Nació en la castellana León hace 77 años y supo de Venezuela al promediar los 19. Lleva casi medio siglo en esta Tierra de Gracia y sus hijos nacieron aquí. Es Atanasio Alegre, psicólogo clínico y filósofo, profesor jubilado de la UCV y como reconocido escritor acaba de presentar su más reciente libro: Falsas claridades, el cual compila 16 cuentos distribuidos en 154 páginas, publicado por Grupo Editorial Norma.
-¿Qué hace un ensayista y un novelista ahora con un libro de cuentos?
-Vengo del ensayo, del pensamiento más o menos reflexivo, pero desde que escribí El mercado de los gansos, que se transformó en una novela histórica sobre un personaje real, me di cuenta de que lo que se lee realmente, y sobre todo hoy, es todo aquello que de alguna manera tiene que ver más con la imaginación que con el intelecto.
-¿Eso es lo que leen los venezolanos?
-Sí y en general todo el mundo, desde que Daniel Boorstin dijo que Dios estaba con la gente del espectáculo y quien no supiera o no pudiera hacer de sí mismo un espectáculo, debía de retirarse.Los escolásticos decían que no hay nada en el entendimiento o en el intelecto que antes no estuviera en los sentidos. Estos 16 relatos de mi libro han estado, y probablemente seguirán estando, en los sentidos. Es lo que decía Stendhal de la novela: un espejo para el camino. Y en estos tiempos y en esta sociedad y en este aquí y ahora. Hay muchos escritores que piensan que decir es decir y no es así. Decir es escribir y se dice más cuando se insinúa que cuando se quiere ser expresamente claro.
Alegre escogió a Venezuela porque quería vivir y trabajar y lo hizo, a la caída de Marcos Pérez Jiménez, armado con una licenciatura en filosofía, la cual le sirvió para ganarse la vida y después se volcó sobre la psicología. Advierte que en su libro Falsas claridades hay "una serie de insinuaciones sobre lo que está sucediendo en una sociedad que, un poco a la inversa de lo que pasó en Prusia con Federico el grande, se le quiere transformar en un ejército con un Estado.De manera que dentro de todo ese conglomerado, mi libro es como un excipiente, que es lo que da sabor a las medicinas para que uno se las trague. Definiría a mis cuentos -o mis relatos para ser más preciso-, como un cierto excipiente de la sociedad actual venezolana donde vivimos. Porque estos cuentos son de aquí y no de otra parte. No todos hechos por venezolanos, porque los que no nacimos aquí no tuvimos esa niñez".
-El cuento "El veintiuno", con el cual abre el libro, alude al drama de la madre de un bebé con el síndrome de Down, y hace pocos días la prensa de Estados Unidos reveló que el dramaturgo Arthur Miller engendró un hijo así, en 1966, pero lo ocultó casi hasta su muerte, en 2005, al dejarle un cuantioso legado.
-Sí, me estoy enterando de ese caso, pero mi cuento parte de otra realidad y es totalmente venezolano.
-¿En qué tiempo escribió estos 16 relatos?
-Los he ido escribiendo desde los años 90 e incluso hasta hay uno repetido, porque en mi libro de ensayo Los territorios filosóficos de Borges según Nuño, le recompensaba al lector con el relato La mujer de los ojos color violeta. Los demás salieron de sitios inesperados, como el Metro o cuando uno se hace limpiar los zapatos.
-¿Qué técnica utiliza para sus cuentos?
-Confieso que no tengo una técnica determinada para escribir, precisamente en un continente donde están los mejores cuentistas del mundo. No puedo presumir ni decir que tengo una técnica, pero sí tengo una definición por lo que no es. Para mi un cuento no puede ser algo donde el lenguaje es el protagonista. Creo que el protagonista hay que sacarlo de la realidad, como decía Dostowieski.Mis personajes son seres que nacen cada uno con su lenguaje, que piensan, que se atormentan, etcétera y van por la vida.
-¿Ha dado talleres sobre literatura?
-Sí y me tienen a monte, porque di uno en el Icrea, pero sobre el ensayo, y lo tuve que repetir.Pero la verdad es que tengo muy poco tiempo libre, porque después de más de 40 años de docencia, dentro y fuera de Venezuela, estoy saturado. Estoy jubilado desde 1991 por la UCV, pero he seguido trabajando, probablemente más que antes. También he estado publicando y por eso acabo de corregir las pruebas de una novela histórica, El crepúsculo del hebraista, que saldrá editada por Alfa hacia noviembre de este año. Se trata del Johanes Reuchlin y es quien le enseña hebreo a Martín Lutero en Alemania. Esa novela la hice a lo largo de diez años y con muchos viajes a la nación germana para revisar sus bibliotecas, porque este personaje ha quedado olvidado al lado de Lutero y de Erasmo de Rotterdan, quien aprendió griego con la gramática de Reuchlin.
-¿Se dice que estamos viviendo otra especie de segunda Edad Media?
-Sí, eso lo dice Hans Magnus Ezemberger, el filosofo alemán, porque el gran problema de la Edad Media era que el hombre aparecía como una criatura dependiente de un dios y resulta que con el Renacimiento cambiaron los términos, porque aparecieron dioses humanos y un hombre divino. Se pasó de la autoridad proveniente de dios a la autoridad dictada por un gobernante. Ahora vivimos una época de fatalismos, pero hay que esperar que eso pase porque ya hay generaciones de relevo
-¿Qué hace un ensayista y un novelista ahora con un libro de cuentos?
-Vengo del ensayo, del pensamiento más o menos reflexivo, pero desde que escribí El mercado de los gansos, que se transformó en una novela histórica sobre un personaje real, me di cuenta de que lo que se lee realmente, y sobre todo hoy, es todo aquello que de alguna manera tiene que ver más con la imaginación que con el intelecto.
-¿Eso es lo que leen los venezolanos?
-Sí y en general todo el mundo, desde que Daniel Boorstin dijo que Dios estaba con la gente del espectáculo y quien no supiera o no pudiera hacer de sí mismo un espectáculo, debía de retirarse.Los escolásticos decían que no hay nada en el entendimiento o en el intelecto que antes no estuviera en los sentidos. Estos 16 relatos de mi libro han estado, y probablemente seguirán estando, en los sentidos. Es lo que decía Stendhal de la novela: un espejo para el camino. Y en estos tiempos y en esta sociedad y en este aquí y ahora. Hay muchos escritores que piensan que decir es decir y no es así. Decir es escribir y se dice más cuando se insinúa que cuando se quiere ser expresamente claro.
Alegre escogió a Venezuela porque quería vivir y trabajar y lo hizo, a la caída de Marcos Pérez Jiménez, armado con una licenciatura en filosofía, la cual le sirvió para ganarse la vida y después se volcó sobre la psicología. Advierte que en su libro Falsas claridades hay "una serie de insinuaciones sobre lo que está sucediendo en una sociedad que, un poco a la inversa de lo que pasó en Prusia con Federico el grande, se le quiere transformar en un ejército con un Estado.De manera que dentro de todo ese conglomerado, mi libro es como un excipiente, que es lo que da sabor a las medicinas para que uno se las trague. Definiría a mis cuentos -o mis relatos para ser más preciso-, como un cierto excipiente de la sociedad actual venezolana donde vivimos. Porque estos cuentos son de aquí y no de otra parte. No todos hechos por venezolanos, porque los que no nacimos aquí no tuvimos esa niñez".
-El cuento "El veintiuno", con el cual abre el libro, alude al drama de la madre de un bebé con el síndrome de Down, y hace pocos días la prensa de Estados Unidos reveló que el dramaturgo Arthur Miller engendró un hijo así, en 1966, pero lo ocultó casi hasta su muerte, en 2005, al dejarle un cuantioso legado.
-Sí, me estoy enterando de ese caso, pero mi cuento parte de otra realidad y es totalmente venezolano.
-¿En qué tiempo escribió estos 16 relatos?
-Los he ido escribiendo desde los años 90 e incluso hasta hay uno repetido, porque en mi libro de ensayo Los territorios filosóficos de Borges según Nuño, le recompensaba al lector con el relato La mujer de los ojos color violeta. Los demás salieron de sitios inesperados, como el Metro o cuando uno se hace limpiar los zapatos.
-¿Qué técnica utiliza para sus cuentos?
-Confieso que no tengo una técnica determinada para escribir, precisamente en un continente donde están los mejores cuentistas del mundo. No puedo presumir ni decir que tengo una técnica, pero sí tengo una definición por lo que no es. Para mi un cuento no puede ser algo donde el lenguaje es el protagonista. Creo que el protagonista hay que sacarlo de la realidad, como decía Dostowieski.Mis personajes son seres que nacen cada uno con su lenguaje, que piensan, que se atormentan, etcétera y van por la vida.
-¿Ha dado talleres sobre literatura?
-Sí y me tienen a monte, porque di uno en el Icrea, pero sobre el ensayo, y lo tuve que repetir.Pero la verdad es que tengo muy poco tiempo libre, porque después de más de 40 años de docencia, dentro y fuera de Venezuela, estoy saturado. Estoy jubilado desde 1991 por la UCV, pero he seguido trabajando, probablemente más que antes. También he estado publicando y por eso acabo de corregir las pruebas de una novela histórica, El crepúsculo del hebraista, que saldrá editada por Alfa hacia noviembre de este año. Se trata del Johanes Reuchlin y es quien le enseña hebreo a Martín Lutero en Alemania. Esa novela la hice a lo largo de diez años y con muchos viajes a la nación germana para revisar sus bibliotecas, porque este personaje ha quedado olvidado al lado de Lutero y de Erasmo de Rotterdan, quien aprendió griego con la gramática de Reuchlin.
-¿Se dice que estamos viviendo otra especie de segunda Edad Media?
-Sí, eso lo dice Hans Magnus Ezemberger, el filosofo alemán, porque el gran problema de la Edad Media era que el hombre aparecía como una criatura dependiente de un dios y resulta que con el Renacimiento cambiaron los términos, porque aparecieron dioses humanos y un hombre divino. Se pasó de la autoridad proveniente de dios a la autoridad dictada por un gobernante. Ahora vivimos una época de fatalismos, pero hay que esperar que eso pase porque ya hay generaciones de relevo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario