César Rengifo, considerado “el padre de la dramaturguia venezolana moderna”, pregonaba que los artistas más importantes del siglo XX y en especial de la centuria venidera eran los actores y las actrices y que había que hacerlos verdaderos filósofos, ya que con sus interpretaciones en el cine, la televisión y el teatro, además de sus roles publicitarios, se convertían en maestros de conductas, en difusores de pensamientos, en espejos de una sociedad ideal soñada por sus pensadores. Proponía que los comediantes tenían que ser verdaderos políticos, en el sentido exacto del término, y tenía planes concretos para una escuela centrada en la historia y la realidad vernáculas. Un súper liceo cónsono con los tiempos y con la importancia de su labor formativa era uno de sus sueños.
César, que además fue pintor y poeta, murió en 1980, a los 65 años, dejando un legado artístico y una digna saga como luchador revolucionario. Sus 40 piezas, en especial “La trilogía del petróleo”, deberían ser representadas en estos tiempos, porque en ellas advertía las ventajas para el país y sus habitantes de que el Estado asumiera el control definitivo de sus recursos naturales no renovables. Abordó con crudeza y haciendo gala de un estilo, no exento de poesía, la realidad de Venezuela, haciendo énfasis en lo social, porque para él la estética que no reivindique al pueblo, carece de función y contenido. Una verdad que sus alumnos aún luchan por hacer realidad en medio de los actuales movimientos de cambio.
Por supuesto que los planes de César para dotar al teatro venezolano de una escuela digna y centrada en la capacitación de sus comediantes están por verse, aunque ya en el siglo XXI se cuenta con un instituto universitario y además persisten centros de formación semiprivados, como la Escuela Juana Sujo, fundada en 1949, entre otros. Pero además, hay teatreros foráneos, como el cubano Noel de La Cruz, que se han adaptado al país y ahora rompen lanzas para ayudar a capacitar a los actores y actrices que Venezuela requiere, como lo advertía el autor de Las torres y el viento o de Manuelote, piezas que han desafiado el tiempo por su esencia ideológica.
Noel de La Cruz, precisamente, para estar en sintonía con la historia del teatro criollo, ha montado un clásico sainete: El rompimiento, de Rafael Guinand (1881-1957), estrenado en la Caracas de 1917, y el cual ahora está en uno de los escenarios de la Casa del Artista para mostrar dignamente a Marianella Oviedo, Anny Sanabria, Javier García, Eduis Guerra, Rosear Hedz y Danique Weill entregados, a la reproducción de una magnifica estampa costumbrista de una sociedad que se fue, pero que dejó huellas, todavía detectables, de un comportamiento social, heredado del largo proceso colonial y en especial la presencia de la moral cristiana, especialmente en lo referente al sexo y los rituales para el apareamiento de hembras y machos, características imperecederas. Ojalá que este elenco pueda escenificar un texto del gran César del teatro nacional.
César, que además fue pintor y poeta, murió en 1980, a los 65 años, dejando un legado artístico y una digna saga como luchador revolucionario. Sus 40 piezas, en especial “La trilogía del petróleo”, deberían ser representadas en estos tiempos, porque en ellas advertía las ventajas para el país y sus habitantes de que el Estado asumiera el control definitivo de sus recursos naturales no renovables. Abordó con crudeza y haciendo gala de un estilo, no exento de poesía, la realidad de Venezuela, haciendo énfasis en lo social, porque para él la estética que no reivindique al pueblo, carece de función y contenido. Una verdad que sus alumnos aún luchan por hacer realidad en medio de los actuales movimientos de cambio.
Por supuesto que los planes de César para dotar al teatro venezolano de una escuela digna y centrada en la capacitación de sus comediantes están por verse, aunque ya en el siglo XXI se cuenta con un instituto universitario y además persisten centros de formación semiprivados, como la Escuela Juana Sujo, fundada en 1949, entre otros. Pero además, hay teatreros foráneos, como el cubano Noel de La Cruz, que se han adaptado al país y ahora rompen lanzas para ayudar a capacitar a los actores y actrices que Venezuela requiere, como lo advertía el autor de Las torres y el viento o de Manuelote, piezas que han desafiado el tiempo por su esencia ideológica.
Noel de La Cruz, precisamente, para estar en sintonía con la historia del teatro criollo, ha montado un clásico sainete: El rompimiento, de Rafael Guinand (1881-1957), estrenado en la Caracas de 1917, y el cual ahora está en uno de los escenarios de la Casa del Artista para mostrar dignamente a Marianella Oviedo, Anny Sanabria, Javier García, Eduis Guerra, Rosear Hedz y Danique Weill entregados, a la reproducción de una magnifica estampa costumbrista de una sociedad que se fue, pero que dejó huellas, todavía detectables, de un comportamiento social, heredado del largo proceso colonial y en especial la presencia de la moral cristiana, especialmente en lo referente al sexo y los rituales para el apareamiento de hembras y machos, características imperecederas. Ojalá que este elenco pueda escenificar un texto del gran César del teatro nacional.
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