Desde aquel 12 de febrero de 1975 la vida de José Antonio Abreu cambió para siempre y también sucedió lo mismo con los que se atrevieron a acompañarlo. Así pusieron en marcha al Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, empresa destinada a utilizar la música no sólo para capacitar a más y mejores artistas, sino, primordialmente, como audaz experimento sociocomunitario destinado a rescatar a los sectores menos favorecidos del país para romper así ese circulo vicioso de la pobreza -por intermedio de diversos instrumentos musicales y sus respectivos maestros- e iniciar una larga marcha hacia la profesionalización artística, con los más capaces, y por ende ascender a la cumbre de la dignidad humana con los que no desfallecieron.
Así se puede resumir la curiosa saga de ese experimento que Venezuela entera ha presenciado asombrada en los últimos 35 años. Un desafío que al revelar resultados tangibles y cuantificables y que ahora, con unos 380 mil niños y jóvenes de todo el país en orquestas y corales, atrapa al mundo y hace que todos quieran copiar ese positivo “Efecto Abreu”. Singular metodología de trabajo de un hombre que, pudiendo haber sido un brillante economista (es PhD) o un músico respetable (compositor, organista y director), escogió el proceloso apostolado de buscar a los excluidos, marginales o incluso borderline, para darles un instrumento y, tras enseñarles el abecé de la música, lanzarse por una ruta muy diferente a la que llevaban hasta ese momento en que se toparon con Abreu y su banda.
No ha sido fácil llegar hasta donde están. Surgieron obstáculos y unas cuantas trampas, pero esa inmensa orquesta de aficionados y artistas ha seguido tocando, tras recuperar el ritmo y ceñirse a una partitura fantástica, que Mahler o Beethoven hubiesen querido firmar. Un récord en la historia cultural de esta Tierra de Gracia y del planeta, que nadie puede negar, salvo los mezquinos.
Pero lo que nunca esperó José Antonio Abreu (Valera, Trujillo, 7 de mayo de 1937), especialista en materializar sueños, era que el primer Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, a diferencia de los otros jefes de Estado con los que necesariamente había tratado, ahora no sólo exaltara públicamente su tarea lograda, sino que le pusiera por delante otro gran reto y le ofreciera además los recursos económicos y logísticos básicos para diseñar y poner en marcha la Misión Música. Nadie antes le propuso una cosa igual o al menos manifestó su deseo de acompañarlo.
Y Abreu, que de notas, pentagramas, instrumentos, paciente docencia y orquestaciones sabe lo suficiente, ya tiene listo una especie de sayal simbólico para convertirse, sin mucho aspaviento, en el misionero de la música. Él espera que el Poder Comunal, recién creado, se vincule con el Proyecto de Acción Social por la Música, o sea su Método o el “Efecto Abreu”, para poner en marcha un núcleo musical en cada consejo comunal. Todo eso será supervisado por el Ministerio de Participación y Protección Social, al cual esta adscrito el Sistema. para que cumpla su función social. Esos núcleos abrirán nuevas caminos a nuevos niños, precisamente lo que viven en extrema pobreza, porque la esencia de su Sistema, como lo ha dicho Abreu, es constituir el arte musical en “un instrumento auténtico del desarrollo humano para Venezuela”, porque, como reconoce, “nos ha faltado avanzar y profundizar, alcanzar cada vez más capas amplias de la población”.
Este misionero, en los azarosos albores del siglo XXI, piensa que la música debe formar parte del proceso educacional de cualquier niño o joven, ya que la presencia de la música es una idea universal. ”El ideal nuestro es la presencia de coros y orquestas en el sistema educativo primario y secundario. Pronto será un propósito formal del sistema educativo”, ya que, como lo había previsto la Unesco, “la educación artística sí puede ser una realidad masiva, un derecho social de los pueblos y no un monopolio de las élites y ese es el nuevo paradigma de este Sistema”.
Algo más que tocar y luchar
Así se puede resumir la curiosa saga de ese experimento que Venezuela entera ha presenciado asombrada en los últimos 35 años. Un desafío que al revelar resultados tangibles y cuantificables y que ahora, con unos 380 mil niños y jóvenes de todo el país en orquestas y corales, atrapa al mundo y hace que todos quieran copiar ese positivo “Efecto Abreu”. Singular metodología de trabajo de un hombre que, pudiendo haber sido un brillante economista (es PhD) o un músico respetable (compositor, organista y director), escogió el proceloso apostolado de buscar a los excluidos, marginales o incluso borderline, para darles un instrumento y, tras enseñarles el abecé de la música, lanzarse por una ruta muy diferente a la que llevaban hasta ese momento en que se toparon con Abreu y su banda.
No ha sido fácil llegar hasta donde están. Surgieron obstáculos y unas cuantas trampas, pero esa inmensa orquesta de aficionados y artistas ha seguido tocando, tras recuperar el ritmo y ceñirse a una partitura fantástica, que Mahler o Beethoven hubiesen querido firmar. Un récord en la historia cultural de esta Tierra de Gracia y del planeta, que nadie puede negar, salvo los mezquinos.
Pero lo que nunca esperó José Antonio Abreu (Valera, Trujillo, 7 de mayo de 1937), especialista en materializar sueños, era que el primer Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, a diferencia de los otros jefes de Estado con los que necesariamente había tratado, ahora no sólo exaltara públicamente su tarea lograda, sino que le pusiera por delante otro gran reto y le ofreciera además los recursos económicos y logísticos básicos para diseñar y poner en marcha la Misión Música. Nadie antes le propuso una cosa igual o al menos manifestó su deseo de acompañarlo.
Y Abreu, que de notas, pentagramas, instrumentos, paciente docencia y orquestaciones sabe lo suficiente, ya tiene listo una especie de sayal simbólico para convertirse, sin mucho aspaviento, en el misionero de la música. Él espera que el Poder Comunal, recién creado, se vincule con el Proyecto de Acción Social por la Música, o sea su Método o el “Efecto Abreu”, para poner en marcha un núcleo musical en cada consejo comunal. Todo eso será supervisado por el Ministerio de Participación y Protección Social, al cual esta adscrito el Sistema. para que cumpla su función social. Esos núcleos abrirán nuevas caminos a nuevos niños, precisamente lo que viven en extrema pobreza, porque la esencia de su Sistema, como lo ha dicho Abreu, es constituir el arte musical en “un instrumento auténtico del desarrollo humano para Venezuela”, porque, como reconoce, “nos ha faltado avanzar y profundizar, alcanzar cada vez más capas amplias de la población”.
Este misionero, en los azarosos albores del siglo XXI, piensa que la música debe formar parte del proceso educacional de cualquier niño o joven, ya que la presencia de la música es una idea universal. ”El ideal nuestro es la presencia de coros y orquestas en el sistema educativo primario y secundario. Pronto será un propósito formal del sistema educativo”, ya que, como lo había previsto la Unesco, “la educación artística sí puede ser una realidad masiva, un derecho social de los pueblos y no un monopolio de las élites y ese es el nuevo paradigma de este Sistema”.
Algo más que tocar y luchar
El misionero de la música, con un estado de ánimo “maravilloso y mejor que nunca”, recordando que “tocar y luchar” es algo más que el lema de su exitoso experimento, declaró, a manera de respuesta ante las “polarizadas” críticas o rémoras “políticas” que intentan detenerlo en su nueva tarea, que sí tiene un sólo norte y éste “es contribuir hasta el fin de mi vida, sin mirar atrás ni hacia abajo, porque únicamente miro hacia arriba, al auténtico desarrollo social y comunitario de mi país por intermedio de la música”. Insiste en que se ha avanzado muchísimo en la democratización plena de la educación y es por eso que él y su banda están satisfechos de participar en ese proceso y ahora, a través de la Misión Música, “vamos a acelerarlo y profundizarlo”.
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