y están confiados en que impactarán al público caraqueño. Saben que puede resultar un drama o una comedia o una pieza del absurdo. “Es una extraña historia de amor”, afirman a dúo.
Segundo debut
Eugenio Griffero (Buenos Aires, 1936), psicoanalista, comenzó su carrera como dramaturgo con Monólogos (1974) a la que siguieron: La fuerza del destino, Trae mala suerte, La familia se vende, La gripe, Príncipe azul, Circomundo, Destiempo, Cuatro caballeros, Monigotes de papel, Té de reinas, La abeja en la miel, La boca lastimada y El viento se los llevó, en coautoría con Vanesa Langsner y Anay, entre otras. Sus obras han sido estrenadas también en Uruguay, Venezuela y España.
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