El Ateneo de Caracas vive una aguda crisis de crecimiento desde los años 90. Los cuadros generacionales que asumieron el control de la institución no han estado a la altura de los retos y ahora están en un callejón con mínimas salidas. La institución corre el riesgo de perderlo todo y convertirse en un recuerdo para la historia de un país que se hace y se deshace día a día. Sólo si se mira hacia la comunidad venezolana en general y no a la de otra parte, se podrá emprender la recuperación del público y con él vendrá el prestigio y además el indispensable respeto de artistas veteranos y emergentes, quienes requieren con urgencia de unos espacios artísticos adecuados y un entorno seguro para sus creativas actividades.
Acudir al dialogo que ha propuesto la directora general del Iaem, Silvia Díaz Alvarado, en representación del Ministerio para el Poder Popular de la Cultura, con miras a estudiar las formulas más expeditas de un relanzamiento acorde con los tiempos y sin perder la dignidad, esa que alimenta a las naciones sensatas, podrá detener esa caída libre de la más antigua casa cultural caraqueña, ahora a punto de ser convertida en supermarket de buhoneros y otras alimañas. Con el Ateneo cerrado por inventario, como se canta en Tu país está feliz, se daña a la cultura venezolana que es y será siempre una y nacida de las entrañas de su pueblo.
A pesar de sus crisis, cual un Titanic que se niega a naufragar, el Ateneo actualmente exhibe con satisfacción en sus tres salas teatrales un igual número de espectáculos, los cuales hacen añorar a los años dorados, aquellos cuando Giménez, Peterson, Porte, Cabrujas, Verdial, Ulive o Chocrón se peleaban las programaciones, o cuando se escenificaban los mejores espectáculos del mundo. Ladrona de almas del polaco Pavel Kohout, La secreta obscenidad de cada día del chileno Marco Antonio de la Parra y Siempre nada del argentino Orlando Leo, son montajes que le ofrecen a la audiencia caraqueña sendas ventanas oportunas sobre los horrores de las guerras y los turbios negocios que ellas generan, la crisis de las ideologías transplantadas a las sociedades que quieren crecer y tienen que abortar sus derechos humanos, y el drama de la juventud que al ser abandonada por sus mayores tiene pánico al progreso o el desarrollo porque nadie se los ha explicado o vendido, pero esa muchachada desvalida si tiene imaginación para vencer el tedio y buscar una salida antes de perecer en su crecimiento.
Las dos primeras piezas ya les critiqué y exalté sus bondades, pero Siempre nada se merece un comentario especial, porque ahí hay semilla que debe germinar con miras a los nuevos tiempos que se avizoran en los casi abandonados predios ateneístas. No hay que olvidar que hasta los años 90 el Ateneo era el puerto del mejor teatro de arte del país o donde se gestaron las vanguardias que después desaparecieron y ahora hay nuevas generaciones que requieren esos espacios y esas audiencias. ¡Eso no puede perecer!
Acudir al dialogo que ha propuesto la directora general del Iaem, Silvia Díaz Alvarado, en representación del Ministerio para el Poder Popular de la Cultura, con miras a estudiar las formulas más expeditas de un relanzamiento acorde con los tiempos y sin perder la dignidad, esa que alimenta a las naciones sensatas, podrá detener esa caída libre de la más antigua casa cultural caraqueña, ahora a punto de ser convertida en supermarket de buhoneros y otras alimañas. Con el Ateneo cerrado por inventario, como se canta en Tu país está feliz, se daña a la cultura venezolana que es y será siempre una y nacida de las entrañas de su pueblo.
A pesar de sus crisis, cual un Titanic que se niega a naufragar, el Ateneo actualmente exhibe con satisfacción en sus tres salas teatrales un igual número de espectáculos, los cuales hacen añorar a los años dorados, aquellos cuando Giménez, Peterson, Porte, Cabrujas, Verdial, Ulive o Chocrón se peleaban las programaciones, o cuando se escenificaban los mejores espectáculos del mundo. Ladrona de almas del polaco Pavel Kohout, La secreta obscenidad de cada día del chileno Marco Antonio de la Parra y Siempre nada del argentino Orlando Leo, son montajes que le ofrecen a la audiencia caraqueña sendas ventanas oportunas sobre los horrores de las guerras y los turbios negocios que ellas generan, la crisis de las ideologías transplantadas a las sociedades que quieren crecer y tienen que abortar sus derechos humanos, y el drama de la juventud que al ser abandonada por sus mayores tiene pánico al progreso o el desarrollo porque nadie se los ha explicado o vendido, pero esa muchachada desvalida si tiene imaginación para vencer el tedio y buscar una salida antes de perecer en su crecimiento.
Las dos primeras piezas ya les critiqué y exalté sus bondades, pero Siempre nada se merece un comentario especial, porque ahí hay semilla que debe germinar con miras a los nuevos tiempos que se avizoran en los casi abandonados predios ateneístas. No hay que olvidar que hasta los años 90 el Ateneo era el puerto del mejor teatro de arte del país o donde se gestaron las vanguardias que después desaparecieron y ahora hay nuevas generaciones que requieren esos espacios y esas audiencias. ¡Eso no puede perecer!
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