Como no es frecuente que se exhiban obras teatrales cubanas en Caracas, no hay que desperdiciar la oportunidad de ver la escenificación de la comedia costumbrista Contigo pan y cebolla, de Héctor Quintero, estrenada en 1964, y la cual ahora se presenta en el Celarg producida por la venezolana Compañía Teatral Prometeo, bien dirigida por el cubano Noel de la Cruz y con interpretaciones, unas aceptables y otras discretas, a cargo de Marianella Oviedo, Miguel Lucero, Dasein Guada, Danique Weil, Julio Viso, Luis Ramírez, Javier González, Germary Montilla, Rosmar Hernández y Francisco Gualteros.
Contigo pan y cebolla, ambientada en los años 50 del siglo XX de la Cuba regentada por Fulgencio Baptista, presenta a una familia de la clase media baja que trata de mantener su estatus aparentando lo que no es, fingiendo que se alimentan bien o completo, y que además carecen de varios básicos utensilios de la vida domestica moderna, como una nevera.
Héctor Quintero (La Habana 1, de octubre de 1942) creó a Lala Fundora y la utilizó para mantener las apariencias de una familia habanera. Es un ser con un amor ejemplar por el marido y un asombroso deseo de que sus hijos sean “otra cosa”. Todo eso con situaciones cómicas y diálogos picantes orientados a plasmar el conflicto: la urgencia de comprar un refrigerador casero, que no sólo les enfriará el agua sino que preservará los escasos alimentos que consumen, en medio de un colectivo social que carece de posibilidades de ascenso, y donde lo único que se puede hacer es amarse, ya que, como enseña el proverbio castellano: “contigo pan y cebolla”, el amor sincero es más que suficiente para sobrellevar las penurias de la vida, porque el enamoramiento desencadena una respuesta neurofisiológica, que libera la feniletilamina, la cual genera “síntomas de amor” como el insomnio y la inapetencia, suprime la sensación de fatiga, la sed y hasta el hambre misma o sea dopa al enamorado para que se sienta valiente e inmune a los peligros, como enseñan los especialistas dedicados a racionalizar el amor.
¿Se repite ese tipo de familia que poetizó Quintero en la América Latina actual? Claro que sí, pululan los núcleos de baja extracción económica que se debaten entre la realidad y lo aparente, lo que quieren ser y no pueden, lo que imitan por la televisión y los medios de comunicación.
Como detalle curioso, vinculado a los orígenes populares de la pieza que hizo famoso a Quintero, cientos de neveras viejas están siendo cambiadas en Cuba por otras nuevas, gracias a la “revolución energética”, puesta en marcha desde 2006 y destinada a renovar las fuentes energéticas y disminuir el consumo eléctrico en la isla. Es posible que esa nevera que usó y tuvo que devolver Lala Fundora, ahora sea sustituida por una más moderna, ya que en la tierra de José Martí las cosas están cambiando para bien, aunque el amor nunca estuvo ausente y mitigó unas cuantas penurias.
Contigo pan y cebolla, ambientada en los años 50 del siglo XX de la Cuba regentada por Fulgencio Baptista, presenta a una familia de la clase media baja que trata de mantener su estatus aparentando lo que no es, fingiendo que se alimentan bien o completo, y que además carecen de varios básicos utensilios de la vida domestica moderna, como una nevera.
Héctor Quintero (La Habana 1, de octubre de 1942) creó a Lala Fundora y la utilizó para mantener las apariencias de una familia habanera. Es un ser con un amor ejemplar por el marido y un asombroso deseo de que sus hijos sean “otra cosa”. Todo eso con situaciones cómicas y diálogos picantes orientados a plasmar el conflicto: la urgencia de comprar un refrigerador casero, que no sólo les enfriará el agua sino que preservará los escasos alimentos que consumen, en medio de un colectivo social que carece de posibilidades de ascenso, y donde lo único que se puede hacer es amarse, ya que, como enseña el proverbio castellano: “contigo pan y cebolla”, el amor sincero es más que suficiente para sobrellevar las penurias de la vida, porque el enamoramiento desencadena una respuesta neurofisiológica, que libera la feniletilamina, la cual genera “síntomas de amor” como el insomnio y la inapetencia, suprime la sensación de fatiga, la sed y hasta el hambre misma o sea dopa al enamorado para que se sienta valiente e inmune a los peligros, como enseñan los especialistas dedicados a racionalizar el amor.
¿Se repite ese tipo de familia que poetizó Quintero en la América Latina actual? Claro que sí, pululan los núcleos de baja extracción económica que se debaten entre la realidad y lo aparente, lo que quieren ser y no pueden, lo que imitan por la televisión y los medios de comunicación.
Como detalle curioso, vinculado a los orígenes populares de la pieza que hizo famoso a Quintero, cientos de neveras viejas están siendo cambiadas en Cuba por otras nuevas, gracias a la “revolución energética”, puesta en marcha desde 2006 y destinada a renovar las fuentes energéticas y disminuir el consumo eléctrico en la isla. Es posible que esa nevera que usó y tuvo que devolver Lala Fundora, ahora sea sustituida por una más moderna, ya que en la tierra de José Martí las cosas están cambiando para bien, aunque el amor nunca estuvo ausente y mitigó unas cuantas penurias.
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