Sus cinco décadas en el teatro las va a celebrar, a lo grande, con un montaje que él mismo asegura “marcará historia” y un libro donde ha compilado tres de las 25 obras que ha escrito. Ese no es otro que Ibrahim Guerra (Caracas, 1944), quien desde los 12 años está peleando, sin pretender justificar así su apellido, para que no lo discriminen y además construirse su propio espacio en “esa inconmensurable y compleja república de las letras y las artes que, sea como sea, es orgullo para esta Tierra de Gracia”.
Ibrahim aprendió el abcé teatral de manos de la inolvidable Lily Álvarez Sierra, hizo su bachillerato y después estudió ingeniería en la Universidad Central de Venezuela, profesión que ejerció durante siete años y después abandonó porque “era insoportable”, y necesitaba hacer teatro y televisión a lo grande en los años posteriores.
MONTAJE Y 40 PIEZAS
Ha escrito, entre fallidas, logradas, engavetadas, contadas y montadas, más de 40 obras teatrales. Hay piezas que no volvió a tocar, aunque recuerda que las dejó de hacer, y otras ni intentó corregir por suponerlas malas. Considera que si no son buenas, al menos útiles, aunque sea para él, tiene unas 25.
No sabe que titulo le pondrán en Monte Ávila Editores Latinoamericana a su texto, pero sospecha que puede ser: Tres piezas teatrales de Ibrahim Guerra, o, tal vez, A 2,50 la cuba libre y otras piezas de Ibrahim Guerra. Se puso de acuerdo con Gustavo Ott para seleccionar a las más emblemáticas de su producción: A 2,50 la cuba libre, que, aunque lo define más como director, lo catapultó hacia la dramaturgia. Ganó el premio mexicano El Quetzal de Onix como la pieza venezolana más montada en ese país. Sabe que por lo menos han hecho 40 montajes de ella. Luego está VIP, quienes la leen suponen que es autobiográfica, pero no lo así; lo único que tiene de él es que todos los personajes son ingenieros. La aprecia porque es su único texto donde trata al género masculino, que no le gusta ni como actúa en la vida, ni en las tablas. Y cierra con Patria, versión de La ópera de los malandros, de John Gay, la misma de donde Bertold Brecht fusiló su Ópera de tres centavos. Él hizo lo mismo.
Está ensayando con los estudiantes del Instituto Universitario de Teatro el montaje de Marat-Sade, una variación sobre el original de Peter Weiss. Para ese espectáculo escribió 16 canciones que tendrán boleros, tangos, rancheras, bachatas y hasta hip-hop. “Será un espectáculo fantástico”, asegura.
SU GRAN PASIÒN
Aclara que más que actuar, producir o dirigir, su gran pasión fue “siempre escribir”, pero la visión escénica y las imágenes, con las enseñanzas de César Rengifo y Alberto de Paz y Mateos, lo llevaron irremediablemente a la dirección escénica. Se olvidó durante muchos años de escribir, pero su condición de director lo hizo crear una pieza a partir de un concepto por el que nadie en aquel entonces, en 1978, daba un centavo, el teatro hiperrealista. Surgió de su pasión por los botiquines, los ambientes sórdidos de los burdeles, de la inmensa admiración que siente por Román Chalbaud y su obra. Escribió A 2,50 la cuba libre porque ve en los botiquines uno de los ambientes más emblemáticos del Caribe. “Las mujeres torturadas, y auto torturadas son parte de ese ambiente”.
Explica que más que maestros dramaturgos, ha tenido inspiradores estilísticos y temáticos. Aunque, en verdad, no tiene un estilo definido, escribe lo que quiere y como le surgen las ideas de como deben ser montados tales textos. Es director, puestista integral, hace escenografías, luces, ambientes, le subyugan las atmósferas escénicas, por eso comienza por ahí. Cree que todo eso lo aprendió de Paz y Mateos. Sin embargo, “adoro a Rengifo por su lirismo epopéyico, a Román por la poética sórdida de sus ambientes prostibularios y mágicos; venero a José Gabriel Núñez por el desgarramiento vaginal de sus mujeres atormentadas; respeto a Elisa Lerner por lo dramático de su densidad cínica y cruel de su lirismo narrativo. Adoro la poesía trágica de Federico García Lorca y los autores griegos”.
PRÁCTICA Y METODO
Para escribir teatro arranca de sus pasiones y de sus visiones escénicas. Es apasionado con todo y por eso se desgarra para sí mismo. Cuando escribe se ve conviviendo con sus personajes; hace como Cabrujas, que dirigía a los actores en el escenario, dándole las indicaciones a los actores en el oído. Hace lo mismo con sus personajes, les sopla lo que tienen que decir, y lo dicen. Si no habla por ellos, tal vez por eso se parece a él. Afirma que “toda obra teatral surge de un error, de un vicio o de una aberración mental de sus protagonistas, de una neurosis, de una anomalía. Los personajes normales no inspiran empatía en el público, porque en la vida nadie lo es”.
No rescribe las piezas cuando las lleva a escena, ni las suyas ni las de ningún otro dramaturgo. Ocurre que cuando escribe la obra a la vez la va descubriendo escénicamente. Cualquier corte que le haga en el montaje, le parece una mutilación escénica. No es que se enamore de sus textos, pero intenta dejarlos depurados en la escritura. Hay piezas que si las va a montar, las deja en bruto para ajustarlas con los actores durante los ensayos de mesa. “Cuando se trata de los clásicos, les meto tijeras por todos lados, para ajustarlos a la modernidad que vivo”.
Da clases de guiones para televisión, cine y teatro, y además enseña diferentes vías para emprender la construcción de historias vigorosas e inventar personajes sólidos, y subraya que “eso lo deben estudiar, porque aprenderlo por si mismos les puede llevar más tiempo del necesario”.
Ibrahim aprendió el abcé teatral de manos de la inolvidable Lily Álvarez Sierra, hizo su bachillerato y después estudió ingeniería en la Universidad Central de Venezuela, profesión que ejerció durante siete años y después abandonó porque “era insoportable”, y necesitaba hacer teatro y televisión a lo grande en los años posteriores.
MONTAJE Y 40 PIEZAS
Ha escrito, entre fallidas, logradas, engavetadas, contadas y montadas, más de 40 obras teatrales. Hay piezas que no volvió a tocar, aunque recuerda que las dejó de hacer, y otras ni intentó corregir por suponerlas malas. Considera que si no son buenas, al menos útiles, aunque sea para él, tiene unas 25.
No sabe que titulo le pondrán en Monte Ávila Editores Latinoamericana a su texto, pero sospecha que puede ser: Tres piezas teatrales de Ibrahim Guerra, o, tal vez, A 2,50 la cuba libre y otras piezas de Ibrahim Guerra. Se puso de acuerdo con Gustavo Ott para seleccionar a las más emblemáticas de su producción: A 2,50 la cuba libre, que, aunque lo define más como director, lo catapultó hacia la dramaturgia. Ganó el premio mexicano El Quetzal de Onix como la pieza venezolana más montada en ese país. Sabe que por lo menos han hecho 40 montajes de ella. Luego está VIP, quienes la leen suponen que es autobiográfica, pero no lo así; lo único que tiene de él es que todos los personajes son ingenieros. La aprecia porque es su único texto donde trata al género masculino, que no le gusta ni como actúa en la vida, ni en las tablas. Y cierra con Patria, versión de La ópera de los malandros, de John Gay, la misma de donde Bertold Brecht fusiló su Ópera de tres centavos. Él hizo lo mismo.
Está ensayando con los estudiantes del Instituto Universitario de Teatro el montaje de Marat-Sade, una variación sobre el original de Peter Weiss. Para ese espectáculo escribió 16 canciones que tendrán boleros, tangos, rancheras, bachatas y hasta hip-hop. “Será un espectáculo fantástico”, asegura.
SU GRAN PASIÒN
Aclara que más que actuar, producir o dirigir, su gran pasión fue “siempre escribir”, pero la visión escénica y las imágenes, con las enseñanzas de César Rengifo y Alberto de Paz y Mateos, lo llevaron irremediablemente a la dirección escénica. Se olvidó durante muchos años de escribir, pero su condición de director lo hizo crear una pieza a partir de un concepto por el que nadie en aquel entonces, en 1978, daba un centavo, el teatro hiperrealista. Surgió de su pasión por los botiquines, los ambientes sórdidos de los burdeles, de la inmensa admiración que siente por Román Chalbaud y su obra. Escribió A 2,50 la cuba libre porque ve en los botiquines uno de los ambientes más emblemáticos del Caribe. “Las mujeres torturadas, y auto torturadas son parte de ese ambiente”.
Explica que más que maestros dramaturgos, ha tenido inspiradores estilísticos y temáticos. Aunque, en verdad, no tiene un estilo definido, escribe lo que quiere y como le surgen las ideas de como deben ser montados tales textos. Es director, puestista integral, hace escenografías, luces, ambientes, le subyugan las atmósferas escénicas, por eso comienza por ahí. Cree que todo eso lo aprendió de Paz y Mateos. Sin embargo, “adoro a Rengifo por su lirismo epopéyico, a Román por la poética sórdida de sus ambientes prostibularios y mágicos; venero a José Gabriel Núñez por el desgarramiento vaginal de sus mujeres atormentadas; respeto a Elisa Lerner por lo dramático de su densidad cínica y cruel de su lirismo narrativo. Adoro la poesía trágica de Federico García Lorca y los autores griegos”.
PRÁCTICA Y METODO
Para escribir teatro arranca de sus pasiones y de sus visiones escénicas. Es apasionado con todo y por eso se desgarra para sí mismo. Cuando escribe se ve conviviendo con sus personajes; hace como Cabrujas, que dirigía a los actores en el escenario, dándole las indicaciones a los actores en el oído. Hace lo mismo con sus personajes, les sopla lo que tienen que decir, y lo dicen. Si no habla por ellos, tal vez por eso se parece a él. Afirma que “toda obra teatral surge de un error, de un vicio o de una aberración mental de sus protagonistas, de una neurosis, de una anomalía. Los personajes normales no inspiran empatía en el público, porque en la vida nadie lo es”.
No rescribe las piezas cuando las lleva a escena, ni las suyas ni las de ningún otro dramaturgo. Ocurre que cuando escribe la obra a la vez la va descubriendo escénicamente. Cualquier corte que le haga en el montaje, le parece una mutilación escénica. No es que se enamore de sus textos, pero intenta dejarlos depurados en la escritura. Hay piezas que si las va a montar, las deja en bruto para ajustarlas con los actores durante los ensayos de mesa. “Cuando se trata de los clásicos, les meto tijeras por todos lados, para ajustarlos a la modernidad que vivo”.
Da clases de guiones para televisión, cine y teatro, y además enseña diferentes vías para emprender la construcción de historias vigorosas e inventar personajes sólidos, y subraya que “eso lo deben estudiar, porque aprenderlo por si mismos les puede llevar más tiempo del necesario”.
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