Todavía en el Ateneo de Caracas se puede ver buen teatro y una prueba de ello es el espectáculo Siempre nada, del dramaturgo Orlando Leo, producido por la agrupación Argoteatro, el cual demuestra que contra viento y marea, y dentro de difíciles condiciones, sí se está formando una nueva generación de comediantes, que tendrá que luchar por espacios y oportunidades para su profesionalización. ¡Se predica con el ejemplo!
Orlando Leo (Buenos Aires, 1940), autor de textos como Telegrama, El pollo, La elección, El pastor, Dos de sobremesa y Siempre nada, escrita en 1996, es un intelectual comprometido con la realidad de su país y por eso ha utilizado la escena para predicar un cambio de conductas, costumbres y hasta propiciar los cambios sociales fundamentales. Siempre ha sido crítico de los gobernantes y a todos los ha puesto en ridículo o en evidencia sin caer en el panfleto. Utiliza ese humor negro tan propio de los sureños como Griselda Gambaro, Roberto Cossa y Eduardo Pavlosky. Piensa en el futuro de su nación y por eso en su texto utiliza a varones menores de 25 años para los personajes de una audaz versión de ese gran clásico del teatro moderno que es Esperando a Godot, de Samuel Beckett, pero con la modalidad de que su Godot si llega convertido en un vehículo o automóvil, como símbolo de que solo el progreso, en todas sus manifestaciones, los podrá sacar del atraso en que viven. ¡Elementalísimo modelo!
Siempre nada es la historia de cuatro jóvenes que viven en un perdido o abandonado pueblo, al estilo de ese pueblo de Ortiz, el de la excelente novela Casas muertas de Miguel Otero Silva. Están desempleados y sin una preparación o educación cónsona para sus edades. Lo único que tienen es una básica imaginación y una desenfrenada y contagiosa capacidad para jugar e inventarse trampas lúdicas capaces de sacarlos del aburrimiento que los devora y animarlos para que esperen el paso de un vehículo automotor que les pueda cambiar todos sus planes y sacarlos de esa especie de cementerio para vivos donde esperan qué hacer o quien los salve.
La pieza, exige, una gran habilidad o destreza física de sus actores o interpretes para todas las tareas escénicas que deben inventarse, mientras pasa el tiempo, algo más de 60 minutos, y se precipita la llegada de lo esperado: un automóvil que los puede sacar de donde están y llevarse a otro contexto lleno de oportunidades para triunfar o hundirse en la desdicha mas rápidamente. No es un mero juego de cuatro muchachotes, no, es una metáfora sobre la sociedad argentina o de cualquier otro conglomerado latinoamericano donde las nuevas generaciones no tengan oportunidades o posibilidades para aprender oficiosos o profesiones y después logren puestos de trabajo para su sobrevivencia e incrementar el desarrollo de su región o país.
Gracias al talento en proceso de desarrollo de los venezolanos Juvel Vielma, Juan Vicente Pérez, Daniel Rodríguez y Leonte Ortega es posible ver esta versión caraqueña de la sureña Siempre nada.
Orlando Leo (Buenos Aires, 1940), autor de textos como Telegrama, El pollo, La elección, El pastor, Dos de sobremesa y Siempre nada, escrita en 1996, es un intelectual comprometido con la realidad de su país y por eso ha utilizado la escena para predicar un cambio de conductas, costumbres y hasta propiciar los cambios sociales fundamentales. Siempre ha sido crítico de los gobernantes y a todos los ha puesto en ridículo o en evidencia sin caer en el panfleto. Utiliza ese humor negro tan propio de los sureños como Griselda Gambaro, Roberto Cossa y Eduardo Pavlosky. Piensa en el futuro de su nación y por eso en su texto utiliza a varones menores de 25 años para los personajes de una audaz versión de ese gran clásico del teatro moderno que es Esperando a Godot, de Samuel Beckett, pero con la modalidad de que su Godot si llega convertido en un vehículo o automóvil, como símbolo de que solo el progreso, en todas sus manifestaciones, los podrá sacar del atraso en que viven. ¡Elementalísimo modelo!
Siempre nada es la historia de cuatro jóvenes que viven en un perdido o abandonado pueblo, al estilo de ese pueblo de Ortiz, el de la excelente novela Casas muertas de Miguel Otero Silva. Están desempleados y sin una preparación o educación cónsona para sus edades. Lo único que tienen es una básica imaginación y una desenfrenada y contagiosa capacidad para jugar e inventarse trampas lúdicas capaces de sacarlos del aburrimiento que los devora y animarlos para que esperen el paso de un vehículo automotor que les pueda cambiar todos sus planes y sacarlos de esa especie de cementerio para vivos donde esperan qué hacer o quien los salve.
La pieza, exige, una gran habilidad o destreza física de sus actores o interpretes para todas las tareas escénicas que deben inventarse, mientras pasa el tiempo, algo más de 60 minutos, y se precipita la llegada de lo esperado: un automóvil que los puede sacar de donde están y llevarse a otro contexto lleno de oportunidades para triunfar o hundirse en la desdicha mas rápidamente. No es un mero juego de cuatro muchachotes, no, es una metáfora sobre la sociedad argentina o de cualquier otro conglomerado latinoamericano donde las nuevas generaciones no tengan oportunidades o posibilidades para aprender oficiosos o profesiones y después logren puestos de trabajo para su sobrevivencia e incrementar el desarrollo de su región o país.
Gracias al talento en proceso de desarrollo de los venezolanos Juvel Vielma, Juan Vicente Pérez, Daniel Rodríguez y Leonte Ortega es posible ver esta versión caraqueña de la sureña Siempre nada.
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