sábado, diciembre 11, 2010

Caracas era un cabaret

El cabaret se apoderó de la escena caraqueña durante los dos últimos meses del 2010 para beneplácito de los espectadores, gracias a sendos espectáculos exhibidos en salas de 400 y 2000 butacas, como la “Anna Julia Rojas” y la “Ríos Reina”, respectivamente. Esos actos artísticos pudieron lucir inocuos, pero estaban preñados de ideología, la cual, por supuesto no todos pudieron detectar con un abrir y cerrar de ojos.
Nos referimos, pues, a Cabaret, Reinas de la Noche, producción de la Compañía Nacional de Teatro, creada y dirigida por Miguel Issa, y al musical Cabaret, versión escénica que resolvió Cesar Sierra, apoyado en productores independientes, con coreografías, canciones y actuaciones ceñidas al texto que crearon John Kander, Fred Ebb y Joe Masterhoff y el cual estrenaron durante la temporada 1967 de Nueva York.
Y este detalle, que ha permitido “cabaretizar” al teatro vernáculo, sirvió para hacer comparaciones, que en este caso no son odiosas, si no una muestra didáctica de estilos y/o formas de como producir y hacer montajes en esta Tierra de Gracia, cuando ya se ha consumido la primera década del siglo XXI. Y, para nosotros lo más importante, advirtió a la audiencia que el amor de los seres humanos será siempre el mismo, aunque cambien el empaque o los ritmos sociales, y también recordó que el fascismo está agazapado entre las estructuras del Poder y puede aparecer y acabar con la libertad, cual versión posmoderna del lobo y la inocente niña del bosque.
Reinas de la noche
El fantasma del sainete, integrado a una pudorosa revista musical, cual efectista fin de fiesta con bailes y canciones románticas, reapareció, a más de medio siglo, en la sala Anna Julia Rojas, de Unearte, gracias a Cabaret, Reinas de la noche. Creado por ese inteligente director que es Miguel Issa, apuntalado en recursos técnicos y artísticos de las Compañías Nacionales de Teatro y Danza, además de un conjunto de enjundiosos vocalistas y diestros y acoplados músicos. A través de distintos géneros musicales como el godspell, el chotis, el danzón, el tango, el vals y el couplé, así como el bolero y el merengue caraqueño, los actores-bailarines revivieron la estética y el ambiente sutil y envolvente de los cabarets de antaño, al ritmo de la música en vivo y las magníficas voces de elegantes vedetes.
A sabiendas que el teatro no puede ni debe ser explicado, y que este tiene que ser comprendido desde el escenario mismo, el director Issa aclara que el cabaret siempre ha sido un espacio multidisciplinario que permite la expresión, sin prejuicios, en un contexto social determinado. Su Cabaret, Reinas de la noche -hizo una primera temporada en 2009- es una visión contemporánea del pasado venezolano, “que siempre nos pertenece y de la interculturalidad que nos caracteriza como venezolanos y latinoamericanos”. Issa insiste que lo exhibido, un hibrido de música, danza, teatro y cine, no es más que “una velada que hace honor en especial a la mujer”.
Cabaret, Reinas de la noche es, pues, un hermoso y polisémico trabajo teatral, vestido y ambientado en la Caracas de los años 30,40 y 50, donde humorísticos retazos literarios de Rafael Arvelo, Aquiles Nazoa, José Gabriel Núñez y Leonardo Padrón, entre otros, se mezclaron con las líricas y las perfectas voces de una decena de cantantes que interpretaron canciones como “Miénteme”, “Cerezo rosa”, “Luna de miel en Puerto Rico”, “Sin motivo”, “Sistery Turn back o man”, “Quizas, Quizas” , “La vida es rosa”, “Besos de mi sueño”, “La burrita de Petare”, “El Morrongo”, “Compuesta y sin novio”, “Te quiero dijiste”, “Muñequita Linda”, “Andate” y “Aló, aló”. Todo un afinado acompañamiento musical, con Tony Monserrat a la cabeza.
Cabaret, Reinas de la noche contó además con la proyección de selectos fotogramas de hermosas artistas latinoamericanas del mejor cine en blanco y negro, para reiterar así el homenaje del director Issa a las venezolanas de una época en la cual todo era más ingenuo y no había cine a colores ni tampoco videos, donde el amar exigía prudencia y, especialmente, saber esperar y tener habilidad para bailar… porque era la autopista al beso y la anhelada cita, que abriría puertas y ventanas a todo lo demás. ¡La especie es incontrolable por el Poder y solamente la conducta de los seres humanos puede cambiarle su ritmo y su rito!
Imposible enumerar aquí a cada uno de los hábiles músicos o los artistas de los bailes de salón que ahí se plasmaron, así como las performances de los vocalistas. Sin embargo, no podemos olvidarnos de las cantantes-actrices Simona Chirinos y Verónica Arellano y la comediante Manuelita Zelwer como la abuela que glosa festivamente todo lo que transcurre a lo largo de los 80 minutos que dura tan singular y nostálgico cabaret criollo. Una velada maravillosa, que además presentó otros jóvenes talentos, y lo reiteramos nosotros, después de haberlo disfrutado por lo menos tres veces.
De Berlín a Caracas
El Cabaret que mostró el director César Sierra en el Teatro Teresa Carreño y después en el Teatro Municipal de Valencia es un melodrama ambientado en un cabaret del Berlín, de los años 30, cuando el nazismo inició su siniestro periplo. Luce optimista a pesar del ambiente sórdido y oscuro en que se desarrolla. Su mensaje global habla de la moral, de la libertad, de la búsqueda de la felicidad, del amor sin adjetivos y en su sentido más universal. Uno de los personajes dice una frase que resume el espíritu de la obra: “era como si se acercara el fin del mundo”. Pero después de esa reflexión los personajes cabareteros se atreven a cantar de nuevo y desafiar prohibiciones, amenazas y miserias para sacar lo mejor de la vida. La dirección superó escollos y lo mismo se puede señalar de algunos actores, como Luis Fernández, protagonista con su andrógino personaje de animador, creado desde adentro y sin concesiones, secundado por la versátil Naty Martínez y el sobrio Adrián Delgado, y muy bien apuntalados por las performances de Francis Rueda y Cayito Aponte, la pareja separada por el nacionalsocialismo hitleriano. Un correcto cuerpo de baile y una precisa orquesta, comandada por Armando Lovera, completaron el elenco profesional de este fino y aleccionador montaje antifascista. Difícilmente la última escena de Cabaret se podrá olvidar: el amanerado animador del antro berlinés, cubierto por una batola de rayas blancas y grises, adornada con la amarilla estrella de cinco puntas, se despide del público, da la vuelta y avanza, sin titubear y convencido de su destino, hacia los enceguecedores reflectores del campo de concentración donde los nazis se disponían a exterminar a los judíos. Aquello fue un puñetazo en el plexo solar, para no olvidar jamás que la realidad siempre será más amarga que la ficción de ese espectáculo y de su memorable factura artística venezolana.

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