Rajatabla, en medio de su 40 aniversario, ha tenido que hacer frente a complejas contrariedades y hasta otras rémoras, pero ahora exhibe en el Celarg uno de sus mejores espectáculos de la temporada 2010: Promoción honor a mis padres de Elio Palencia, bien puesto en escena y pulcramente producido por Ruffino Dorta y la agrupación, respectivamente. Ahí una hembra y siete varones, graduados en el liceo “Símbolos Patrios” de Río Guarura, municipio Guaricongo, del Litoral Central de Venezuela, se reúnen en una playa donde afloran sus ambiciones momentáneas y también las futuras que han de vivir en las décadas venideras del siglo XXI.
Esos bachilleres tienen idea de lo que se les viene encima al elegir una profesión o un trabajo. Comprenden que la patria vive un agudo proceso de cambios políticos y sociales, que la crisis económica y la miseria no dejan dormir en paz ni a sus progenitores, ni tampoco a ellos y que frustran todas las expectativas posibles, además de cundir la discriminación ética y sexual. Reconocen que deben luchar para defender sus ilusiones, pero las "no posibilidades" los encierran en una terrible apatía y esta será su ruina, muerte anticipada para algunos.
Han escogido ese día para bailar desenfrenadamente con los tambores que celebran a San Juan. Son risueños y repletos de bullentes hormonas. Se dedican a jugar, bailar, echarse bromas, beber hasta perder la razón y se ayudan además con sus pitos de marihuana. Pero no todos esos muchachos están escapando a sus dramas existenciales o posponiendo cruciales decisiones. Ella, Oneida Rebolledo, está ahí porque necesita abortar, pide que la ayuden económicamente para no correr riesgos, pero como nadie colabora, al final ella misma lo hace con un gancho de colgar ropa… y el mar engulle la víctima del crimen. Hay otro, el gay Yobani, quien pretende concretar una relación con uno de sus compañeros, pero Tista se burla y es su perdición porque hacen público lo que era su secreto: se prostituyó por drogas al pederasta alemán, dueño de unas cabañas en Choroní.
Esos tres personajes desencadenan un brutal conflicto de culpas propias y ajenas que hunde el festejo de todos y culmina con la muerte por ahogamiento de otro de ellos, el puro e inocente, Juan. Al final, por un salto temporal, quien se salva o llega a puerto seguro es Oneida Rebolledo. Se hace médica y pare un hijo, programado y amado, a quien bautiza como Juan, en memoria del malogrado.
Elio Palencia (Maracay, 1963) consigue, no sólo dibujar, sino también reflejar el grito desesperado de una juventud que intenta romper cadenas, recorrer caminos y fabricar la luz necesaria para desprender en alientos repletos de sabor, de olor a tierra y tambor, sus “mil golpes de esperanza”.La temática y su argumentación, la estructura y la composición de los personajes y el peculiar trabajo con el lenguaje juvenil y contemporáneo –el fonema “marico” ingresa definitivamente al léxico teatral como palabra coloquial- convierte a Promoción honor a mis padres en la gran obra de la década, precisamente ahora cuando piden a los dramaturgos un texto humanista y de invención, aunque sea con recursos sintéticos en el espectáculo, como recomienda el novelista José Balza.
Dan vida a este maravilloso proyecto Natacha Pérez, Miosothis Pineda, Jean Franco De Marchi, Ángel Pájaro, José Lugo, Abilio Torres, acompañados por los alumnos del Taller Nacional de Teatro: Peter Kutlesa, Aquiles Díaz y Heriberto Garcés, Andrea Pedron, Sahara Álvarez con los tambores en vivo de Roger Ramírez, Jerry Heredia y Derwin Campos. Todos bajo la dirección de Rufino Dorta, quien aquí ha despegado definitivamente como un creador imaginativo y con detalles hasta poéticos.
Esos bachilleres tienen idea de lo que se les viene encima al elegir una profesión o un trabajo. Comprenden que la patria vive un agudo proceso de cambios políticos y sociales, que la crisis económica y la miseria no dejan dormir en paz ni a sus progenitores, ni tampoco a ellos y que frustran todas las expectativas posibles, además de cundir la discriminación ética y sexual. Reconocen que deben luchar para defender sus ilusiones, pero las "no posibilidades" los encierran en una terrible apatía y esta será su ruina, muerte anticipada para algunos.
Han escogido ese día para bailar desenfrenadamente con los tambores que celebran a San Juan. Son risueños y repletos de bullentes hormonas. Se dedican a jugar, bailar, echarse bromas, beber hasta perder la razón y se ayudan además con sus pitos de marihuana. Pero no todos esos muchachos están escapando a sus dramas existenciales o posponiendo cruciales decisiones. Ella, Oneida Rebolledo, está ahí porque necesita abortar, pide que la ayuden económicamente para no correr riesgos, pero como nadie colabora, al final ella misma lo hace con un gancho de colgar ropa… y el mar engulle la víctima del crimen. Hay otro, el gay Yobani, quien pretende concretar una relación con uno de sus compañeros, pero Tista se burla y es su perdición porque hacen público lo que era su secreto: se prostituyó por drogas al pederasta alemán, dueño de unas cabañas en Choroní.
Esos tres personajes desencadenan un brutal conflicto de culpas propias y ajenas que hunde el festejo de todos y culmina con la muerte por ahogamiento de otro de ellos, el puro e inocente, Juan. Al final, por un salto temporal, quien se salva o llega a puerto seguro es Oneida Rebolledo. Se hace médica y pare un hijo, programado y amado, a quien bautiza como Juan, en memoria del malogrado.
Elio Palencia (Maracay, 1963) consigue, no sólo dibujar, sino también reflejar el grito desesperado de una juventud que intenta romper cadenas, recorrer caminos y fabricar la luz necesaria para desprender en alientos repletos de sabor, de olor a tierra y tambor, sus “mil golpes de esperanza”.La temática y su argumentación, la estructura y la composición de los personajes y el peculiar trabajo con el lenguaje juvenil y contemporáneo –el fonema “marico” ingresa definitivamente al léxico teatral como palabra coloquial- convierte a Promoción honor a mis padres en la gran obra de la década, precisamente ahora cuando piden a los dramaturgos un texto humanista y de invención, aunque sea con recursos sintéticos en el espectáculo, como recomienda el novelista José Balza.
Dan vida a este maravilloso proyecto Natacha Pérez, Miosothis Pineda, Jean Franco De Marchi, Ángel Pájaro, José Lugo, Abilio Torres, acompañados por los alumnos del Taller Nacional de Teatro: Peter Kutlesa, Aquiles Díaz y Heriberto Garcés, Andrea Pedron, Sahara Álvarez con los tambores en vivo de Roger Ramírez, Jerry Heredia y Derwin Campos. Todos bajo la dirección de Rufino Dorta, quien aquí ha despegado definitivamente como un creador imaginativo y con detalles hasta poéticos.
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